Riad juzga a puerta cerrada a los asesinos de Khashoggi
El fiscal pide pena de muerte para cinco de los once imputados
Cuando se acaban de cumplir tres meses del asesinato en Estambul del periodista saudí Jamal Khashoggi, empieza en Riad el juicio a puerta cerrada de los once encausados. Pocos confían, en realidad, en que las responsabilidades en este crimen de Estado sean depuradas por el mismo aparato estatal que lo planificó, ejecutó y ocultó –mientras pudo–. La identidad de los encartados sigue celosamente guardada y la vista de ayer ni siquiera fue anunciada.
Tampoco hay explicación para el número de imputados, inferior incluso a los dieciocho sospechosos que se infieren de varias grabaciones –a los que Riad añadió inicialmente otros tres dentro del reino–. Por si fuera poco, no se sabe quiénes son estos once y mucho menos los cinco para los que el fiscal general ha pedido la pena de muerte.
Tampoco se sabe si entre ellos están los nombres más sensibles, a saber, el número dos de la inteligencia saudí, Ahmed al Asiri, o el consejero del príncipe Mohamed bin Salman, Saud al Qahtani, o su mano derecha, Maher Mutreb, o el forense mayor del reino, Salah al Tubaigy, o el gran encubridor, el cónsul Mohamed al Otaibi. Hasta el Senado de EE.UU., el país más beneficiado por las exorbitantes compras de armamento de Bin Salman –que es también ministro de Defensa–, ha señalado al príncipe heredero como inductor inequívoco.
Cabe recordar que, una semana después de la desaparición del reformista Khashoggi, Bin Salman concedió una entrevista a la agencia Bloomberg en la que aseguraba que el periodista “salió del consulado al poco rato”. Le faltó añadir que lo hizo cortado en pedazos. La última filtración turca sobre este asesinato político difunde imágenes inéditas en las que miembros del comando enviado desde Riad descargan de un coche varias maletas sospechosas para introducirlas en la residencia del cónsul saudí.
Asimismo, un libro aparecido esta misma semana en Turquía, Atrocidad diplomática, sostiene que los restos de Khashoggi podrían estar encapsulados en el fondo del pozo de la residencia consular. Aunque Arabia Saudí autorizó finalmente la recogida de muestras de agua, se negó en redondo a una inspección en profundidad del pozo.
El juicio no sólo es a puerta cerrada, sino que su inicio se ha dado a conocer a pelota pasada, por parte de la agencia oficial saudí, citando al fiscal general. De hecho, los abogados de los encausados han pedido tiempo para estudiar las acusaciones y se desconoce la fecha de la próxima vista.
La Fiscalía, además, se queja de que el Gobierno turco no atiende el requerimiento de que aporte sus pruebas. Está claro que una cosa es filtrar información de forma extraoficial y otra cosa revelar en un juzgado cómo ha sido auscultada una sede diplomática.
Según el reciente libro –obra de dos periodistas del oficialista Sabah, clave en las filtraciones–, la jefa de la CIA, Gina Haspel, quedó impresionada con los últimos minutos de Khashoggi, que habrían emocionado a su traductor de árabe. Tanto es así que Haspel habría felicitado a su homólogo turco: “Este es un éxito que sólo se da una o dos veces en la historia de una agencia”.
El libro también aporta el nombre de tres de los agentes secretos que interceptaron a Khashoggi, dos de los cuales pasaban por ser simples porteros.
Turquía, por su parte, ha solicitado la extradición de los dieciocho saudíes del comando de Estambul o una investigación a cargo de la ONU. Riad se opone a ambas cosas. Mientras, en el norte de Siria, todo empieza a deslizarse hacia donde quería Ankara.
El juicio coincide con la difusión de otro vídeo que mostraría el traslado de restos a la casa del cónsul