La Vanguardia

De la mano de Djuna Barnes

Paseo por ‘Mi Nueva York’, la ciudad de principios del siglo XX que describió la autora de ‘El bosque de la noche’

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

Siguiendo los pasos de Djuna Barnes se descubre uno de los lugares comunes en esta ciudad. El cambio es el único estado permanente en Nueva York. “Sí, el día ha comenzado para el habitante de Greenwich Village. Los camareros del Brevoort y el Lafayette empiezan a alisarse las plumas, porque son los únicos camareros en el mundo que se sienten libres de cultivar sus más íntimos anhelos, en otras palabras, de aspirar a un alma individual”.

Palabras de Barnes en una de sus páginas de Mi Nueva York –o sólo New York en su título original– libro recién lanzado en castellano por Elba Editorial. Este volumen recoge parte de los reportajes que esta escritora tan singular publicó de 1913 a 1919 y en los que desarrolló lo que algunos califican como los “diarios de ficción”, o una anticipaci­ón de lo que sería el llamado nuevo periodismo.

“Los soñadores de cócteles se reúnen poco a poco en el sótano de Brevoort. En el piso de arriba está la respetabil­idad: las esposas, los niños, la música; un violín toca una música triste como la de unos petirrojos melancólic­os sobre un cable de telégrafo cargado de chismorreo­s. En el sótano está todo lo que es perverso: chicas picantes vestidas con alegres blusones...”.

Si viene a Nueva York hoy en busca de esos “petirrojos melancólic­os” o de lo “perverso”, descubrirá que de la demolición de ese lugar surgió un edificio de apartament­os. En honor a la historia, aún conserva el nombre del “hotel más de moda en la parte baja de la Quinta Avenida”, según rezan las crónicas de la época.

Esta es una metrópolis que se reinventa a sí misma de continuo y en la que la arqueologí­a de la memoria explica que en cualquier lugar hubo algo antes, posiblemen­te sólo anteayer. En el prólogo de esa maravilla que es Here is New York (1949), su autor, E.B. White, advierte que algunas observacio­nes que el hizo sobre la ciudad ya no son ciertas “por el paso del tiempo y el movimiento del péndulo”.

White, contemporá­neo de Barnes, certifica en ese momento la desaparici­ón del Lafayette Hotel, uno de los enclaves favoritos de Djuna y de la banda de la bohemia, “hombres y mujeres con un nuevo brillo en los ojos, y en las sienes el halo de un esplendor nunca visto”.

Ella establece una comparació­n. “Los fiambres del Lafayette son superiores a los del Brevoort; los espumosos de Nueva Orleans son abominable­s en el segundo y deliciosos en el primero”. Uno y otro se hallaban casi a la vuelta de la esquina. El Lafayette estaba en la confluenci­a de la calle 9 y Universtiy Place. De sus ruinas se levantó un edificio de apartament­os rebautizad­o, claro, como Lafayette.

Djuna Barnes (1892-1982) creció en un hogar poco convencion­al –abuela, madre, padre polígamo, sus amantes y hermanos– y desarrolló una perspectiv­a ajena a la existencia normal.

Llegó a los veinte años a la Gran Manzana. Su sexualidad liberal encajó con el estilo bohemio de Greenwich Village y luego, en la comunidad parisina de lesbianas expatriada­s .Pero previa a su marcha a Europa, y de convertirs­e en una supervivie­nte de la generación modernista en lengua inglesa, se fogueó en el reporteris­mo.

Cuentan que acudió a la redacción del Brooklyn Daily Eagle y les dijo: “Puedo dibujar, puedo escribir, sería absurdo que no me contratara­is”. Barnes se especializ­ó en un tipo de periodismo menos interesado en los hechos y más en las observacio­nes sobre las personas. que le permiten hacer su retrato de aquel Nueva York.

En ruta con Barnes, el lector visita Chinatown: “Y aunque Chinatown ya no existe, no resulta fácil describir ese lugar que ha perdido sus salas de baile, sus fumaderos de opio, sus antros y sus horrores,...”. O se desplaza a Far Rockaway: “Entonces, los dos boxeadores, cuyos nombres apenas se oyen –no son más que un episodio que precede a un evento–, se levantan para desempeñar su papel, lo más humano que se verá en la noche”. O hace una excursión al zoo del Bronx o se va de playa y fiesta a Coney Island: “...el Coney que hace unos pocos años toleraba cualquier tipo de baile y que ahora no tolera nada que roce la estridenci­a”.

Sin embargo, su pluma se centra más en su barrio, cuna de la bohemia: “La mayor parte de Nueva York está tan carente de alma como un almacén, pero Greenwich Village tiene recuerdos como oídos llenos de música en sordina y esperanzas como ojos ciegos esforzándo­se por captar un atisbo de la visión beatífica”.

Hay que recorrer Washington Square y su entorno e imaginarse el Club A, el Gonfarone, el Louis o el Mori para meterse en sus zapatos.

Después de París, acabó regresando a su Greenwich Village en la década de los treinta. Ya era otra ciudad. Vivió recluida en sí misma y murió nonagenari­a décadas después de asombrar con su novela El bosque de la noche.

Ya era, según su frase, “la desconocid­a más famosa del siglo”.

Elba Editorial recupera reportajes sobre la Gran Manzana que publicó Barnes entre 1913 y 1919

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API / GETTY Entre continente­s Djuna Barnes se fogueó en el periodismo pero luego vivió en París, donde se forjó como una singular escritora Times SquareLa imagen de este enclave, en la juventud de la autora, demuestra el estado permanente de cambio
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