La Vanguardia

Sociedad ilimitada

Lidia Guerrero, recuperado­ra física, nutricioni­sta, asistenta, cocinera, compañera... es la sombra de Isidre Esteve

- TONI LÓPEZ JORDÀ Sant Cugat del V.

“Sin ella dudaría de las cosas que hago y cómo las hago, y la Fundació Isidre Esteve no existiría. Lidia me aporta la seguridad y el equilibrio necesarios que me permiten afrontar retos como el Dakar y hacer tantas cosas como hacemos”.

Isidre Esteve (46) no tiene ninguna duda: sin Lidia Guerrero, su compañera sentimenta­l y recuperado­ra física, no sería piloto del Dakar y segurament­e no habría vuelto a competir. Forman una sociedad ilimitada de energía, de dedicación y perseveran­cia, nacida en el 2005, precisamen­te con el Dakar como telón de fondo. Trece años después, el mítico rally continúa tan vivo y tan presente en sus vidas como un viejo generador que suministra luz.

El triángulo Isidre-Lidia-Dakar se cerró en el 2005, por la alineación de los astros. Y por ocurrencia de Nani Roma, que aquel año se pasaba a los coches y recomendó a sus colegas motoristas del Repsol Rally Team que se llevaran al Dakar a su recuperado­ra física de confianza; una exatleta de Sant Joan Despí, todo carácter, que hacía de fisio de triatletas. Lidia Guerrero era el complement­o ideal en un potente equipo donde también estaba el doctor Xavier Mir para cuidar de los pilotos Marc Coma, Isidre Esteve, Giovanni Sala y Jordi Duran.

“No sé por qué, si porque era el primero o porque tuvo lugar en África, pero fue la gran experienci­a de mi vida”, recuerda Guerrero. “Mejoré muchísimo como profesiona­l, saqué recursos que no tenía y crecí como persona. El Dakar saca lo mejor y lo peor de ti”, rememora.

Así fue como una urbanita convivió con la caravana de dakarianos, con mecánicos y pilotos, y con las gentes de África con que se iba cruzando, enamorándo­se “de la sonrisa y la ingenuidad de los niños, de la alegría de las mujeres”, tuvo que trabajar en condicione­s precarias, con su camilla plegable “en medio de tormentas de arena, en los pasillos de casas o de hoteles, haciendo masajes y saludando a la gente”, tuvo que montarse cada día la tienda y recogerla, tuvo que ducharse “con cuatro niños mirándote desde el techo”, y ponerse “el despertado­r media hora antes que todo el mundo para que no me tuvieran que esperar y nadie tuviera una excusa para quejarse”. Y tuvo que combatir los recelos de los mecánicos... y de Isidre Esteve.

“No le caí muy bien desde el principio”, ríe ahora. “No era sensación mía; me lo dijo bien claro: no confiaba en mí. Y los mecánicos, tampoco. No me querían: una chica en un equipo de hombres era un estorbo. Era la única mujer del equipo, pero me ponía la misma ropa que ellos y les demostré que podía estar”. Para ganarse a los mecánicos, los cuidaba como si fueran pilotos, les llevó, a cada uno, un saco de complement­os alimentici­os y barritas energética­s para que comieran mejor. “Tuve que romper ideas preconcebi­das sobre mi trabajo y fui ganando pequeñas batallas”. Pero a Isidre le costó ablandarlo.

“No fue hasta una etapa en la que se cayó y tuvo que llegar con el manillar torcido, lo que le provocó un dolor de espalda espantoso. No le quedó otra que pedirme tratamient­o. Estuve toda la noche, con todas las herramient­as que tenía en la mano –masajes, cataplasma­s, electroest­imulación, estiramien­tos, geles– y a la mañana siguiente estaba perfecto. Le dije: ‘¿Qué te creías?’. A partir de aquel momento me miró con otros ojos, vio que no era una niñata que iba a pasar el rato”.

Pasó el Dakar, el equipo se dispersó, pero al poco tiempo Isidre y Lidia iniciaban otra carrera, la conyugal, a finales del verano del 2006. Seis meses después, un accidente en un rally en Almería hacía tambalears­e sus vidas. Esteve quedaba postrado en una silla de ruedas. Lidia fue su soporte vital, para volver a ser persona y para volver a ser piloto, un dakariano. Esteve regresó al rally en el 2009, repitió en el 2016, en el 2017, en el 2018, y vuelve ahora. Siempre con Lidia detrás.

Su rol ha cambiado, sin embargo. “Antes me ocupaba de un equipo y ahora de dos personas, de Isidre y de su copiloto, Txema Villalobos. Antes era mucho más fácil: tenía a mi cargo cinco pilotos que recuperar, eran más horas, pero tenía mucha menos responsabi­lidad. Ahora, al tener un vínculo personal, la preocupaci­ón se multiplica”. Y las tareas, también. “Me tengo que ocupar de muchas más cosas: superviso la piel a Isidre, le hago la recuperaci­ón, cuido de que se hidrate, de que coma bien, de que se recupere bien, lo ayudo a vestirse, le lavo la ropa ignífuga cada día, les preparo la bebida y unos bocadillos para comer... ¡Una niñera! Y si David (Pigem, el mecánico) está muy cansado, conduzco la autocarava­na hasta el otro vivac... Intento ayudar al máximo”.

Con el añadido de la implicació­n emocional de ser pareja. Por eso el Dakar es una prueba de fuego matrimonia­l. “¡Desde luego! A otra persona Isidre no le pediría todo lo que me pide a mí. Si llevas al Dakar a una fisio para que te recupere, no le pides que te haga bocadillos, que te lave la ropa y que limpie la autocarava­na... Ser pareja hace que a veces nos digamos las cosas con menos diplomacia, hace que estés mucho más tensa por la preocupaci­ón por si no acaban, por si no pasan por el way point... Vas acumulando la tensión de estar sufriendo todo el día”.

Pero nunca acaban tirándose los trastos a la cabeza. “Con Isidre es muy difícil enfadarse. Él es muy pacificado­r, muy mediador, fomenta el espíritu de equipo, le gusta que todo esté en calma y todo el mundo contento... Así que no te puedes enfadar aunque quieras”.

LA TENACIDAD

“El primer año no caí bien a Isidre, no confiaba en mí, y tampoco a los mecánicos, pero me los gané”

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ÀLEX GARCIA Lidia Guerrero hace estiramien­tos de recuperaci­ón a Isidre Esteve en el Centre Pont que tiene la Fundació Isidre Esteve en el CAR de Sant Cugat
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