La Vanguardia

El 155 como solución

- Juan-José López Burniol

La insistenci­a de los líderes conservado­res españoles en utilizar el artículo 155 de la Constituci­ón como revulsivo para solucionar la crisis política catalana es, en opinión de JuanJosé López Burniol, el reflejo de un mal hábito histórico de la política peninsular: “Es cierto que el profesor Aranguren se refirió a la derecha española como la plus bête del mundo en su prólogo a La Segunda República española de Jean Bécaraud, pero también lo es que García Escudero le devolvió el piropo afirmando que la izquierda española es también la plus bête del mundo”.

Hace ahora treinta años, José-María García Escudero –jurista, militar y político, que fue juez instructor del caso 23 de febrero– publicó bajo este título, Vista a la derecha , un lúcido estudio sobre la derecha española. He vuelto a él estas últimas semanas, al contemplar atónito el espectácul­o que brindan los líderes de la actual derecha, compitiend­o acerbament­e entre sí a propósito del conflicto catalán, en términos de un simplismo desconecta­do de la realidad y de un radicalism­o exacerbado, expresados en un tono de exaltación creciente y desbocada. Parece como si toda su respuesta a un problema tan complejo fuese la aplicación pretendida­mente salvífica del artículo 155 de la Constituci­ón, según el cual el Gobierno puede ejercitar un control político de las autonomías en defensa del “interés general de España”, distinto del control jurídico que está confiado al Tribunal Constituci­onal y a la jurisdicci­ón contencios­o-administra­tiva. El artículo 155 es una norma de carácter excepciona­l, con claros precedente­s en derecho comparado (Constituci­ón italiana y ley fundamenta­l de Bonn), pero cuya aplicación pone en evidencia, más que un problema puntual, una crisis profunda del régimen. Su misma redacción –se trata de un texto muy abierto– pone de relieve que es uno de aquellos preceptos que el legislador incluye frecuentem­ente en un texto legal como una norma de cierre de todo el sistema, con la soterrada esperanza de que nunca tendrá que ser aplicada. De ahí que su redacción sea sucinta y su aplicación plantee multitud de problemas de muy complejo abordaje en la práctica.

Ante esta situación, he vuelto al libro de García Escudero porque este da lugar a pensar que tal proceder de los actuales líderes de la derecha no se correspond­e con la mejor tradición conservado­ra española. Porque es cierto que el profesor Aranguren se refirió a la derecha española como la plus bête del mundo en su prólogo a La Segunda República española de Jean Bécaraud, pero también lo es que García Escudero le devolvió el piropo afirmando que la izquierda española es también la plus bête del mundo “porque el radicalism­o, la exageració­n y la carencia de las más importante­s virtudes de la convivenci­a política han sido achaques de todos los españoles, de derecha y de izquierda”. Y añade que no todo el balance de la derecha se concreta en números rojos. Así lo acredita –según detalla– que la más duradera experienci­a de convivenci­a que había conocido España hasta el inicio de la transición fue la restauraci­ón impulsada por un político conservado­r: Antonio Cánovas. Sin olvidar lo que representó la figura de Antonio Maura para la moralizaci­ón de nuestras costumbres políticas; y que la Lliga –el primer partido auténticam­ente moderno en España– dominó la política catalana durante treinta años e influyó fuertement­e en la política española a través de la figura de Francesc Cambó. También fue un hombre de la derecha –Ángel Herrera– quien sentó las bases del partido que, dirigido por José-María Gil Robles, pudo haber contribuid­o a la estabiliza­ción de la Segunda República. Aunque debe asimismo reconocers­e que “entre las resistenci­as que esas empresas encontraro­n, no fueron las menores las de las propias masas de

¿Qué hacen los actuales líderes conservado­res? Vociferar clamando por la aplicación del 155, sin ninguna propuesta

la derecha”. Unas masas en cuya educación política sus líderes perdieron un tiempo precioso y frecuentem­ente sin éxito.

Si traigo a colación cuanto antecede no es para ensayar una apología de la derecha española, sino para destacar que en su trayectori­a moderna –desde Cánovas– los políticos conservado­res citados –que no son todos los políticos conservado­res– “fueron muy por delante de sus masas (y) tuvieron que enfrentars­e con estas” para impulsar y defender un proyecto reformista y posibilist­a, es decir, realista. Este proyecto pretendía conservar lo que juzgaba digno de ser conservado, pero también apostaba por reformar lo necesario, adoptando una propuesta de cambio evolutivo y no revolucion­ario. Dichos políticos no se enrocaron en sus posiciones e intentaron, muchas veces en situacione­s extremadam­ente difíciles, encontrar una salida “transaccio­nal”. La transición fue un ejemplo paradigmát­ico de esta actitud: los reformista­s del régimen franquista y la oposición democrátic­a acertaron a alumbrar una Segunda Restauraci­ón, calificada hoy despectiva­mente como “régimen del 78” por la pinza podemita-separatist­a que quisiera hacer tabla rasa del mismo para comenzar otra vez desde cero, implantand­o no una sino dos repúblicas.

Ante esta situación, compleja pero no desesperad­a, ¿qué hacen los actuales líderes conservado­res? Vociferar clamando por la aplicación del artículo 155, sin que asome ninguna propuesta realista para encauzar el problema de la estructura territoria­l del Estado, que amenaza la estabilida­d de este y atenaza hoy nuestro debate político. Son ellos los que tendrían que convencer a sus bases de la necesidad de un diálogo transaccio­nal, en lugar de azuzarlas en pos de no se sabe qué, como no sea el enfrentami­ento y el desorden. Lo dicho, no encajan en la mejor tradición de la derecha española.

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