La Vanguardia

‘Piccolo giallo vaticano’

- Arturo San Agustín

En el Vaticano se detecta una intensa actividad sísmica. Tres dimisiones importante­s son suficiente­s para evidenciar lo que es ya un secreto a voces: Francisco se ha convertido en un monarca absoluto, superficia­l, ambiguo y demagógico. Y no huele a oveja. Recibir, pues, una lección de dietrologi­a, mientras se saborea un plato de pasta en un restaurant­e del Parione, un barrio romano, siempre es muy útil para un cronista. La dietrologi­a es un pasatiempo italiano, muy serio, sobre todo en el Vaticano, estado donde nada es lo que parece. Y donde no existen cardenales y papas progresist­as o conservado­res, porque todos ellos sólo son cardenales y papas. La dietrologi­a pretende indagar en la verdad que esconde una noticia, un comentario, un hecho, etcétera.

La aparente dimisión del director de L’Osservator­e Romano que renovó sus contenidos y lo abrió a la mujer no fue una sorpresa. Pero quizá todo se precipitó a partir del llamado lattergate. De la publicació­n de una carta privada del papa emérito Benedicto XVI, y una foto torpemente retocada, se acusó a quien el propio Francisco puso al frente de un nuevo dicasterio (ministerio) llamado de las Comunicaci­ones, integrado por todos los medios vaticanos, y que, según los expertos, se ha convertido en un caos. Con ese nuevo dicasterio, el Papa condicionó aún más la libertad de la Oficina de Prensa de la Santa Sede e intentó desitalian­i zarla. O sea, que en el Vaticano actual se ha vuelto a tiempos muy antiguos: o perteneces al Régimen o no trabajas ni colaboras en ninguno de sus medios oficiales de comunicaci­ón. Y tampoco te ofrecen ningún cargo. Como en la España de Franco y la Cataluña actual.

Si la aparente dimisión del director de L’Osservator­e no fue una sorpresa, sí lo han sido las aparentes dimisiones del director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede (el portavoz del Papa) y de su vicedirect­ora. Pero la dietrologi­a, de momento, parece prestar más atención a la noticia de la aparente dimisión del director de L’Osservator­e y a la carta pública que le escribió posteriorm­ente Francisco. La noticia de esa aparente dimisión se hizo pública el 18 de diciembre. La carta que el Papa le escribió al exdirector está fechada el 22 de diciembre, pero se hizo pública el 27 de diciembre. Se trata, pues, de un pequeño misterio vaticano o, como dice uno de mis amigos romanos, un piccolo giallo vaticano.

En el Vaticano, una patada es también una patada. La diferencia es que, en el Vaticano, el Papa o alguno de sus secretario­s saben dulcificar divinament­e determinad­as decisiones. La prueba es que en la carta que nos ocupa, Francisco, el monarca absoluto, encomienda la víctima “a la protección de la Santísima Virgen Inmaculada y a los santos Pedro y Pablo”. Además, le imparte su bendición apostólica “con la esperanza de abundantes recompensa­s divinas”.

En Italia y en el Vaticano, a la decapitaci­ón profesiona­l, a la patada, se la llama dare il benservito. Duele igual, pero suena mejor, mucho mejor.

En el Vaticano, el Papa o alguno de sus secretario­s saben dulcificar divinament­e determinad­as decisiones

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