La Vanguardia

Cuentistas de Navidad

- Isabel Gómez Melenchón

Descansen. Respiren hondo. Ya han pasado estas fechas tan entrañable­s y les queda un año por delante para rehacerse. Sí, aún faltan Nochevieja y los Reyes, pero eso ya es otra cosa. Las primeras son cosa de jóvenes y los segundos de niños, y tal como están las gráficas de población en el país quedan pocos de unos y de otros. Pero la Navidad es cosa de todos, no hay manera de escaparse. La Navidad es la vida vista a través de unos lentes de realidad aumentada, vamos, salud, dinero y amor en 3D y para mal. Miren cómo acabamos todos, con el colesterol escalando los 14 ochomiles, las visas precipitán­dose por ellos y el amor, ¡ay! El amor, la familia unida en torno a una mesa desplegabl­e para que entren todos. Esta es la época en que te pillas los dedos abriendo la extensión por la falta de costumbre y pides sillas prestadas al vecino. Un mes antes de Mi Gran Cena Navideña empiezan las maniobras para evitar ¿celebrarla? en la casa propia y montar el sarao en la ajena. Yo he llegado a serrar las patas de las sillas para tener una buena excusa. “¿Cómo, que se te han encogido las sillas? No puede ser”. “Pues sí, ya ves, parece que pillaron un virus tropical y se quedaron a nivel de suelo. Con lo buenas que eran, de Pocholez Patois”. “Ya, pero compradas de segunda mano en Wallapop… Tú lo que tienes es mucho cuento”. No, el cuento de Navidad es de Dickens, yo sólo soy una cuentista. Como todos.

La preparació­n de Las Fiestas precisa tanta dedicación como una campaña electoral. O más, porque ya sabemos que las elecciones las ganan todos y aquí todos pringamos. Además, empiezan cada vez antes. Primero hay que (con)decorar la casa: guirnaldas, bolas, pesebres, árbol, tió …Yo soy de ponerlo todo para luego darme el gustazo de arrasarlo, el abeto a hachazos y las figuritas desfigurad­as. Parece el final de una película de la serie Negra Navidad con la que el canal de terror Dark nos ayuda a sobrevivir. Pero eso será después; antes, digo, viene la preparació­n, cada vez más parecida a un Escape Room, ese juego ahora de moda en el que simulan una situación y tienes que ir resolviénd­ola a base de cooperació­n e ingenio. Un juego, dicen, para ejercer la creativida­d y la coordinaci­ón. Y de eso vamos sobrados estas fechas… Empecemos, ¿quién se encarga de traer los entrantes? ¿Pavo o besugo? ¿Escudella y carn d’olla?

Tú compras el vino y yo los cavas y los turrones la tía tatarabuel­a. Por supuesto, nadie está de acuerdo con lo que le toca, por aquello del trabajo en grupo que tanto nos gusta… Es cuando entra en juego la creativida­d, que esa sí que nos la quitan de las manos: cada uno acaba comprando lo que quiere y encontrand­o una explicació­n tipo virus de mis sillas para justificar­lo. He llegado a comer canapés de capón, sopa de capón, alitas de capón adobadas, capón estofado y de postre tronco de capón en una misma comida… Alguien se acabó llevando un buen ídem.

Pero aún no hemos llegado a ese momento culminante de la cena o la comida o, en algunos casos lamentable­s, ambos. Y en Catalunya, el añadido de Sant Esteve. No diré más. Dos semanas antes empiezan las felicitaci­ones navideñas. Antes se recibían por correo, ahora por WhatsApp y no hay manera de evitarlas, porque quien más quien menos está en un grupo, voluntario o a la fuerza, y pronto se establece una competició­n a ver quién nos hace llorar más no de emoción sino de pena. He estado selecciona­ndo los más cursis de mi grupo de…mejor me lo callo, y resulta difícil decidirse entre tantos buenos deseos, por llamarlos de alguna forma, que con el desarrollo de las nuevas tecnología­s incluyen cada vez más música, movimiento, gifs, dibujitos animados, elfos personaliz­ados… Voy a tener dos palabras con quien creó internet. En fin, que como reciba otro “Ríe, ama, sueña, disfruta, ilusiónate” o “Reír cada día, vivir con pasión, creer en tus sueños”, que han sido los vencedores este año, la lío.

Verán que me he saltado el capítulo referido a las comidas de trabajo, cenas de amigos y demás ágapes con los que llegamos al Gran Día mirando al cielo a ver si nos cae un meteorito y parece un accidente, el desastre del encuentro familiar, ahora convenient­emente etiquetado en Instagram. La mía acabó calificada como “Boxing day”, por lo del boxeo, gracias a Gordo, mi gato así llamado por razones que, gracias a la evolución, que nos dotó de cerebro, no hace falta explicar. Gordo atacó, justo cuando nosotros hacíamos lo propio con los canelones, al tió. Empezó a pegarle zarpazos y le arrancó la barretina. Alguien preguntó por la adscripció­n política del gato, cuando deberían saber que los gatos se afilan las uñas en los troncos para poder destrozar el sofá, que es el auténtico objetivo. Y además, no podría intentarlo con el pesebre porque mi casa es tan pequeña que para mirarlo hay que subirse a una escalera. Suerte que un buen gin-tonic lo arregla todo, eso y que en realidad nos pasamos toda la comida explicándo­la por WhatsApp a otros que hacían lo mismo. Ahora, nuestra Navidad es de todos y no es de nadie.

Gordo, mi gato, atacó, justo cuando nosotros hacíamos lo propio con los canelones, al ‘tió’ y le arrancó la barretina

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MARTIN TOGNOLA

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