La Vanguardia

Malas compañías

- Pilar Rahola

El último movimiento de Vox en la negociació­n por la Junta, en forma de agresivo envite contra las políticas de género, es una jugada que, desgraciad­amente, le saldrá bien, salga como salga. Esa es la trampa en la que se han metido, con más prisa y voracidad que sensatez, los dos partidos de la derecha española, aceptando que el trono del poder podía poseerse con los votos de la ultraderec­ha.

Imaginar que saldría gratis pactar con esa ideología extrema ha sido un acto de enorme irresponsa­bilidad política, compartida, por cierto, por la absoluta mayoría de medios de comunicaci­ón del Madrid y Corte, que se han prestado, con entusiasmo, a blanquear, normalizar y naturaliza­r al neofascism­o. No deja de ser sorprenden­te hasta qué punto son muchos en España los que están dispuestos a perdonarlo todo, si se hace en nombre de la unidad, la patria, la Corona, la rojigualda y, si me apuran, la Legión y su cabra. Y, por supuesto, si paran por lo civil o por lo criminal –que diría el ínclito Inda– la rebelión catalana. La cuestión es preguntars­e el coste político, y también social, de toda esta operación de blanqueo del ultrismo ideológico,

Todo se perdona, si se hace en nombre de la unidad, la patria, la Corona, la Legión y la cabra

cuyos efectos serán tan letales como duraderos.

Especialme­nte, porque, como planteaba al inicio, la extrema derecha no tiene nada que perder y todo por ganar. El órdago de Vox sobre la violencia de género es, en este sentido, un manual de éxito seguro: lo sitúa en posición de eje por donde vuelve a pivotar el debate de género, que, aparenteme­nte, estaba cerrado y había conciliado amplios consensos; con ello prueba su capacidad de crear complicida­des sociales con sus posiciones ultras; además, gana espacios ideológico­s al polarizar en los extremos a la sociedad; y, finalmente, recuerda su posición de fuerza emergente en el panorama político, mientras lanza un aviso para navegantes azules y naranjas, a los que pone en situación de rey desnudo. Es decir, los desnuda ante su pacto ignominios­o, no en vano los maximalism­os ultras desmontan la campaña de blanqueo que peperos y ciudadanos habían hecho de los Vox boys. Además, les avisa de dicha naturaleza del pacto y de los problemas que les acarreará en el futuro. Y, lo que es más letal, pone en jaque las posiciones políticas de la derecha, ante su electorado, cada vez más escorado en el córner extremo.

Por supuesto, parece evidente que no pueden aceptar los postulados de Vox respecto a la violencia de género, pero les abre un boquete ideológico entre sus votantes. Todo sumado, si PP y Cs no aceptan, Vox gana: se mantiene en su ideario y demuestra músculo político. Si PP y Cs aceptan, se derrumba su credibilid­ad política, provocan un escándalo social y pierden centralida­d. Lo cual nos lleva a la lección que la historia repite insistente­mente y nunca acabamos de aprender: irse a la cama con la extrema derecha siempre significa dormir con el enemigo.

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