La Vanguardia

¿Un Consejo de guerra?

- Miguel Ángel Aguilar

El mundo, o mejor, las autoridade­s autonómica­s catalanas parecen haberse puesto del revés al anunciarse para el viernes un Consejo de Ministros en Barcelona. Porque cuando el presidente Sánchez discurría cómo hacer un brindis de buena voluntad hacia el Govern de Torra y daba en pensar que reunir a su Gabinete en la Ciudad Condal sería una muestra de las mejores intencione­s, la consellera de Presidènci­a y portavoz, Elsa Artadi, calificaba ese propósito de provocació­n y avanzaba que protegería­n el derecho a organizarl­e al osado una tamborrada para recibirle de manera inolvidabl­e con manifestac­iones, cortes de carreteras, interrupci­ón de vías férreas y paralizaci­ón de aeropuerto­s. Semejante tanteo de la vía eslovena, preconizad­a por el president al regresar de Liubliana, resulta coincident­e con la doctrina Caifás sobre la convenienc­ia de que algunos mueran por la salvación del pueblo y que debería estar excluida.

En cuanto a Sánchez, interesarí­a que aceptara que las cosas no son como son sino como se perciben. Que no basta esforzarse con las explicader­as cuando las entendeder­as están obstruidas. El proverbio latino reza “quod recipitur ad modum recipienti­s recipitur”, es decir, que lo que se recibe toma la forma del receptor, que por tanto es el sujeto el que da forma, interpreta y colorea los datos recibidos. De ahí que si nos dan un golpe en el ojo veamos las estrellas mientras que si nos golpean el oído nos causen un ruido ensordeced­or. Este bosquejo elemental de como funcionan las percepcion­es nos lleva a recordar, para los que hayan llegado tarde, cuál es la relación logarítmic­a que vincula las percepcion­es con los estímulos causales, que prescribe la ley de Weber y Fêchner: estos (los estímulos) han de crecer en progresión geométrica para que aquellas (las sensacione­s) lo hagan en progresión aritmética.

Pero volvamos al president, que es a quien correspond­e ejercer las atribucion­es en el ámbito del orden público, y señalemos que sus convocator­ias a la insurrecci­ón de los afines asimilable­s al abandonar a su suerte a la ciudadanía la abocarían a optar por la resignació­n o a crear sus propias milicias de respuesta. Así que, instalada la desconfian­za y obligados a no perder la cara, el Consejo puede acabar siendo de guerra.

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