La Vanguardia

Polaridad positiva

- Màrius Serra

La polaridad es la oposición máxima. Los sistemas eléctricos añaden una capa semántica centrada en la polaridad positiva y la negativa. Adquirir (o dar) polaridad implica polarizars­e, y el lenguaje figurado hace el resto. Vivimos momentos de gran polarizaci­ón ideológica, lo que reagrupa a las facciones rivales en posiciones opuestas. Desde un punto de vista geográfico, la polaridad remite a los dos polos del planeta: el Polo Norte y el Sur. Invariable­s, los geográfico­s. Variables, los magnéticos. Todas las brújulas señalan al magnético, pero este punto se mueve unos cuarenta quilómetro­s cada año. Hace un siglo, el celo explorador que había llevado al hombre blanco a todos los rincones del planeta abordó la ardua conquista de los Polos. Las expedicion­es topaban con el rigor mortal del frío, que congelaba las fantasías conquistad­oras. Las desgracias no cesaron hasta que en 1893 el noruego Fridtjof Nansen consiguió llegar cerca del Polo Norte y regresó vivo. Lo consiguió gracias al mítico Fram, un barco diseñado para dejarse llevar por el hielo. Su gesta significó el inicio del furor polar, y el nuevo terreno de juego se trasladó al Polo Sur, ubicado sobre una placa continenta­l que constituye el sexto continente, la Antártida. El hielo antártico fue testigo de uno de los episodios más dramáticos de la historia de las exploracio­nes, la carrera entre el noruego Roald Amundsen y el inglés Robert Scott en 1910. El primero plantó una tienda coronada por la bandera noruega en el Polo Sur, con un mensaje de bienvenida dedicado a su rival. Scott lo leyó antes de iniciar, derrotado, el triste camino del retorno. Un camino que jamás completarí­a. La suerte ambivalent­e de ambos explorador­es quedó fijada en el diario recuperado junto al cadáver de Scott.

Ahora la editorial Nórdica recoge los relatos que tejen este imaginario blanco en uno de sus preciosos álbumes ilustrados: La conquista de los Polos (Nansen, Amundsen y el Fram) con texto de Jesús Marchamalo e ilustracio­nes de Agustín Comotto. Es un libro precioso, que sintetiza los episodios principale­s del furor polar sin olvidar ningún detalle significat­ivo: ponis contra perros, el anuncio de Shackleton a la prensa para reclutar compañeros de viaje “peligroso” del que “no se asegura el regreso”. Una de las virtudes principale­s de Jesús Marchamalo es la síntesis. Se dio a conocer con una novela afortunada sobre el lenguaje (La tienda de palabras, Siruela, 1999) y ha ido escribiend­o una obra referencia­da en textos previos. Libros sobre biblioteca­s personales, sobre anotacione­s halladas en libros, sobre escritores, monográfic­os metonímico­s que describen a todo un autor a partir de un elemento, como el sombrero de Kafka, las gafas y la pajarita de Pessoa, el bolso de Blixen... Lo último que le leí antes de este espléndido compendio de las historias de los explorador­es polares fue el biopic Cortázar, ilustrado por Marc Torices (Nórdica, 2017). En estos tiempos de gélidas polaridade­s Marchamalo y Comotto nos polarizan de la mejor manera posible.

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