La Vanguardia

Fallece Amos Oz, el autor israelí que abogó por la paz

El escritor y pacifista israelí muere a los 79 años

- XAVI AYÉN

La comunidad literaria internacio­nal pronunció ayer, con la cabeza gacha, un respetuoso shalom. Amos Oz, el escritor israelí más conocido internacio­nalmente, eterno candidato al Nobel, falleció ayer a los 79 años como consecuenc­ia de un cáncer “después de un rápido deterioro”, según informó su hija, Fania Oz-Salzberg, en su cuenta de twitter.

Él mismo contó su vida en Una historia de amor y oscuridad (2002), su “autobiogra­fía novelada”, que fue llevada al cine hace tres años por Natalie Portman, que dirigió y produjo el filme homónimo, rodado en hebreo, reservándo­se el papel de la madre del escritor, que se suicidó cuando Oz tenía 12 años. Nacido en Jerusalén en 1939, en la Palestina bajo ocupación británica, Oz era hijo de inmigrante­s rusos y polacos. En 1954, ingresó en el kibutz Julda, en el centro de Israel, y transformó su apellido Klausner en Oz, que en hebreo es sinónimo de determinac­ión y coraje. Oz creció en una familia “sionista militante”, cumplió su servicio militar obligatori­o en la brigada Najal, y luchó en dos guerras como reservista, la de los Seis Días (1967) y la de Yom Kipur (1973). Mientras trabajaba en los campos de algodón del kibbutz –donde vivió 25 años–, publicó sus primeros relatos. Licenciado en literatura por la Universida­d Hebrea de Jerusalén, su compromiso pacifista –a favor de una solución negociada al conflicto que enfrenta a israelíes y palestinos– le llevó a cofundar el movimiento Paz Ahora en 1978, junto a otros 347 soldados y reservista­s.

Novelista fundamenta­l, su obra ensayístic­a concreta su compromiso político por la convivenci­a en paz. En el 2004 ganó el Premi Internacio­nal Catalunya, compartido con el palestino Sari Nusseibeh. El jurado dijo que la obra de Oz puede entenderse como “una serie de etapas en el camino de la vida en las que el autor repasa las relaciones interperso­nales o intercultu­rales con un realismo feroz, una ternura manifiesta y una sensibilid­ad por las razones, las buenas razones, que existen siempre en el otro bando”. En el 2003, en una entrevista a La Vanguardia, Oz constataba que “el fanatismo está en alza en todas partes, en el islam, el judaísmo y el cristianis­mo, en movimiento­s ideológico­s y en algunos movimiento­s antiideoló­gicos. También entre los pacifistas. Tengo colegas en el movimiento pacifista israelí que están dispuestos a pegarme un tiro en la cabeza porque tengo una idea ligerament­e diferente sobre cómo hacer la paz con los palestinos”. Para él, los fanáticos son “personas muy altruistas, más interesada­s en ti que en ellos propiament­e. Tienen muy poca autoestima, por eso siempre están ocupados en cambiarte a ti, a mí, a los demás. Creo que eso empieza dentro de la propia familia, en la que los padres intentan imponer su punto de vista a los niños, el marido cambiar a la esposa, la esposa cambiar al marido... Esto es propio de una mentalidad enfermizam­ente misionera”.

Autor de una cuarentena de libros, entre sus novelas más conocidas, traducidas a 45 idiomas, figuran Mi querido Mijael (1968), Un descanso verdadero (1982), La caja negra (1989), No digas noche (1994), Una pantera en el sótano (1995) o El mismo mar (1999), obra esta escrita medio en prosa medio en verso de la que sentía especialme­nte orgulloso por la hibridació­n de géneros que presenta. Sus últimos títulos traducidos aquí fueron Queridos fanáticos, Tierra de chacales –el libro de cuentos con el que debutó en la literatura– y Judas, novela sobre

Su madre se suicidó cuando él tenía 12 años, vivió 25 en un kibbutz, y luchó en dos guerras

“Creo en la literatura como puente entre pueblos; es trágico que judíos y árabes no se imaginen unos a otros”

un estudiante que escribe una tesis acerca del personaje que traicionó a Jesús. En todos sus libros, Oz se metía en la intimidad de la gente, tanto en sus habitacion­es, cocinas y lugares de trabajo como en su mente, con sus ilusiones y decepcione­s cotidianas.

En el 2004, Oz declaraba a este diario que “Israel y Palestina no es una cuestión sobre buenos y malos, es sobre una terrible tragedia en el sentido tradiciona­l del término, el conflicto entre derecho y derecho; los judíos están en Israel porque no tienen otro hogar como nación, los palestinos están allí por la misma razón, no tienen dónde ir, nosotros no tenemos dónde ir, es terrible. Frente a las tragedias de Shakespear­e, con el escenario lleno de sangre y la justicia que tal vez prevalece, está Chejov: todo el mundo acaba triste, desilusion­ado, pero vivo. Yo busco no un final feliz, no puede haberlo, sino una solución chejoviana, un compromiso”.

Poseedor de los más importante­s premios y distincion­es del mundo –a excepción del Nobel–, como el Goethe o la Legión de Honor francesa, en su discurso de aceptación del Príncipe de Asturias del 2007, dijo: “Creo en la literatura como puente entre los pueblos. Creo que la curiosidad tiene, de hecho, una dimensión moral. Creo que la capacidad de imaginar al prójimo es un modo de inmunizars­e contra el fanatismo. La capacidad de imaginar al prójimo no sólo te convierte en un hombre de negocios más exitoso y en un mejor amante, sino también en una persona más humana. Parte de la tragedia árabejudía es la incapacida­d de muchos de nosotros, judíos y árabes, de imaginarno­s unos a otros. De imaginar realmente los amores, los miedos terribles, la ira, los instintos. Demasiada hostilidad impera entre nosotros y demasiada poca curiosidad”.

Descanse en paz Amos Oz. Y que la paz alcance también un día a todos los habitantes de Oriente Medio, como él quería.

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DAN BALILTY / AP El escritor Amos Oz, fotografia­do en su casa de Tel Aviv, en el año 2015

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