La ventaja de no esperar gran cosa

ANTONI Puigverd ha puesto las luces largas al 2019 y en su artículo en las páginas de Política escribía que nada invita al optimismo. No se ve salida al pleito catalán y Vox emerge como el pirómano que faltaba en el horizonte. Tampoco el mundo anuncia nada bueno en Brasil, en Turquía o en Rusia. Por no hablar de las crisis del Brexit o incluso de las tensiones en el Vaticano. Y los economistas temen que estemos en el inicio de una recesión: de hecho, China ha sufrido en los últimos meses las mayores pérdidas en sus bolsas de entre los mercados financieros a causa de la guerra comercial y la desaceleración global. Se diría que las uvas de la suerte de Nochevieja están obligadas a hacer un esfuerzo suplementario en el organismo planetario para que la fortuna pueda levantar cabeza.

A finales del siglo XIX (se lo he leído en su último libro a Madeleine Albright), la revista humorística Punch publicó una viñeta en la que aparecían un obispo y su familia tomando el desayuno en compañía de un joven vicario. Al echar un vistazo al huevo que su invitado se comía, reparó en que no estaba en buen estado y le transmitió su inquietud al vicario. Este, muy educadamente, respondió: “Oh, no, monseñor, le aseguro que en algunas partes está perfecto”. El mundo se parece al huevo podrido del vicario, y habrá que tomarse la situación con la misma filosofía. De todas maneras, lo inteligente es que en Catalunya, España, el Reino Unido o China se intente dar respuesta a los contenciosos que llaman a la puerta, con la voluntad de buscar las mejores salidas (o las menos malas). Ya decía Cicerón que es un arte difícil el gobierno de la república. Se está a tiempo de rectificar posturas, aunque se necesita coraje (coincido con Puigverd en que esta es la palabra clave en Catalunya) no para alentar heroicidades, sino para imponer el pragmatismo.

No pinta bien el 2019, pero igual porque esperamos tan poco de él nos sorprende. Es la esperanza de los moderados.