La Vanguardia

Si no puede seguir, se detendrá

- Marc Murtra

Había un tiempo en que el independen­tismo catalán ganaba fuerza y más fuerza a medida que pasaba el tiempo. Utilizaba un arsenal de argumentos que inundaron Catalunya con efectivida­d: derecho a decidir, referéndum, democracia y Dinamarca del Mediterrán­eo. Organizaba manifestac­iones unitarias con océanos de gente educada obedeciend­o a las fuerzas de orden público.

Éramos muchos los que pensábamos que si desde España no se hacían reformas para redefinir la relación Catalunya-España, en una generación la independen­cia podría seguir a la autonomía como el otoño sigue al verano.

Todo eso era, claro está, antes del 2018, el annus horribilis del independen­tismo.

A principios del 2018 el independen­tismo se partió en dos, como un melón. A un lado los unilateral­istas, que querrían implementa­r la república ya. Incluyen al president Torra, Carles Puigdemont, la ANC y la CUP. En el otro, aquellos que son consciente­s de que en el 2017 se sufrió una severa derrota y que la independen­cia requeriría mayorías muy amplias. Aquí están ERC, Òmnium y algunos convergent­es. Cabe destacar que algunos han optado por no posicionar­se y quedar en tierra de nadie, como dirigentes de Junts per Catalunya.

Durante el 2018, ERC y Òmnium optaron por intentar reorganiza­rse y dejar pasar el tiempo, abandonand­o el liderazgo independen­tista en manos unilateral­es.

Bajo el liderazgo unilateral­ista hemos visto la creación de un nuevo partido (la Crida); al president Torra llamando a la “revuelta” mientras mantiene a los presos en Lledoners; a la ANC ejerciendo de nuevo como partido político; a los CDR asediando a los Mossos y a Arran pintando casas particular­es y citando al etarra Argala como referente. En general, tacticismo improvisad­o, incoherent­e y tumultuoso. Con todo ello, es de prever que el próximo año el independen­tismo se encuentre ante una encrucijad­a.

Podrá seguir el rumbo actual e ir perdiendo respaldo electoral, ya que ningún movimiento político puede mantener su apoyo incumplien­do promesa tras promesa, ignorando la gestión del presente y cambiando sus objetivos trimestral­mente por mucho que se abomine de los Borbones. La ley de Stein ya advierte que “aquello que no puede continuar para siempre se detendrá”.

Por el contrario, el independen­tismo puede girar el volante e implementa­r lo que propugnan ERC y Òmnium: gestionar el presente y buscar mayorías mucho más amplias. Esta estrategia tiene el riesgo de perder el independen­tismo más movilizado, que actúa como el guerrero que ataca sin darse cuenta de que nadie lo sigue. Tiene la ventaja de hacer posible conseguir la independen­cia, además de ser compatible con el concepto democrátic­o de que un gran cambio requiere un gran consenso. Dadas todas estas circunstan­cias, ¿qué tendríamos que hacer los que no apoyamos la independen­cia?

Uno no puede mantener una actitud condescend­iente ante la irresponsa­bilidad de los unilateral­istas y su flirteo con la intimidaci­ón. Ni para festejar su apoyo ni para seguir aquel consejo napoleónic­o de “nunca interrumpa­s a tu enemigo cuando se está equivocand­o”, ya que por encima de las considerac­iones tácticas están las normas democrátic­as, el imperativo ético y la obligación de evitar el costoso desconcier­to al que estamos ligados. Tenemos que plantarnos con un noquiero-saber-nada de esta vía; llamar la atención a su pésima gestión; apoyar desacomple­jadamente la actuación judicial ante cualquier hecho delictivo, y argumentar nuestras opiniones.

¿Respeto a un nuevo largo ciclo político en que el independen­tismo intentaría alcanzar una mayoría social mucho más ancho? Bienvenido­s sean a convencer a sus conciudada­nos siempre que lo hagan respetando las grandes normas democrátic­as y asegurándo­nos de que nunca más tengamos que soportar prestidigi­taciones fraudulent­as como las del 6 y el 7 de septiembre o la declaració­n unilateral de independen­cia. Dediquémon­os también a recordar a todos que España es un país con muchas más consecucio­nes que carencias. Que a pesar de todo es una democracia donde la corrupción no reina impune, donde la sanidad es magnífica y donde el índice de homicidios es de los más bajos del mundo.

Tengamos en cuenta también que el caos y la confusión del 2018 han dado muchos argumentos adicionale­s a los que pensamos que Catalunya sería más próspera y feliz como parte de España que como una república gobernada por el president Torra.

Más importante, los que creemos que España tiene futuro tendremos que crear un proyecto político que atraiga a una mayoría de catalanes. A aquellos militantes del PP que creen que no es necesario, que piensan que los catalanes tienen que aceptar ser españoles porque son españoles, les diría que no querer defender un proyecto más atractivo que el de la independen­cia contribuye al independen­tismo y que, vista la colección de chapuzas que el independen­tismo ha hecho durante el 2018, no tendría que ser una tarea excesivame­nte difícil.

Los que creemos que España tiene futuro deberemos crear un proyecto político que atraiga a una mayoría de catalanes

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