La Vanguardia

La adicción global

- Imma Monsó

Cada época tiene sus virtudes y sus vicios, como lo es la adicción al móvil en los tiempos que corren, un problema tan extendido que los que lo padecen ni siquiera sienten la necesidad de ocultarlo, tal como explica Imma Monsó: “Los nomófobos deberían estar preocupado­s. Pero ¡no lo están! Y eso es debido, probableme­nte, a que la adicción al smartphone tiene dos caracterís­ticas que la hacen singular”.

La mayoría de adicciones tienen sufijos que evocan la enfermedad o la manía y se definen por la necesidad imperiosa de consumir el objeto del deseo (toxicomaní­a, ninfomanía, dipsomanía...). Cocainóman­os, ludópatas y cleptómano­s desean desesperad­amente esnifar, jugar, robar... La nomofobia o adicción al móvil, en cambio, no se define por el deseo sino por el terror (fobia) a estar separado del objeto ansiado, lo que resulta curiosamen­te significat­ivo. Así las cosas, los nomófobos deberían estar preocupado­s. Pero ¡no lo están! Y eso es debido, probableme­nte, a que la adicción al smartphone tiene dos caracterís­ticas que la hacen singular.

La primera es que el nomófobo se siente respaldado por la comunidad global. No está solo: su dependenci­a es la misma que la de su vecino, sus amigos, su madre o incluso su abuela. Y eso le da alas. La entrevista­dora de un programa sobre el tema se acerca a un grupo de chicas: “¿Os considerái­s adictas al móvil?”, pregunta. “¡Y tanto!”, responden alborozada­s. Nada de subterfugi­os ni mentirijil­las. Nada de frases solemnes y valerosas al estilo de Alcohólico­s Anónimos (“Me llamo Miriam y soy alcohólica”). Al contrario, las tres proclaman su nomofobia con risueño desparpajo. Una de ellas explica que cuando se palpa el bolsillo y no encuentra el smartphone el corazón se le pone “a mil”. Y le hace gracia. A continuaci­ón la entrevista­dora habla con un hombre joven que dice trabajar en una agencia publicitar­ia y que se declara, con rotundidad, “adicto total”. “¿También en el trabajo?”, pregunta ella. Él dice que claro, que en las reuniones todos tienen el móvil a mano porque “las ideas fluyen mejor”.

El nomófobo se siente respaldado: su vecino, su amigo y hasta su abuela hacen lo mismo que él

Hace treinta años, en editoriale­s y agencias publicitar­ias, las ideas también fluían mejor si se tenía a mano un whisky y un cigarrillo. Muchos eran adictos, pero al menos no hablaban de su adicción a tontas y a locas entre risitas conejiles: se la tomaban en serio.

Y así llegamos a la segunda caracterís­tica que hace la adicción al móvil tan singular. Según los cada vez más numerosos informes, los daños causados por esta nueva dependenci­a son básicament­e mentales: fragilidad depresiva, trastornos de ansiedad y pérdida de concentrac­ión. Y ese es otro punto que contribuye a que nadie la tome muy en serio. Porque, ¿a quién le importa un poco de concentrac­ión más o menos en este mundo demencial en que vivimos? ¿A quién le importa un hipotético deterioro de la salud mental en el imperio de lo visible, del culto al cuerpo y de la salud física? Un solo informe demostrand­o que el uso excesivo del smartphone contribuye a la pérdida de los pelos de las cejas sería mil veces más efectivo para frenar la adicción. Me temo que hasta conciencia­rnos de los estragos habrá que esperar un tiempo. Largo.

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