Un grito de denuncia

EN un año se presentan en España más de 4.000 denuncias por abusos sexuales a menores. Y eso que el 80% de las víctimas no llegan a dar ese paso. Son cifras frías, pero esta es la confesión de un hombre que fue violado por su profesor cuando tenía seis años: “De pequeño me pasaron cosas, me hicieron cosas que me llevaron a gestionar mi vida desde una posición según la cual yo, y sólo yo, soy culpable de todo lo que desprecio de mi interior”. Él es James Rhodes, concertista de piano, que publicó hace tres años Instrumental, convertido en best seller. En el libro se recuerda como un chaval inteligente, alegre, confiado y con un íntimo anhelo de ser querido, hasta que fue violado por quien debía ser guía y referencia. Su vida se convirtió en un infierno en el que no faltaron las drogas o el paso por un psiquiátrico. Rhodes describió su calvario con descarnada crudeza. Para ayudarse a sí mismo y a otros como él.

Recuperado el sosiego e instalado en Madrid, el músico se ha convertido en un activista contra el abuso sexual infantil. Y en la voz de entidades que combaten esa lacra y que han influido en el proyecto de ley que ayer aprobó el Gobierno. El texto prevé que esos actos no prescriban hasta que la víctima cumpla 40 o 50 años, y no 18 como ahora. Porque suelen tardar mucho en atreverse a explicarlo. La mayoría nunca lo hace, atenazados por la vergüenza. Rhodes identifica la vergüenza como el sentimiento más opresivo: “Era evidente que una persona sólo podía hacerme cosas así si yo era intrínsecamente malo a nivel celular”. Él logró escribir el libro a los 38.

Esta ley no desterrará el abuso, pero debe amparar a las víctimas. Para que puedan abrazar una esperanza, que para Rhodes fue su pasión: “La música me ha salvado la vida de una forma muy literal. Ofrece compañía cuando no la hay, comprensión cuando reina el desconcierto, consuelo cuando se siente angustia...”. Él habría querido escribir sólo de música clásica. Y le salió un grito de denuncia.