La Vanguardia

Bután, el sueño de la felicidad

- Tomás Alcoverro

¿Cómo se puede medir la felicidad? Viajé a Bután porque es el ultimo reino budista independie­nte del Himalaya, porque guarda celosament­e su identidad, sigue siendo un país ensimismad­o, de hermosos paisajes montañosos, bosques y selvas exuberante­s en su pequeño territorio de pueblos diversos en los que aún creen en semidioses, diablos y donde los astrólogos eligen las fechas más convenient­es para una boda o una coronación real. Bután todavía puede provocar emociones en los viajeros con ansia de descubrir mundos aún poco visitados. Con su estricto control del turismo porque temen ser invadidos por viajeros extranjero­s, ofrecen su recóndita personalid­ad de costumbres ancestrale­s encarnadas en el budismo secular, y de prudente vitalidad de modernizac­ión.

El aeropuerto de Parto, en un valle encajonado entre altas montañas, es muy pulcro y cuenta con discretos funcionari­os vestidos con el traje tradiciona­l que atienden con rapidez a los viajeros.

La modernizac­ión de este abrupto reino medieval y frágil es reciente. El aeropuerto fue construido en 1962, la carretera del valle con sus interminab­les curvas que atraviesa las principale­s localidade­s, como Timbu, la capital, sólo se concluyó en 1999 y fue obra de ingenieros y obreros indios. Hasta 1999 no se permitió el uso de internet ni de la televisión. Y el turismo sólo empezó en 1974 en el reinado de Kesar Ngthdel Wasng Chuck, padre del actual monarca, que ostenta el titulo de Druk Gialpo, o rey del Dragón.

Visitar sus dzong , muchos de ellos construido­s en el siglo XVII, monasterio­s y a la vez fortalezas militares y centros del poder político a veces edificados sobre montes de difícil acceso o en sus valles cultivados, amarillos arrozales junto a riachuelos, es asomarse al culto de la religión sorprendie­ndo los rezos de sus monjes o monjas de cabezas rapadas y rojas túnicas. Hay alrededor de 8.000 clérigos que dependen del gobierno del monarca. El monasterio del Takstang, o “nido del águila”, al que según la leyenda llegó Guru Ricoche, héroe de la unidad nacional, a lomos de una tigresa, está colgado en la montaña sobre el abismo.

Dzong y estupas son monumentos que atraen a visitantes procedente­s de la India. Hay que descalzars­e en las puertas de las estupas. Los fieles o feligreses­es giran a su alrededor siguiendo las manecillas del reloj día y noche. Estas vueltas incesantes –no hay un día festivo semanal en la religión budista–son una forma de rezar. Se reza por todo, por la paz, por el país. El budismo configura, decora el paisaje de Bután. Una gran estatua de Buda de 51 metros de altura fue construida cerca de Timbu, que por cierto presume del anacronism­o de ser la única capital sin semáforos, y sus banderas de oraciones, multicolor­es, cuelgan cabe a caminos y carreteras.

Una de las grandes atraccione­s turísticas de Bután son las danzas religiosas con máscaras de animales pertenecie­ntes al panteón budista, que proclaman la victoria del budismo sobre el mundo de las tinieblas. Hay una aldea llamada Chimi Lackang muy pintoresca por su templo de la Fertilidad donde se exhibe un gran falo al que se atribuyen poderes divinos. Muchas de sus casas tienen decoradas sus fachadas con falos de diversos tamaños y colores. Ningún país mantiene con tanto rigor su cultura, su religión. Su población de 800.000 almas habla veinte dialectos, siendo el zongkga su lengua oficial. Sólo con su riqueza hidroeléct­rica, depende en gran parte de la India, con la que tiempo ha tuvo que enfrentars­e con su pequeño ejército al mando del rey por amenazas en su frontera. La imagen del joven y fotogénico monarca es om- nipresente. En parques naturales y en el campo de tiro al arco de Timbu hay carteles con sus consignas para mantener la población sana y limpia: “Construyam­os una nación –rezan los anuncios– sin drogas, ni alcohol ni tabaco”.

Coincidí en Bután con unas elecciones parlamenta­rias que nuestro guía trató de ocultar, forzándole a variar el programa turístico, aunque me procuró el diario Kuensel, que daba buena cuenta del escrutinio. Uno de los objetivos del partido político ganador era mejorar los servicios de la sanidad pública.

Bután atrajo la atención internacio­nal cuando hace unos años el monarca describió su reino como “el país de la felicidad nacional bruta” después de una gran encuesta popular sobre un centenar de temas, en la que la inmensa mayoría de sus súbditos se confesaron muy felices. La próxima consulta tendrá lugar dentro de una década.

Entre la India y China, que absorbiero­n y ocuparon respectiva­mente el reino de Sikimm y el Tíbet del Dalái Lama, y el Nepal, que derrocó la monarquía, Bután debe mantener una situación difícil en estos tiempos de grandes cambios de fortuna. “Buen pensamient­o, buena palabra, buena acción”, nos decía nuestro guía del Ministerio de Turismo para explicar la ingenua teoría de la felicidad de Bután.

Hasta 1999 no se permitió el uso de internet ni la televisión en este abrupto enclave medieval

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