A la sombra de Eastwood
La carrera de Sondra Locke ha quedado irremediablemente vinculada a la etapa que vivió con Clint Eastwood. Juntos formaron una especie de Humphrey Bogart y Lauren Bacall del cine de palomitas de de los años setenta. Con Eastwood rodó sus películas más conocidas y con él protagonizó una de las separaciones más sonadas del Hollywood de entonces.
Con todo, no es justo reducir su carrera a los seis títulos que rodaron junto en los trece años que convivieron. A fin de cuentas, no fue Eastwood quien la hizo famosa. Con 24 años protagonizó uno de los debuts más prometedores de la época: la película El corazón es un cazador solitario (1968). Explicaba la relación entre un sordomudo que se desplaza a una pequeña ciudad y la hija de su casera. Para el papel de la estudiante se hizo un casting entre jóvenes que aparentaran ser adolescentes. Locke logró el papel y, al igual que el protagonista, Alan Arkin, optó al Oscar. Finalmente, se lo llevó la veterana Ruth Gordon por su inquietante papel en La semilla del diablo, pero a Locke le empezaron a llover propuestas.
Los proyectos siguientes no fueron especialmente relevantes, hasta que conoció a Eastwood. El actor y director la fichó para su película El fuera de la ley (1976) y el romance de cine se convirtió en real. Durante los siguientes siete años, Eastwood, como si fuera una de los grandes estudios de antaño, la tuvo bajo contrato, y además dejó a su mujer para irse a vivir con ella. Así salieron Ruta suicida (1977), Duro de pelar (1978), donde la pareja compartía protagonismo con un orangután, o Bronco Billy (1980). Fue una etapa sin grandes halagos críticos pero muy rentable en taquilla.
“Si estabas en las películas de Clint Eastwood, estabas en el negocio Clint Eastwood –explicaría Locke en 1997, en su autobiografía The good, the bad and the very ugly (el bueno, el malo y el muy feo)–. Los productores dejaron de llamarme. Asumieron que trabajaba en exclusiva para Clint”.
Impacto súbito (1983), en la que Eastwood se volvía a poner en la piel de uno de sus personajes más reconocibles, el policía Harry, el sucio, fue su última película juntos. En ella, Locke interpretaba a una mujer sedienta de venganza. Algo de eso se trasladó a la vida real.
La relación personal se empezó a deteriorar tras el rodaje, de una manera que el impacto súbito fue para todas las columnas de cotilleos de Hollywood. El estallido final fue en 1989 cuando Eastwood montó una escena: cambió las cerraduras de su mansión y tiró todas las pertenencias de Locke al jardín.
La pareja se enzarzó en una brutal pelea en los tribunales. Locke acusó a Eastwood de haber echado a perder su carrera. Sacó a la luz sus numerosas infidelidades y un talante celoso que le llevaba incluso a grabar sus conversaciones telefónicas. Eastwood adujo que ella se había aprovechado de su generosidad malbaratando su fortuna con Gordon Anderson, el amigo íntimo de infancia de Locke, con el que se había casado en 1967, como tapadera, ya que él era gay. Con el espectáculo, el todo Hollywood se puso las botas.
Locke presentó dos demandas. La de 1989 exigía una cantidad compensatoria. Su carrera estaba muy tocada. Había saltado a la dirección, con resultados muy discretos. El juicio coincidió con un diagnóstico de cáncer de pecho que la obligó a someterse a una doble mastectomía. El pleito acabó con un acuerdo extrajudicial millonario.
Ambas partes retomaron el litigio en 1996. Locke acusó a Eastwood de haber reescrito un contrato con la productora Warner Bros que era parte del acuerdo original. De nuevo se llegó a un pacto extrajudicial y más dinero. Después, prácticamente se retiró de los focos. Tanto fue así que su muerte, el pasado noviembre de un ataque de corazón, no se hizo pública hasta la pasada semana.
Locke siempre tuvo claro por qué no iba a volver a triunfar: “Clint Eastwood es un héroe americano y dolerá que destroce esa imagen. Pero más devastador fue descubrirla por mí misma”.