‘Nostalegría’
Último sábado del 2018. Trescientos sesenta y tres días han pasado hasta este preciso momento. Es inevitable no ojear mentalmente la revista de tu año; volver al comienzo, hacer un cómputo total de los instantes que han marcado el camino de una aventura que empieza como todas, con ilusión, expectación y cierto vértigo. Me declaro ferviente seguidora de la vorágine previa a la Nochevieja. Cuarenta y ocho horas en las que el mundo parece acelerarse y a la vez, el tiempo se estira para saborear el sprint final. Supermercados rebosantes de nerviosismo, laberintos pavimentados en los que pasean las preocupaciones y una aureola de sueños por cumplir que invade la ciudad.
Tras la tradicional discusión de uvas con o sin pepitas, llega el fitting más esperado y complicado; la elección del look para recibir con glamour y dignidad, el nuevo comienzo. Dilemas tan profundos como ¿brilli brilli? ¿negro o rojo? ¿mini falda o vestido largo? martillean seguidamente tu cabeza aumentando los niveles de ansiedad propia de una velada tan caótica como es el 31.
A media hora de que Roberto Leal nos salude desde el balcón de la Puerta del Sol, la lista de obligaciones es interminable. La temible búsqueda de algo rojo; para los más precavidos ropa interior a estrenar, o un triste lazo u hilo para los más remolones. Vestirse de rojo es para mí un deber inquebrantable. Como buena aries, este color me dota de empoderamiento, energía, y además simboliza el amor, la pasión, la vida, y la valentía para enfrentarme a una nueva carrera de fondo.
Perfectamente ataviados, comienza el ritual de los deseos y futuras pretensiones. Mucho amor, infinita salud, cuentas corrientes boyantes, viajes por el mundo entero, novios para las solteras, paciencia para las casadas…un sinfín de ambiciones dejadas en manos del futuro y de rutinarias tradiciones que nos ayudarán a ello. Copa de champagne en mano con anillo dorado y confeti ametrallador en posición, las uvas comienzan a bailar en sus respectivos platitos y los cuartos del afamado reloj de Sol despiertan el histerismo de los españoles.
No importa el tiempo que pase, la cuenta atrás antes de
No importa el tiempo que pase, la cuenta atrás antes de las doce campanadas es un momento de colapso y desorganización
las doce campanadas es un momento de colapso y desorganización. Ni la tecnología, ni las detalladas directrices de Anne Igartiburu, ni los muñequitos virtuales comiéndose las uvas, podrán nunca despejarnos el gran interrogante de saber cuándo hay que comerse la primera uva. La sensación de
nostalegría, una inevitable argamasa de nostalgia y alegría, es también habitual en una noche tan mágica y melancólica en la que deberíamos pedir menos y valorar más.
Para todos vosotros, ¡feliz 2019!