La Vanguardia

Al galope por el desierto

- Santiago Segurola

Entre todas las grandes sequías del fútbol, ninguna destaca más que la del Liverpool en la Premier League. De hecho, no la ha ganado nunca. Acaparó títulos en el formato anterior de la Liga inglesa, pero hay que remontarse hasta la temporada 1989-90. En términos futbolísti­cos es una eternidad, exponencia­lmente multiplica­da por el rango de un club que apenas dejó migas a sus rivales durante los 15 años anteriores. La Premier League es larga y agotadora, tanto en el capítulo físico como en el mental, pero todo parece encaminado al éxito del Liverpool, que no decae. Se mantiene invicto.

Un arrebato feroz preside su juego, como si el equipo estuviera en trance. Nada detiene al Liverpool, ni las malas noticias. El Arsenal amagó ayer con interrumpi­rle la fiesta. Marcó pronto en Anfield, pero dos minutos después ya estaba derrotado por su incompeten­cia defensiva y los goles de Firmino. Se desató una tempestad que dejó a los

gunners en cueros. Recibieron cuatro goles en el primer tiempo. El viejo Anfield, que se ha erigido en el último mohicano contra la modernidad, rugió con la sonoridad que suele aterroriza­r a los rivales. Sólo el arrebato de la hinchada se puede comparar al incontenib­le juego del equipo. Es una ecuación perfecta.

El Liverpool respira a Klopp por todos los poros. Con el considerab­le prestigio que había adquirido en el Borussia Dortmund, el técnico alemán llegó al club en octubre del 2015. Desde entonces no ha ganado un solo título. Sin embargo, su situación ha sido radicalmen­te contraria a la de José Mourinho. La gente del Liverpool adora a Klopp y su propuesta futbolísti­ca, que no es otra que rock and roll a todo trapo. Como suele ocurrir con todos los grandes del fútbol, el Liverpool tiene un sello distintivo. Es veloz, vertical y vigoroso. Se le distingue a la legua.

Aunque el Liverpool ha ganado una Liga de Campeones y ha sido finalista en dos ocasiones durante su larguísimo invierno, su decadente papel en la Premier coincidió con la pérdida de personalid­ad en su juego. No hubo equipo más diferente en Inglaterra que el Liverpool de Bill Shankly, Bob Paisley y Joe Fagan. Su famoso passing game no encontró antídoto en una Liga dominada por el pelotazo a la olla, pero poco a poco, entre tragedias imborrable­s, el equipo comenzó a perder su identidad. Nada distinguía al Liverpool, excepto su historia y la fidelidad de una hinchada que ha atravesado este desierto sin declinar el apoyo al equipo.

El Liverpool de Klopp ofrece más vértigo que el Liverpool de Shankly y la misma convicción en el campo. Fútbol a la máxima velocidad, a tambor batiente. La idea ha tardado casi tres años en concretars­e, pero está claro que funciona, en gran medida porque Klopp ha sabido detectar a los jugadores convenient­es para su modelo de fútbol y las inconvenie­ncias que lo penalizaba­n. Por mucho que se hable de entrenador­es, dibujos y tácticas, el fútbol siempre depende de los futbolista­s. Este Liverpool es un ejemplo.

El equipo tenía asegurados los goles

No hubo equipo más diferente en Inglaterra que el Liverpool de Bill Shankly, Bob Paisley y Joe Fagan

con Salah, Mané y Firmino. Sin embargo, a su defensa le faltaba jerarquía y un buen portero. Klopp no dudó. En enero fichó al central holandés Van Dijk, que se ha revelado como un tótem defensivo, y en el verano adquirió al portero brasileño Alisson, procedente del Roma. El Liverpool pagó 150 millones de euros por el combo, una minucia de inversión a la vista del resultado que han ofrecido. El equipo marca al galope y sólo ha recibido ocho goles. Falta medio campeonato, pero el Liverpool apunta a campeón.

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PETER POWELL / EFE Klopp, ayer ante el Arsenal
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