¿Un Consejo de guerra?
El mundo, o mejor, las autoridades autonómicas catalanas parecen haberse puesto del revés al anunciarse para el viernes un Consejo de Ministros en Barcelona. Porque cuando el presidente Sánchez discurría cómo hacer un brindis de buena voluntad hacia el Govern de Torra y daba en pensar que reunir a su Gabinete en la Ciudad Condal sería una muestra de las mejores intenciones, la consellera de Presidència y portavoz, Elsa Artadi, calificaba ese propósito de provocación y avanzaba que protegerían el derecho a organizarle al osado una tamborrada para recibirle de manera inolvidable con manifestaciones, cortes de carreteras, interrupción de vías férreas y paralización de aeropuertos. Semejante tanteo de la vía eslovena, preconizada por el president al regresar de Liubliana, resulta coincidente con la doctrina Caifás sobre la conveniencia de que algunos mueran por la salvación del pueblo y que debería estar excluida.
En cuanto a Sánchez, interesaría que aceptara que las cosas no son como son sino como se perciben. Que no basta esforzarse con las explicaderas cuando las entendederas están obstruidas. El proverbio latino reza “quod recipitur ad modum recipientis recipitur”, es decir, que lo que se recibe toma la forma del receptor, que por tanto es el sujeto el que da forma, interpreta y colorea los datos recibidos. De ahí que si nos dan un golpe en el ojo veamos las estrellas mientras que si nos golpean el oído nos causen un ruido ensordecedor. Este bosquejo elemental de como funcionan las percepciones nos lleva a recordar, para los que hayan llegado tarde, cuál es la relación logarítmica que vincula las percepciones con los estímulos causales, que prescribe la ley de Weber y Fêchner: estos (los estímulos) han de crecer en progresión geométrica para que aquellas (las sensaciones) lo hagan en progresión aritmética.
Pero volvamos al president, que es a quien corresponde ejercer las atribuciones en el ámbito del orden público, y señalemos que sus convocatorias a la insurrección de los afines asimilables al abandonar a su suerte a la ciudadanía la abocarían a optar por la resignación o a crear sus propias milicias de respuesta. Así que, instalada la desconfianza y obligados a no perder la cara, el Consejo puede acabar siendo de guerra.