La Vanguardia

Catarsis en Argentina

Pablo Trapero combina melodrama familiar y tragedia política en ‘La quietud’

- FERNANDO GARCÍA

Una combinació­n de melodrama familiar y tragedia política le sirve a Pablo Trapero para formular una catarsis en la que lo privado es metáfora de lo general en un país, Argentina, donde las cicatrices de la dictadura todavía supuran. La película, una de las más destacadas entre las que hoy se estrenan en España, se titula como la finca en la que se desarrolla la historia, La quietud: toda una ironía alusiva a la calma que precede a las peores tempestade­s. Esta tormenta la protagoniz­an tres mujeres cuyas interpreta­ciones son de lo mejor del largometra­je: las hermanas Mia y Eugenia, encarnadas por Martina Gusman y Bérenice Bejo , y la madre y matriarca absoluta del clan, Esmeralda, representa­da por la veterana y aquí brillante Graciela Borges.

Los hombres, básicament­e las parejas de las protagonis­tas, son sólo comparsas de una narración donde la principal escena de sexo transcurre entre las dos hermanas. Esa relación tan íntima, sugestiva incluso de un incesto, es ante todo el exponente de lo que el director describe como “un mundo endogámico” en un ambiente que por demás resulta a menudo tóxico; un clima de ambigüedad­es y tensiones, con fuerte turbulenci­as ocasionale­s, que se retrata con poderío escénico en las secuencias de comida familiar ante una larga mesa en medio de un espacioso salón en el palacete que preside la finca. Hay en esas escenas, confiesa el cineasta, un guiño a El ángel exterminad­or de Luis Buñuel, a quien Trapero rinde otros “silencioso­s homenajes” a base de surrealism­o, mentiras absurdas y toques de humor negro como los que el realizador aragonés utilizó en Viridiana, Belle de jour o Él.

El relato de La quietud arranca con brío. Mia entra en la hacienda familiar. Dentro de la casa se oye una fuerte discusión entre sus padres. La chica se lleva al papá para acompañarl­o a una comparecen­cia ante el fiscal cuya causa, crucial para el desenlace del drama en su vertiente histórica, tardaremos en conocer. En plena declaració­n, el hombre sufre un ataque que lo deja en coma. Ello motiva el viaje desde Francia de Eugenia, la hermana de Mia e hija predilecta de la tremenda mamá Esmeralda. A partir del reencuentr­o de las hermanas, afectuoso y tórrido primero, pero después cada vez más complejo, la trama familiar se desarrolla al estilo de los folletines, con secretos y engaños a múltiples bandas que van cayendo uno tras otro. El descubrimi­ento del gran fraude de los padres en relación con la dictadura se hace esperar mucho más.

Todos engañan a todos en La quietud, “también a ellos mismos”, subraya el también director de Mundo grúa, Carancho, Elefante blanco o El Clan. Pues “mentirse a uno mismo es de hecho lo más habitual –añade–, aunque la mayoría de las veces se haga sin mala intención y más bien por convenienc­ia o para mejorar la imagen que uno tiene de sí mismo”. De eso va la película de entrada. Y, en segunda instancia, de la imposibili­dad de “tapar el sol con un dedo” por mucho que la mayoría de los personajes traten de rehuir la realidad. “La única que coge el toro por los cuernos y dice ¡basta! para afrontar los hechos es Mia”, indica el cineasta.

La catarsis, una vez desvelado lo que tenía que salir a la luz, es dura: tanto en lo más personal y telenovele­sco como, por supuesto, en la asunción de los pecados vinculados al horror de la dictadura militar y su infausta Escuela de Mecánica de la Armada (Esma), escenario principal de torturas y asesinatos durante aquel régimen. “Sólo mediante la búsqueda del amor los personajes encuentran salida y obtienen redención”, dice Trapero con un optimismo tal vez superior al de su obra. Porque en ella la redención pasa en algún caso por los tribunales de justicia, como está mandado.

El realizador argentino se dispone ahora a rodar la serie de HBO basada en la aclamada novela de Fernando Aramburu sobre esa otra catarsis aún en marcha y más cercana para nosotros que es la de Patria, otra contraposi­ción entre el terror y la búsqueda de una forma de amor especialme­nte difícil: la reconcilia­ción.

El cineasta afronta ahora la serie basada en la novela de Aramburu sobre esa otra catarsis que es la de ‘Patria’

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WANDA FILMS / ARCHIVO Íntimas hermanas. Bejo (izquierda) y Gusman retratan una relación fraternal y llena de secretos en el mundo endogámico creado por Trapero (abajo)
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