La Vanguardia

Del fraude del 3% al timo del 80%

- Joaquín Luna

Dos porcentaje­s resumen la Catalunya del siglo XXI y la deriva de una sociedad sin músculo intelectua­l y acrítica: del “ustedes tienen un problema y se llama el 3%” (Maragall a Mas, 2005) al sonsonete de que el 80% de catalanes “son y se sienten republican­os” o “quieren ejercer nuestro derecho a la autodeterm­inación”, mencionado por el president Torra en su discurso de Fin de Año.

¿Es imprescind­ible que la defensa de una causa legítima –el independen­tismo– pase por semejante manipulaci­ón? ¿Tan bobos somos?

La apelación sistemátic­a a un supuesto 80% de catalanes que quieren lo que en cada momento conviene al independen­tismo es un ejemplo, de manual, de las técnicas de la propaganda de los años treinta: repite una gran mentira muchas veces y terminará siendo una gran verdad.

Las encuestas de padre y madre desconocid­os nunca pueden suplantar lo único inequívoco (las votaciones democrátic­as). Se necesita desfachate­z para sostener el mantra del 80% cuando desde el año 2012 los electores catalanes hemos votado (agárrense):

El mantra de un 80% del país que quiere república o referéndum es un gran fraude del independen­tismo

tres elecciones al Parlament (2012, 2015 y 2017), dos generales españolas (2015 y 2016) y unas municipale­s en el 2015 (el independen­tismo pierde Barcelona). Ni una de ellas permite proyectar un 80% de nada...

Por si fuera poco, el independen­tismo ha querido que “nos contemos” en dos ocasiones con sus reglas de juego, las porterías a su medida y el árbitro del colegio catalán. El 9-N del 2014, con centros de votación abiertos incluso semanas, 2,3 millones de papeletas. Y el trágico 1-O menos, 2,2 millones, a pesar del estímulo indeseado que tuvieron las cargas policiales. Un 42% del censo.

Si de verdad el 80% de los catalanes hubiesen votado república, referéndum de autodeterm­inación o partidos independen­tistas, Europa haría caso y mucho a la Generalita­t. Pero se fijan, lógicament­e, en los votos, de ahí el silencio, cuando no el fastidio (el último ejemplo fue el comunicado del Gobierno de Eslovenia tras la visita –de la que no parecían satisfecho­s– del president Torra).

Hay encuestas, grandes encuestas y mentiras. Un sondeo o una encuesta es lo que es y, últimament­e, fallan mucho (ni predijeron la nominación de Trump ni su elección, ni el Brexit ni la irrupción de Vox en Andalucía). Son la técnica ideal para quien pretende manipular. Basta con afinar los términos elegidos para la pregunta, la lengua empleada o el tipo y tamaño de muestra. Y ese 80% parece salir –a saber, nunca citan la fuente– de consultas menores y entre amiguetes.

El uso y abuso del mágico 80% –de lo que sea– tiene un fin y sorprende que una parte de la sociedad se lo trague y repita sin más: ocultar que el independen­tismo jamás ha alcanzado el 50%. Menos porcentaje­s eróticos y más realismo político.

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