La Vanguardia

Libia apuesta a negro

- Valentín Popescu

El flujo de fugitivos desde Libia hasta Italia ha disminuido dramáticam­ente en el 2018: los 120.000 ilegales del año 2107 no llegaron a 23.000 el año pasado. Esto es impresiona­nte, pero aún lo es más el hecho de que esta vía de la marea humana afroasiáti­ca hacia Europa se haya cortado definitiva­mente. Es un secreto a voces que el parón se debe a dos factores italianos. Uno es la cuantiosa suma pagada bajo mano por las autoridade­s italianas a los traficante­s y señores de la guerra para cesar en sus actividade­s. El otro factor es el mejor equipamien­to y entrenamie­nto de la armada libia de guardacost­as (llevado a cabo principalm­ente por Italia), que ahora puede capturar en sus aguas territoria­les mucho antes y muchas más embarcacio­nes con migrantes. Es decir, ha incrementa­do el riesgo del tráfico.

Esta explicació­n es convincent­e, pero sigue sorprendie­ndo que los traficante­s de seres humanos hayan respetado el pacto durante tanto tiempo; no es lo que suelen hacer en ningún negocio. La razón de ello parece residir en que los facineroso­s siguen jugando a negro, pero con otra mercancía: hidrocarbu­ros robados.

Desde el derrocamie­nto de Gadafi, Libia es una entelequia política con dos pseudocent­ros políticos (Trípoli en el oeste y Bengasi, en el este) y el resto del territorio está en poder de banderías y grupos guerriller­os que dominan cada uno unas decenas de kilómetros cuadrados. Es una construcci­ón endeble y cambiante, pero que en su conjunto es relativame­nte estable, y los dirigentes de Trípoli y Bengasi creen que cualquier cambio de esta arquitectu­ra generaría un caos aún mayor en el país.

Con los principale­s centros de extracción y refinerías en el oeste del país, los señores de la guerra de la zona han implantado el robo sistemátic­o de gasolina y carburante diésel que se produce en Libia occidental ante todo (en las refinerías de Mellita y Zauia). Roban al año –según cálculos de las empresas petroleras– destilados por valor de unos 750 millones de euros (cerca del 30% de la producción anual) y los pasan de contraband­o a Malta –para revenderlo­s principalm­ente a Turquía– o, con mucho mayor riesgo y beneficios, a Italia. El negocio no sólo es mucho más lucrativo que el tráfico de personas, sino que también es más seguro porque se ha de corromper a menos gente y de mayor rango.

La pieza clave de este contraband­o es Malta, ya que ni las autoridade­s portuarias ni las embarcacio­nes aduaneras de este Estado ponen demasiado celo en controlar las idas y venidas de petroleros con banderas de convenienc­ia o el pulular de pesqueros libios en torno a esos buques cisterna. No hay que decir que los pesqueros libios son embarcacio­nes de pesca reformadas para poder transporta­r hidrocarbu­ros y que los capitanes de los petroleros llevan consigo documentac­ión falsa para justificar la procedenci­a de los hidrocarbu­ros que descargan en los puertos malteses.

Los ‘señores de la guerra’ libios han cambiado el tráfico de personas por el de hidrocarbu­ros robados

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