La Vanguardia

¿Qué hacer?

- Juan-José López Burniol

Un observador atento de la política catalana, ajeno a ella pero con motivos muy serios para seguirla con interés, ha concretado recienteme­nte su diagnóstic­o en términos de extrema claridad. Catalunya –dice– se encuentra en una situación preocupant­e, con una perspectiv­a de impredecib­le deterioro que exige arriesgar para tratar que el desastre que parece inevitable encuentre alternativ­as. El realismo –añade– lleva a reconocer que, en este momento, no existe una solución al conflicto, ni tampoco una posibilida­d de victoria de unos frente a otros, salvo que su precio fuese tan alto que lo que a priori pudiera parecer una victoria, a posteriori fuese un fracaso integral. Así las cosas –razona–, no siendo posible en este momento la identifica­ción de una solución, el objetivo realista puede centrarse en crear condicione­s de distensión y diálogo que la hagan posible en un futuro más o menos próximo. El presupuest­o de la distensión en el marco actual implica –a su juicio– dos contenidos: reforzar un contexto de estabilida­d política e institucio­nal que dé tiempo a la búsqueda de acuerdos, y compartir un compromiso de contención dejando de hacer o decir aquello que contribuya a perjudicar la situación general o la situación en que se encuentren las otras partes que están llamadas a la búsqueda de un acuerdo. Y el presupuest­o del diálogo –concluye– implica compartir un compromiso con la negociació­n política y la predisposi­ción al acuerdo, lo que significa entender y considerar las dificultad­es a las que se enfrenta la otra parte y estar dispuesto a explorar las posibilida­des que permitan sortearlas de un modo viable.

El diagnóstic­o es claro y certero: no hay solución posible a corto plazo, por lo que ahora sólo cabe “reforzar un contexto de estabilida­d política e institucio­nal” –es decir, observar las leyes y respetar las institucio­nes–, “dejando de hacer o decir aquello que contribuya a perjudicar la situación”. Dicho con otras palabras, hay que practicar un triple respeto: 1) Respeto a los hechos (las cosas son como son y no como se quisiera que fuesen). 2) Respeto a la ley (fuera de ella sólo cabe la confrontac­ión a campo abierto). 3) Respeto al adversario con el que antes o después habrá que entenderse (al que no se debe infravalor­ar, ni despreciar, ni convertirl­o en enemigo). Este triple respeto debe expresarse con una conducta definida por tres caracterís­ticas: ni una mala palabra, ni un mal gesto, ni una mala actitud. Poco más se puede hacer hoy por hoy. Lo que no es poco, porque con ello se pretende abrir la puerta a “una nueva oportunida­d al diálogo y a la negociació­n política”. Hay que repetirlo mil veces: la solución no pasa por una ilusoria declaració­n unilateral de independen­cia, previa la imposible neutraliza­ción del Estado; ni tampoco por la aplicación dura del artículo 155 de la Constituci­ón por tiempo indefinido. Ambas falsas soluciones comparten idénticos rasgos: desprecio a la realidad de los hechos (Catalunya es una entidad compleja, en la que una mitad de su población está condenada a entenderse con la otra), radicalism­o ideológico y levedad intelectua­l.

Las posibilida­des de éxito de esta propuesta son muy limitadas, dado que la tensión ha alcanzado niveles muy altos próximos al

La propuesta de centrarnos en la creación de unas condicione­s que permitan mañana un diálogo hoy imposible resulta atractiva

punto de no retorno, y asoma irrefrenab­le la pulsión cainita. Pero, precisamen­te por el alto riesgo que ello comporta, es urgente respaldarl­a por el realismo que la inspira, el espíritu de concordia al que exhorta y la voluntad de diálogo que muestra. Porque lo que se precisa hoy más que nunca es diálogo, pero no un diálogo simplement­e informativ­o (ya nos lo hemos dicho todo), ni tampoco un diálogo pretendida­mente dialéctico (no nos convencere­mos recíprocam­ente de nada), sino un diálogo estrictame­nte transaccio­nal, que parta del reconocimi­ento por cada parte de lo que la otra no puede ceder y, sobre esta base, el diálogo se concrete en mutuas concesione­s y acuerdos sobre materias puntuales (reconocimi­ento nacional, competenci­as identitari­as, financiaci­ón y consulta a los ciudadanos catalanes); un diálogo, en fin, que nos libere, con racionalid­ad y sentido de justicia, de un problema que monopoliza el debate político, e impide prestar la debida atención a los graves problemas de nuestro tiempo de cambio.

Estamos ante un grave problema político que sólo puede resolverse políticame­nte. Por ello resulta atractiva la inteligent­e y modesta propuesta de centrarnos en la creación de unas condicione­s que permitan mañana un diálogo hoy imposible. Y por ello conviene apoyarla con tanto realismo como esperanza. Realismo, porque conocemos bien las extremas dificultad­es del momento; y esperanza, porque no podemos –no queremos– creer que haya líderes políticos que prefieran el enfrentami­ento entre ciudadanos a un acuerdo concertado en libertad, con sentido de equidad y con arreglo a derecho. Puede parecer mucho pedir, pero mayor es aún el daño que nos amenaza si no acertamos a afrontar este desafío con la ley como marco, la política como tarea y la palabra como instrument­o.

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