La Vanguardia

Hasta que bajen del burro

- Quim Monzó

Ahora, cuando estiras la pata hay dos opciones legales para tu cadáver: el entierro o la cremación. Recuerdo cuando, hace muchas décadas, antes de la muerte de Franco, en una época en la que la presión de la Iglesia católica era asfixiante y no veía con buenos ojos que las personas se incinerara­n, mis padres me dictaron un texto. Dejaban claro que, una vez muertos, querían ser quemados y de ninguna forma enterrados. Después lo firmaron. Lo guardé en una carpeta y cuando llegó el momento fatídico no me hizo falta utilizarlo porque las cosas habían cambiado y la cremación era ya una práctica minoritari­a pero habitual. Todavía conservo aquel papel, amarillent­o por el paso del tiempo. Después, cuando en el tanatorio me dieron las cenizas, las enterré bajo un acebal, a metro y medio de distancia unas de otras para que no siguieran peleándose como habían hecho toda su vida.

Hay quien cree que las cenizas sirven de abono, pero es falso. Las cenizas no son ningún abono, aunque algunas personas, cuando salen al balcón a fumar, insistan en dejar caer la del pitillo en los tiestos con plantas. A los que realmente

De momento, cuando pasas a mejor vida hay dos opciones para tu cadáver: el entierro o la cremación

les ilusiona que los restos de sus seres queridos sirvan de alimento a los vegetales se les abre ahora una nueva posibilida­d: convertirl­as en abono orgánico. Es una iniciativa en la que trabaja desde hace años la diseñadora Katrina Spade, en colaboraci­ón con la Universida­d del Estado de Washington. Consiste en una instalació­n que permite almacenar cadáveres y acelerar su descomposi­ción por medio de agua y una solución de azúcar con carbono, que estimula la actividad microbiana. Cada mes, la instalació­n permitiría colocar sesenta cuerpos, envueltos con un sudario, sobre una cama de material orgánico, como alfalfa y paja. Estarían cubiertos por tierra y separados por virutas, a un metro de distancia un cadáver de otro. Una vez conseguida la descomposi­ción total (un mes aproximada­mente), a los deudos les darían el abono resultante que, ese sí, podrían utilizar para alimentar el árbol o el arbusto deseado.

Los defensores de esta alternativ­a dicen que es mucho más respetuosa con el medio ambiente que las dos tradiciona­les, porque el entierro suelta sustancias químicas a la tierra, y la cremación esparce anhídrido carbónico por el aire. Y es mucho más barata. Hace un año, el intento de que el estado de Washington aprobara este nuevo método –que tiene como defensor al senador Jamie Pedersen, del Partido Demócrata– chocó con la oposición de la Iglesia católica, la misma que se oponía radicalmen­te a la cremación hasta que bajó del burro. Ahora, el mes que viene, con el inicio de la próxima legislatur­a, el senador Pedersen lo volverá a intentar. Si lo consigue, Washington se convertirá en el primer estado del planeta donde será legal hacer compuesto a partir de los cadáveres. Y tal como se contagian actualment­e las modas, dentro de pocos años será tendencia chupisoste­nible en el mundo entero. Vale más que nuestros tanatorios empiecen a planteárse­lo.

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