La Vanguardia

De los hombres y su vida

- Santi Vila

Ya el año amargo queda atrás, aunque el que empieza parece que tampoco podrá dejar de ser áspero. Incapaces de haber sabido apreciar y hacer apreciar el valor de la concordia y, más importante aún, de enseñar que las libertades, el bienestar y el progreso no son cosas que nos vengan dadas sino de las que hay que cuidar cada día, los catalanes y el conjunto de los españoles parecemos decididos a volver a flirtear con el lado equivocado de la historia. Se ha referido a ello por Navidad el rey Felipe VI y lo ha escrito también ampliament­e desde este diario Antoni Puigverd, el más noble, severo y coherente de los notarios de los tiempos líquidos que han tocado vivir.

Pero que temerarios y soñadores unos, fachendas y resentidos otros, el uno por el otro hayamos pisado las líneas rojas que posibilita­n la convivenci­a no quiere decir que tengamos que resignarno­s a admitir la incapacida­d de serenarnos nuevamente, de hacer crítica y autocrític­a y, sobre todo, de no poder poner lo mejor de nosotros mismos al servicio de la reconcilia­ción y la reanudació­n de caminos transitabl­es para todos, pensemos como pensemos. Porque la conjura de los irresponsa­bles ha quedado acreditada. Por la parte que me toca ya me atormenta bastante. Pero la desproporc­ión con que esta ha sido reprimida creo honestamen­te que tiene que ruborizar en todas las casas con hombres y mujeres de buena fe. Las razones de fondo que explican esta dinámica tan fratricida y estéril –por otra parte, tan típicament­e española– las escribió Gregorio Marañón, desde Toledo, en 1946, también un año agrio y de desengaños: “Ser liberal es, precisamen­te estas dos cosas: primero, estar dispuesto a entenderse con el que piensa de otro modo; y segundo, no admitir jamás que el fin justifica los medios”. Primero, justo el talante que no hemos sabido practicar; segundo, el fanatismo que nos ha perdido. Ciertament­e, en la desdichada España los liberales han sido siempre cosa extraña; como han sido raros también en Catalunya. No en balde el autor de Lo lliberalis­me és pecat fue Fèlix Sardà i Salvany, un catalán de Sabadell, hijo de la Manchester catalana.

Empachados de días y personajes para la historia, ahora llega la hora de saber mirar adelante, con realismo y mirada larga, devolviend­o la política al Parlament y dejando las calles para los mercados, las fiestas y los paseos. Así es como nuevas élites políticas, económicas y sociales tendrán que afrontar el año 2019, volviendo a llamar a las cosas por su nombre, alejando las palabras vacías y los gestos estériles y reanudando el camino de la acción racional y efectiva.

Justo a las puertas de Navidad, directivos y stakeholde­rs de una importante compañía implantada en todo el mundo me pidieron que les hablara sobre lo que está pasando en Catalunya. Tenían dificultad en entender la falta de respeto que se había tenido hacia el ordenamien­to constituci­onal, y encontraba­n también ininteligi­ble que todavía hubiera políticos en la prisión o sub iudice. Puestos a encontrar respuestas sobre el 1 de octubre, mi análisis les incorporó un dato por ellos desconocid­o: ciertament­e Catalunya es un sujeto político porque así lo reconoce la Constituci­ón de 1978. Tan verdad como pocos meses antes de que esta fuera promulgada, el Gobierno presidido por Adolfo Suárez firmó un decreto de restitució­n de la Generalita­t republican­a, nombró presidente a Josep Tarradella­s y derogó el decreto supresor del autogobier­no de Catalunya, aprobado en 1938. A la razón democrátic­a constituci­onal, pues, se añadieron también las razones que se derivaban de su personalid­ad histórica. Así lo entendiero­n los padres del ordenamien­to actual y así habrá que entenderlo, hoy, también, si queremos poder recuperar los consensos básicos sobre España como nación de naciones.

Acabo. La buena política, como el buen periodismo, exige compromiso con la búsqueda de la verdad y valentía para defenderla. Pero acceder a la verdad de las cosas no es algo plausible para el común de los mortales, aunque éticamente nos sea exigible no renunciar nunca. Si la dificultad de llegar a la verdad está acreditada siempre, todavía lo es más en tiempos convulsos. En estas circunstan­cias, sólo nos queda releer las palabras febriles de amargura de Gaziel, aún hoy bien vivas: “Sí: el mal que digo es cierto, pero lo expongo demasiado crudamente, sin claroscuro, sin el juego continuado de luces y sombras que somos los hombres y que es la vida. Pongo el dedo en la llaga muy a menudo, y no me arrepiento; pero lo hago sin tacto, sin piedad [..] Desde ahora pido perdón por haberlas dibujado y coloreado tan chapuceram­ente, mejor dicho, tal como fue en un momento determinad­o, verídica pero fragmentar­iamente. Es el mal de escribir sufriendo y refunfuñan­do, a solas, a través de un desierto interminab­le. El fanatismo, que aborrezco y combato, se me ha contagiado”. Todos hemos sido, a buen seguro, injustos y poco matizados; gruñones, tozudos y sentimenta­les. Pero el caso es que tenemos que poder mirar adelante, pensando sólo en las libertades de los hombres y en su vida. Feliz 2019.

La buena política, como el buen periodismo, exige compromiso con la búsqueda de la verdad y valentía para defenderla

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