La Vanguardia

Hegerberg

- David Carabén

Entre el 2007 y el 2014 la cadena norteameri­cana AMC emitió la magnífica Mad men. El título de la serie de Mathew Weiner –“Hombres locos”, en castellano– era un enrevesado juego de palabras. Por una parte, se refería al nombre que recibe popularmen­te la industria de la publicidad en Estados Unidos, ubicada mayoritari­amente en la avenida Madison (Mad Av, o “avenida loca”), de Manhattan. Por otra parte, apuntaba al motivo central de la trama, la crisis de la masculinid­ad tal como se había entendido en Occidente hasta el advenimien­to de la sociedad de consumo, a partir de los años cincuenta, cuando la mujer se incorpora de manera masiva y definitiva al mercado de trabajo.

La serie planteaba de manera brillante las diversas maneras como las mujeres habían plantado cara al machismo rampante de aquella industria, metáfora perfecta de todas las otras y de un periodo concreto del capitalism­o: desde Joan Holloway, la secretaria que no renunciaba a recurrir a su atractivo físico para ascender en la empresa, hasta Peggy Olsen, la talentosa copywriter que, ante una prometedor­a carrera profesiona­l, no se resignaba a una maternidad impuesta. Contra la vacuidad del pasmarote Don Draper, un Don Juan con crisis de identidad, Mad men ponía en el centro de atención el lento pero inexorable ascenso al poder de las mujeres.

Todavía hoy, el mundo del fútbol permanece como un bastión casi inexpugnab­le de la cultura machista de la que provenimos. Sobre todo quienes más amamos este deporte, y quienes tratamos de entenderlo, tendríamos que ser los primeros en advertirlo. Es innegable cómo en los últimos 40 años hemos podido ver cómo algunas cosas iban cambiando. Lo han hecho tan lentamente y de manera tan exasperant­e

“Por favor, creed en vosotras mismas”, dijo la futbolista noruega, ganadora del primer Balón de Oro

y heterogéne­a como la serie de televisión. Podríamos incluir desde la desaparici­ón de las sórdidas páginas de pecho-y-muslo en los diarios deportivos hasta la espectacul­ar saga de periodista­s deportivas que tenemos en este país, muchas formadas al calor de la retransmis­ión de Puyal; desde la transforma­ción de una WAG como Nuria Bermúdez en agente FIFA hasta la primera presidenci­a de un club de primera división de la Liga española a cargo de una mujer: Teresa Rivero, en el Rayo Vallecano; desde la moda metrosexua­l, aparenteme­nte frívola, de depilarse el pecho, en las antípodas de la orgía capilar de los años setenta, hasta el paso de reivindica­r la furia a celebrar el tiqui-taca... Y claro, desde la movilizaci­ón histórica del último 8 de marzo hasta la entrega, este 3 de diciembre, del primer Balón de Oro femenino a la noruega Ada Hegerberg. La estúpida anécdota de la gala nunca tendría que haber tapado las últimas palabras de su discurso, que quiso dirigir a las jóvenes de todo el mundo: “Por favor, creed en vosotras mismas”. ¡Feliz año nuevo!

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