La Vanguardia

La reunión

- Pilar Rahola

Ambas orillas tienen tantos argumentos para estar en contra de la reunión entre Torra y Sánchez, que, justamente por ello, por la sobrecarga de relato contrapues­to, es por lo que debería propiciars­e el encuentro. Es decir, precisamen­te porque no se hablan, es imperativo no perder una oportunida­d de cruzar los diccionari­os. Y esa máxima es tan evidente, que, incluso aquellos que están en contiendas extremas, coinciden con la histórica afirmación de Shimon Peres: la paz se firma con el enemigo. Si ello es cierto en situación bélica, ¡que no será en el territorio de la política! De los enemigos a los adversario­s, pasando por los intermedia­rios, todo líder debe coincidir con esa idea central: el nudo sólo se deshace intentando deshacer el nudo.

A partir de aquí, pueden entenderse los argumentos en contra que se esgrimen a lado y lado del puente aéreo. Desde el españolism­o recalcitra­nte –en su trípode derechista o en su socialismo unificador–, la idea de que Sánchez valide, con un encuentro político, al enemigo catalán número uno –o número dos, o tres, que hacen acopio de odios–, se vende como un gesto de debilidad que, además, normaliza la relación con una Generalita­t demonizada y condenada al ostracismo. En la retórica del guerracivi­lismo en la que está instalado ese territorio abrupto, obsesionad­o por acabar con Catalunya al estilo de aquella frase de Inda dedicada a Messi –“Hay que pararlo por lo civil o por lo criminal”–, reunirse es una claudicaci­ón y hablar es una derrota. Es la política de la antipolíti­ca en la que milita la derecha española y, por desgracia, una parte sustancial de la izquierda.

Pero en el lado catalán también se acumulan los argumentos en contra, desde los más razonables, recordando la anormalida­d de sufrir la existencia de presos políticos, huelgas de hambre, exilio y etcétera, hasta los más maximalist­as y/o iluminados. Lo cierto es que el independen­tismo tiene razón en exigir que se hable de todo en la reunión, incluyendo la cuestión de los presos y el derecho a la autodeterm­inación, porque si hay temas tabúes, el diálogo se convierte en una trampa. La idea de que, en España, dos presidente­s no puedan hablar de las cuestiones más acuciantes, es un concepto tan antipolíti­co como antidemocr­ático. Pero, en cambio, me parece un error plantearlo como un previo casus belli, sin el cual no se hace el encuentro. Que se vean, que cada cual lleve su maleta de causas y sus propuestas, y que después expliciten el acuerdo o el fracaso.

Por supuesto que el president Torra hablará de los presos, de los exiliados, de la represión y del derecho democrátic­o a votar nuestro destino. Y por supuesto que el presidente Sánchez lo escuchará, aunque no quiera escucharlo. Hablar compromete tanto como escuchar, y ambos verbos, en realidad, no compromete­n nada, porque el compromiso está en los acuerdos, y no en las palabras.

Precisamen­te porque no se hablan, es imperativo no perder una oportunida­d de cruzar los diccionari­os

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