Correr sin miedo
UN hombre de cincuenta años fue detenido ayer como sospechoso de la muerte de Laura Luelmo, la joven profesora zamorana de 26 años que el pasado miércoles salió a correr por los alrededores de la localidad onubense de El Campillo, donde acababa de afincarse, y ya nunca regresó. Su cuerpo fue hallado con signos de violencia en un bosquecillo el lunes. La detención realizada ayer por la Guardia Civil vendría a cerrar otro caso de violencia de género, uno más, que revela de nuevo las carencias y los defectos de una sociedad que no logra deshacerse de estas odiosas agresiones.
Las reacciones a la muerte de Laura Luelmo han sido numerosas. Desde la vicepresidenta del Gobierno hasta la alcaldesa de Barcelona, personas de toda condición han expresado sus condolencias a los allegados de la víctima, así como su repulsa ante la violencia machista. Son numerosas también las iniciativas anónimas que han hallado su vía de difusión en las redes sociales, y entre ellas destaca por la elocuencia la que lleva por lema “Correr sin miedo y no correr por miedo”. Con estas palabras se sintetiza el sentir de tantas mujeres amantes del deporte que al salir a correr lo hacen con sentimientos encontrados: con ganas de ejercitarse al aire libre y, al tiempo, con el temor de tropezar con algún acosador que les arruine la sesión deportiva y las fuerce a modificar su ruta. O, mucho peor, que las agreda físicamente, en ocasiones hasta matarlas, como tristemente le ocurrió a Luelmo. Todas estas iniciativas en las redes nos parecen pertinentes, porque han de contribuir a reforzar un estado de opinión que permita, en última instancia, erradicar por completo tales ataques.
Mientras eso no suceda, son varios los frentes en los que se puede y se debe avanzar, empezando por el del control de las personas que han acreditado ya inclinaciones criminales. Tanto el detenido ayer como su hermano gemelo tenían antecedentes por delitos de sangre. Debería hallarse la fórmula para que personas con semejante historial estuvieran sometidas a algún tipo de vigilancia que les impidiera cometer nuevas fechorías. Y, por supuesto, para que llegado el caso cargaran con todo el peso de la ley.
Aún así, quizás el frente más importante en la batalla contra la violencia de género sea el educativo. Hay que eliminar de raíz el machismo en la familia y en la escuela, corregir cualquier amago que pueda producirse en esos ámbitos. De no ser así, la libertad de las mujeres siempre estará por detrás de la de los hombres, la igualdad será una quimera y la sociedad no logrará desprenderse de una lacra vergonzosa.