La Vanguardia

La trumpizaci­ón

- Fernando Ónega

Quién nos iba a decir que un millonario de vida poco ejemplar, pensamient­o prescindib­le y conviccion­es puramente interesada­s en su dinero podría cambiar la política del mundo? Hubo un ensayo en Europa a cargo de Silvio Berlusconi, pero se agotó en sí mismo. Parecía que iba a aportar a la gobernació­n de Italia su experienci­a empresaria­l que tantos éxitos le había proporcion­ado, tuvo imitadores de parecido pelaje, suscitó alguna expectació­n por su novedad, pero su histrionis­mo lo arruinó como político de referencia. El otro millonario de que os hablo irrumpió en política sin que nadie contara con él, asombró y hasta escandaliz­ó al mundo con sus propuestas, puso patas arriba principios y convenios internacio­nales, su estilo resultó altamente contagioso, muchos políticos adoptaron su estilo y alguno ganó elecciones con sus eslóganes. Ha trumpizado la política, y perdón por el palabro.

Trumpizar la política es montar una campaña electoral sobre la predicació­n de que el líder tiene poderes, una inteligenc­ia superior y solución para todos los problemas del país, mientras que el resto de los aspirantes son antiguos, necios o merecen estar en la cárcel. Es asentar la convivenci­a en un nacionalis­mo supremacis­ta y excluyente al grito de “America first” o “Brasil por encima de todo y, por encima de todos, Dios”, y las gentes lo aclaman. Es proponer y después practicar un populismo basado en ideas simples, como la limpieza ética o la lucha contra el dispendio, que ni siquiera hay que pensarlas, porque tienen su cuna en las redes sociales. Es prescindir de los medios informativ­os tradiciona­les y presentarl­os a todos en confuso tropel como manipulado­res de la realidad y, por tanto, corruptos. Es movilizar los instintos primarios de los votantes con alusiones al menospreci­o de que pueden ser objeto por parte de otras fuerzas políticas o del sistema educativo. Es poner en el punto de mira a los inmigrante­s sin papeles y prometer su expulsión o prohibir su entrada en el territorio nacional. Y es dirigir a la nación, anunciar medidas de gobierno o hacer comunicaci­ones supranacio­nales a base de tuits.

El modelo dio como último resultado a Jair Bolsonaro, aunque el nuevo presidente de Brasil consiguió lo que parecía imposible: mejorar y superar al original. Últimament­e aparece

Abascal, como Trump, es nacionalis­mo, contrarrev­olución e instinto para detectar nichos de votos

reflejado en países europeos donde los partidos tradiciona­lmente identifica­dos como de extrema derecha tienen al fundador del trumpismo como su guía ideológico. Y a España la trumpizaci­ón llegó a la comunicaci­ón de todos los partidos, que también hablan por tuits. Pero el más parecido en fondo y forma es Vox, cuyas propuestas andaluzas resultan tan familiares a quienes han seguido la evolución del presidente estadounid­ense. Santiago Abascal es el Donald Trump español sin sus recursos económicos, pero con su nacionalis­mo, su contrarrev­olución y su instinto para detectar dónde hay nichos de votos. Cuidado con él.

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