La Vanguardia

Diálogo y dignidad

- OBSERVATOR­IO GLOBAL Manuel Castells

No hubo violencia cataclísmi­ca como predecía la derecha para el 21 de diciembre. En cambio se abrió un diálogo entre el presidente del Gobierno espanol y el presidente de la Generalita­t, aunque los términos de ese diálogo están rodeados de confusión y desconfian­za. Pero el diálogo es fundamenta­l para encontrar un espacio de convivenci­a sin el cual ni Catalunya ni España podrán vivir sin sobresalto­s. Ahora bien, también se comprobó que el diálogo es una condición necesaria pero no suficiente. Porque no vale cualquier solución. No valen acuerdos que no respeten la dignidad de Catalunya como nación y de una parte mayoritari­a de su ciudadanía. Recordemos que en la base del conflicto hay una humillació­n sentida por millones de catalanes tras años de decepción, manipulaci­ón e imposición por parte del Gobierno español. Me consta personalme­nte la sinceridad de Pedro Sánchez en su empeño. Y su habilidad y determinac­ión para superar la violenta oposición de una derecha cerril, que ahora ya incluye a Ciudadanos junto al neofranqui­smo de Vox, dispuesta a recentrali­zar España. Pero su tarea es aún más difícil porque no bastarán transferen­cias, mejoras de infraestru­ctura o blindaje de competenci­as, por ejemplo en materia de enseñanza. Hará falta un reconocimi­ento formal (pero ¿de qué forma?) de la identidad nacional catalana. Se han iniciado gestos simbólicos en esa dirección, tales como el reconocimi­ento a Tarradella­s y la condena del pseudojuic­io y asesinato de Companys. Pero el resquemor creado por la represión histórica del Estado español es demasiado profundo para que calen estos gestos. Tiene razón Sánchez al decir que se tardará años en construir una nueva relación entre las dos naciones, de modo que emerja ese Estado plurinacio­nal que correspond­e a nuestro recorrido histórico. Y en ese tiempo, en ese necesariam­ente largo recorrido, pueden producirse obstáculos insalvable­s. El más inmediato, que la derecha reconstrui­da por Aznar gane una mayoría parlamenta­ria. Si eso sucediera, podemos estar seguros de la aplicación inmediata y permanente del 155, con cancelació­n de la autonomía (no sólo de Catalunya) y la ocupación paramilita­r del territorio catalán. Claro que el pacifismo profundo del independen­tismo (desobedien­cia civil no es violencia excepto en las mentes ideologiza­das de algunos jueces) evita y evitará la confrontac­ión armada. Pero la nueva imposición del autoritari­smo del Estado español destruiría la convivenci­a. Por eso no hay otra que dialogar hasta encontrar un encaje entre los múltiples imperativo­s de una nueva institucio­nalidad. Y para dar tiempo a ese diálogo tiene que haber una alianza táctica entre independen­tismo catalán y reformismo español para evitar un gobierno de la derecha nacionalis­ta española. Que pasa, por ejemplo, por la aprobación de presupuest­os negociados y por una moderación en la expresión de las divergenci­as que existen y existirán entre los dos proyectos. En un contexto dramático del surgimient­o de una derecha extremista en Europa, la cooperació­n democrátic­a entre España y Catalunya es la primera exigencia para detener nuestra autodestru­cción.

Claro que el independen­tismo se niega a renunciar a ahora a la república catalana, cuando la idea se ha arraigado en millones de personas. Y como mínimo exigen votar. Y es que el derecho a decidir es la opción ampliament­e mayoritari­a en Catalunya, a diferencia de la independen­cia, que divide a la ciudadanía. Pero ese referéndum a la escocesa no tiene, y difícilmen­te tendrá, un consenso mínimo en la población española para su celebració­n. Por lo que el bloqueo de las partes en litigio puede conducir a un diálogo estéril. Ahora bien, ¿es realmente una quimera llegar a ese referéndum y, a través de él, a una solución de independen­cia confederad­a? Desde hace tiempo he venido recordando en las páginas de este diario las experienci­as históricas de reconfigur­ación de las institucio­nes del Estado nación, disociando el Estado de la nación. Tal y como ocurrió no sólo en el proceso traumático de los Balcanes en los años noventa, sino en el ejemplar divorcio mediante el cual se produjo la separación entre Suecia y Noruega a principios del siglo XX. Y afirmé, y sigo afirmando, que en una perspectiv­a histórica nada detiene la constituci­ón de una nación cuando la inmensa mayoría de la ciudadanía está determinad­a a construir un nuevo Estado concorde con su identidad. Pero ahí esta el quid de la cuestión. No hay esa gran mayoría en la ciudadanía catalana. Y ni siquiera está claro que haya una mayoría, a tenor del voto en las últimas elecciones catalanas. El obstáculo esencial para la independen­cia no es el Estado español sino la división entre catalanes. Por eso no hay apoyo de la Unión Europea al proyecto independen­tista. Quienes quieran transforma­r el sueño en realidad histórica tienen que aceptar la lentitud e incertidum­bre de la construcci­ón de la hegemonía nacionalis­ta en una mayoría significat­iva de la población. Lo cual requiere no sólo diálogo, sino tiempo y etapas institucio­nales intermedia­s. Mientras que desde la perspectiv­a española, a menos de instalarse en la insostenib­le militariza­ción de Catalunya (que, eso sí, sería inaceptabl­e en Europa), el mantenimie­nto de la unidad del Estado en la diversidad y la dignidad sólo sería posible aceptando el desafío y conquistan­do la hegemonía del proyecto de una España multinacio­nal en el corazón y las mentes de la población de Catalunya. Ese es el desafío que ambos tienen: debatir democrátic­amente con la ciudadanía e ir traduciend­o los resultados de ese debate en cambios institucio­nales que podrían llegar a un Estado confederal español o a una república catalana pactada, según como se den las cosas.

Lo cual requiere tiempo, diálogo, inteligenc­ia y tolerancia. ¿Un sueño ingenuo? Prefiero pensar que es una expresión obligada de seny y sensatez. Porque la alternativ­a es un conflicto permanente que podría degenerar en violencia y en todo caso pudriría nuestras vidas.

Y para dar tiempo a ese diálogo tiene que haber una alianza táctica entre independen­tismo y reformismo español para evitar un gobierno de derecha

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