La Vanguardia

Las palomas gaditanas

- Quim Monzó

Quim Monzó dedica la última columna del 2018 a las medidas que ha tomado el Ayuntamien­to de Cádiz para reducir el número de palomas de la ciudad y así tener más contentos a los turistas: “Están los turistas sentados en una terraza, a punto de tomar una cervecita y comer algo y, sin ningún tipo de respeto, se tiran encima de la mesa, les picotean la comida y, a veces, satisfecha­s, se cagan”.

No sabía yo que en Cádiz tienen también problemas con las palomas. Serán problemas gordos porque incluso la CNN ha hecho un reportaje sobre los planes que tienen para erradicarl­as. Según el Ayuntamien­to, hay nueve mil, tres veces más de lo que la ciudad puede soportar. De forma que han decidido pulírselas. No cazándolas con redes como se hace en algunos sitios (y como se hacía antes en Barcelona, creo) para luego sacrificar­las sin cámaras delante. Tampoco aplicarán la técnica que se aplica aquí desde hace años: darles pienso anticoncep­tivo; porque el pienso anticoncep­tivo comporta un proceso lento que hace que la ciudadanía tarde en darse cuenta de que la población de aves disminuye, y en Cádiz necesitan que la mejora se note enseguida.

Por este motivo lo que harán será atrapar cinco mil de las nueve mil palomas censadas y trasladarl­as 270 kilómetros lejos, una distancia que consideran óptima para que no vuelvan. Dice el Ayuntamien­to que, aunque las palomas tienen un gran sentido de la orientació­n, si las llevas a 270 kilómetros de su lugar, se quedan en su nuevo entorno. ¿Por qué

Para deshacerse de las palomas, en Cádiz iniciarán una política de órdenes de alejamient­o

270 kilómetros y no 250 o, ya puestos, 300? No lo sé. Deben tener expertos que saben que a esta distancia el GPS se les desconfigu­ra.

Como en todas partes, el problema de las palomas gaditanas es que cagan por todas partes y son un riesgo para la salud. Y lo más importante: ¡molestan a los turistas! Están los turistas sentados en una terraza, a punto de tomar una cervecita y comer algo y, sin ningún tipo de respeto, se tiran encima de la mesa, les picotean la comida y, a veces, satisfecha­s, se cagan. El gerente de uno de los restaurant­es de la céntrica plaza de la Catedral explica el problema: “No estamos exagerando, las palomas ya no le temen a los humanos. Se tiran a la comida incluso cuando hay clientes sentados listos para comer. Empujan vasos, platos y jarras al suelo y es un verdadero desastre”. La cosa no mejora si los turistas deciden abandonar la terraza y pasar al interior del local: “Incluso dentro del restaurant­e, entran, saben dónde está la comida y no tienen miedo”. El resultado es que muchos de esos turistas, una vez han pasado por el apuro, deciden no volver nunca más.

Es decir: si sólo molestaran a los gaditanos les habrían dicho que se rasquen, si les pica. Pero, ¡ah!, si molestan a los turistas saltan las alarmas. En todas partes pasa lo mismo. Interés por solucionar el problema si afecta a los guiris, y calma y paciencia si sólo afecta a los indígenas. Antonio de María, presidente de la asociación de hoteleros de Cádiz, dice que hace años que plantearon el problema al Ayuntamien­to y que, finalmente, “hace algunos meses se nos presentó un plan para trasladar las palomas a otra ciudad”. ¿A otra ciudad? Pues que procuren que sea una ciudad sin turistas porque, si los hay, al cabo de dos días se encontrará­n con el mismo problema. Preparémon­os nosotros para recibirlas con una fuerte ovación el día que, de 270 kilómetros en 270 kilómetros, lleguen aquí.

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