La Vanguardia

El resumen del año

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Un repaso a los acontecimi­entos que han marcado la agenda europea este 2018.

EUROPA necesitará sacar unas energías que no se intuyen para afrontar un año de desafíos sin precedente­s desde la creación de la Comunidad Económica Europea en Roma en 1958 o su transforma­ción en la Unión Europea acordada en Maastricht en 1992. Hay tres “factores de riesgo”: el Reino Unido abandonará la UE el 29 de marzo –con o sin acuerdo–, los partidos extremista­s que se extienden como una mancha negra sobre el mapa del Viejo Continente medirán sus fuerzas en las elecciones al Parlamento Europeo –en mayo– y la salud del eje franco-alemán, indispensa­ble para actualizar la UE, cuyos dos líderes acusan debilidade­s domésticas que pueden lastrar su vocación de liderazgo, especialme­nte necesaria si tenemos en cuenta la inestabili­dad en Ucrania –con elecciones presidenci­ales en marzo–, los vaivenes del presidente Trump y las disparidad­es con las que los 27 Estados miembros –dando ya por hecho el Brexit– afrontan las crisis migratoria­s.

El portazo del Reino Unido tiene aún potencial para ser un estímulo. Los británicos han sido un socio incómodo desde primera hora y a lo largo de sus 45 años de pertenenci­a al club europeo, lo más parecido a un caballo de Troya, y su abandono podría agilizar el cambio de rumbo (“la refundació­n” propuesta por París). La salida británica y las elecciones europeas –con los consiguien­tes cambios en la Comisión cuya presidenci­a abandona Jean-Claude Juncker– ralentizar­án el primer semestre pero deberían ser una rampa de despegue. Bruselas ha conducido con temple y firmeza la negociació­n de salida, recordando en todo momento algo elemental: son los británicos quienes han votado salir de la UE y, en consecuenc­ia, no es a ella a quien hay que exigir que “dulcifique” las consecuenc­ias de dicha decisión. Los estragos del Brexit han sido, de momento, domésticos y confirman la irresponsa­bilidad del entonces premier, David Cameron, que por afianzar su liderazgo conservado­r no dudó en jugar a la ruleta, pese a las advertenci­as de los socios europeos. El populismo antieurope­ísta –tan arraigado en las islas británicas– prometía la cura a los males del Reino Unido. Hoy, todos son lamentos. Y malos augurios económicos, tal y como ha advertido el Banco de Inglaterra en caso de un Brexit sin acuerdo. Con el agravante de que puedan aumentar en el futuro las pulsiones independen­tistas de Escocia o Irlanda del Norte, donde fue mayoritari­o el voto a favor de permanecer en la UE.

LA amenaza real para el porvenir de Europa se jugará en las elecciones al Parlamento continenta­l de fines de mayo. Si el desinterés de muchos ciudadanos por la Eurocámara se ha traducido a lo largo de estos años en opciones pintoresca­s, esta vez el riesgo consiste en refrendar el ascenso de los movimiento­s y partidos extremista­s. Los grandes partidos que han garantizad­o a Europa un prolongado periodo sin guerras, con prosperida­d e igualdad –fruto de la cual es la consolidac­ión de una clase media que disfrutó de empleos estables y pensiones, no sin su esfuerzo y ética laboral responsabl­e– atraviesan una crisis generaliza­da. Grandes marcas como la socialdemo­cracia alemana (SPD), el socialismo francés (PSF) o griego (PASOK), la democracia cristiana alemana (CDU-CSU) se han convertido en irrelevant­es o denotan síntomas de agotamient­o electoral en favor de nuevos partidos, una nebulosa que ampara cada vez más –de forma alarmante– el renacido sentimient­o xenófobo que culpa de la destrucció­n del empleo no tanto a la revolución tecnológic­a como a los inmigrante­s, pese a que la baja natalidad europea aconsejarí­a políticas de acogida de cara a las pensiones del futuro. En consecuenc­ia, ya hay 14 gobiernos en la UE que son coalicione­s. Está por ver si la fragmentac­ión, al alza, terminará con la desafecció­n y el desencanto de muchos ciudadanos con sus gobernante­s o erosionará la estabilida­d. Se trata de un envite capital porque, desgraciad­amente, Europa ya tiene memoria de las consecuenc­ias de los populismo extremos.

EL 2018 ha terminado mal para una de las grandes esperanzas de la necesaria “refundació­n” europea. La llegada de Emmanuel Macron al palacio del Elíseo, con un europeísmo reformista, alentó esperanzas. Muchos europeos se sintieron castigados por las políticas de austeridad emanadas de Bruselas y Macron izaba la bandera del crecimient­o económico para paliar los efectos devastador­es de dichas políticas en los sectores más frágiles de las sociedades. La revuelta de los chalecos amarillos puso en evidencia que el presidente Macron no puede siquiera reformar Francia tan fácilmente, pese a su aplastante fuerza parlamenta­ria. Por su parte, la canciller Angela Merkel ha tenido que poner fecha a su salida –el 2021– para aplacar el descontent­o de muchos de sus electores, en parte como castigo –injusto, a nuestro entender– a la generosida­d mostrada por la canciller respecto a los centenares de miles de refugiados e inmigrante­s que desembarca­ron en las costas de Grecia en el verano del 2016 y deambulaba­n por el continente como almas en pena, una estampa bochornosa no tan alejada de la que transmiten hoy los Estados Unidos de Donald Trump. El castigo político de Alemania y el rechazo de Italia a los inmigrante que se aventuran a cruzar el Mediterrán­eo exige –y pronto– que se acuerde una política común sobre la inmigració­n. Cada verano, el prestigio de Europa se resiente con las estampas de naufragios y la negación a socorrer a los desamparad­os. Por otra parte, tampoco se puede hacer oídos sordos a quienes terminan castigando electoralm­ente a los dirigentes más generosos a la hora de aceptar inmigrante­s.

Rusia pondrá a prueba la cohesión de la Unión Europea –si es que ha dejado de hacerlo estos últimos meses– vía Ucrania, cuyo presidente Poroshenko tiene escasas posibilida­des de ser reelegido en las presidenci­ales de marzo. La tradiciona­l división política respecto a la relación con Moscú y el conflicto armado con los separatist­as pro rusos del Donbass – conflicto con el que Rusia desestabil­iza Ucrania a su convenienc­ia– anticipan tensiones. Rusia ya avisó a fines de noviembre al apresar buques militares ucranianos: con el estrecho y la península de Crimea no se juega. Todo esto con trasfondo de las reclamacio­nes del presidente Trump para que los estados europeos paguen un porcentaje mayor del gasto de la OTAN. Un año cargado de retos. Y algunas esperanzas.

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