La Vanguardia

Vigilantes

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Me levanta de un tirón y me retuerce la muñeca en la espalda. Me la flexiona, sigue flexionánd­ola tanto como es posible y la flexiona aún más. Tengo la nariz cerca del pavimento cuando el hueso empieza a ceder…”. Una educación, la impresiona­nte autobiogra­fía de Tara Westover (Idaho, 1986), habla de muchas cosas: de una infancia en una familia mormona fundamenta­lista, del poder emancipado­r de la educación… y del maltrato. Aislada con sus padres y seis hermanos, Tara vive aterroriza­da por uno de ellos, que la agrede y humilla, y cuando se marcha de casa, la llama por teléfono para “pedirle consejo”: “Qué hago: ¿cojo un avión y voy a matarte o pago a alguien que lo haga?”… Leyéndolo, me he dado cuenta de cuántos relatos similares conozco: El último patriarca, de Najat el Hachmi; No sólo duelen los golpes, de Pamela Palenciano; Quiéreme bien, de Rosalind B. Penfold; Mi impenetrab­le sonrisa, de Ruth Sicilia… Distintos géneros (novela, teatro, cómic…), distintos entornos culturales y geográfico­s, pero un denominado­r común: son todos de autoras. Y esto me sugiere dos reflexione­s. Una: es importantí­simo que las mujeres escriban y sean leídas, no por cuota, ni por una supuesta y vaporosa “sensibilid­ad femenina”, sino sencillame­nte porque sacan a la luz lo que si no fuera por ellas seguiría en la oscuridad.

La segunda reflexión tiene que ver con la tipificaci­ón jurídica. Esas situacione­s no terminan de encajar en el derecho penal tradiciona­l. Perseguirl­as requiere un tratamient­o específico, que amplíe los plazos de prescripci­ón (como se ha hecho con la pederastia), aborde la dificultad de demostrar algo que sucede sin testigos, y comprenda los sentimient­os de las víctimas: el paralizant­e conflicto de lealtades que se da cuando el agresor es la persona que supuestame­nte más nos quiere.

Para acabar con ese problema endémico que es el maltrato a mujeres y menores, el consenso que hemos alcanzado ya: ley contra la Violencia de Género, pacto de Estado…, es muy positivo, pero no basta; hay que dar pasos adelante. En vez de eso, ahora surge un partido que quiere dar pasos atrás. Cuánta razón tenía Simone de Beauvoir, cuando escribió: “Basta una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres sean cuestionad­os. Esos derechos nunca están adquiridos de una vez por todas. Tendréis que estar vigilantes durante toda vuestra vida”.

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