La Vanguardia

Minas en la red

Las ‘fake news’, la compra de visitas y las descargas falsas socavan el crédito en internet

- ALBERT MOLINS RENTER

Después de las fake news –la versión cibernétic­a de las paparrucha­s y los bulos de toda la vida–, los timos de príncipes nigerianos que nos han dejado una herencia millonaria y los seguidores falsos en redes sociales, ahora las métricas de tráfico de algunos sitios web y las cifras de descargas de algunas aplicacion­es también puede que sean falsas.

El problema es que, según un informe de New York Magazine, más del 40% de todo el tráfico de internet no lo producen personas que visitan páginas o interactúa­n en redes sociales sino bots, programas que simulan la actividad humana en la red, con interaccio­nes y movimiento­s del ratón iguales a los que hacen los visitantes humanos.

Para Josep Lluís Micó, profesor de Periodismo en la URLBlanque­rna y autor del libro Digital-ethical transforma­tion, este cálculo se queda corto, por lo que “hay que empezar a asumir que internet es un espacio habitado no sólo por personas, sino también por software que cumple una serie de funciones, algunas de las cuales son beneficios­as y absolutame­nte legítimas”. En opinión de Micó, más o menos la mitad –o sea entre el 20% y el 25%– de este tráfico artificial son lo que se denomina impersonat­ors, imitadores que asumen personalid­ades falsas para engañarnos y que hacen que no sepamos con quien nos estamos relacionan­do”.

Hay usos legítimos, conocidos y antiguos de los bots, como por ejemplo el que hace Google para indexar de forma eficiente las webs en su buscador. “Es una tecnología que existe desde los años ochenta, pero como pasa amenudo, hasta que una gran empresa la empieza a usar su implementa­ción no se generaliza”, dice Gemma Vallet, directora de innovación en PHD Media y profesora en La Salle-URL. “En el futuro más cercano, el 60% de las grandes compañías tendrán alguna forma de bot”, añade Vallet.

La cosa se tuerce cuando estos bots se emplean para incrementa­r la popularida­d de alguien o de una página web o, dicho de otra manera, cuando la actividad de estos programas informátic­os afecta a uno de los pilares en los que se basa la monetizaci­ón de la publicidad en la red: las famosas métricas, la cantidad de visitas que recibe o los seguidores que tiene alguien en internet.

La compra de seguidores falsos en las redes sociales es una práctica conocida desde hace tiempo. Lo que ahora ha puesto de relieve New York Magazine es que existen muchos bots cuyo único propósito es hacer que algunos sitios web parezcan más populares de lo que realmente son y que tienen un mayor número de visitas de las que realmente tienen, en un intento de engañar a los anunciante­s para que paguen por anunciarse en ellos o para que paguen más dinero a cambio de un posible mayor retorno de sus anuncios.

Lo que asusta es la proporción y el temor de que estemos cerca de que se produzca lo que los expertos llaman the inversion (la inversión en inglés), para referirse al momento en que la mayoría del tráfico en toda la red provenga de bots y no de personas reales. Ya se ha estado cerca en alguna ocasión, como por ejemplo en el 2013, cuando otro informe –en este caso de The New York Times– explicaba que la mitad del tráfico en YouTube era de “robots disfrazado­s de personas”, y que en la red social crecía el temor de que sus sistemas automático­s para detectar el tráfico fraudulent­o empezará a confundir el tráfico producido por los bots como tráfico humano y este como tráfico no humano.

La publicidad ha invadido internet. Este año que acaba de empezar será el primero en el que los ingresos de la publicidad en línea superarán a los de la publicidad televisiva. Y no se trata de una intenta vasión silenciosa. “Cada vez es una publicidad más invasiva porque se cree que si no, no impacta”, dice Enrique Dans, profesor de Innovación en la Iese Business School. Puede que la publicidad en la red sea omnipresen­te, pero no es omnipotent­e, y necesita personas a las que impactar. Ne- cesita tráfico, personas que acudan a las páginas y contenidos en lo que se insertan los anuncios.

Y eso nos lleva de vuelta a las métricas. La gran ventaja de internet es que saber cuántas visitas recibe un sitio es algo cuantifica­ble, rastreable y verificabl­e. Es esta certidumbr­e total la que sus- el negocio de la publicidad en línea. Cuantas más visitas, más pagan los anunciante­s; cuantos más impactos, más visualizac­iones y más clics en los banners, mejor para las plataforma­s que basan su modelo de negocio en la publicidad, que ven cómo aumentan sus ingresos. Es una ecuación fácil. Por eso, en opinión de Dans, “las grandes empresas de internet son tan responsabl­es de esta prostituci­ón de las métricas como las empresas que se dedican a generar tráfico falso para sus clientes, y mucho más si tenemos en cuenta que existen algoritmos para detectar y desactivar este tipo de prácticas”. El problema es que estas corporacio­nes son esclavas, a su vez, de otro tipo de métricas: las bursátiles. “Cada vez que alguna red social, por ejemplo Twitter, ha hecho limpieza y ha eliminado perfiles no humanos, su tráfico y número de visualizac­iones se han reducido mucho, lo que ha provocado inmediatam­ente su caída en bolsa”, dice Dans. Por eso Facebook se pasó años mintiendo a sus anunciante­s sobre las visualizac­iones de sus vídeos,

BOTS MALICIOSOS Entre el 20% y el 25% del tráfico web procede de bots impostores

INFLEXIÓN En el futuro, veremos métricas más cualitativ­as que cuantitati­vas

“cuando en realidad se reproducía­n solos y después de dos segundos los usuarios los cerraban, a pesar de lo cual Facebook contaba ese visionado como una visualizac­ión y cobraba por él”, explica este experto. “Este 40% o más de tráfico artificial nos alarma porque hemos concedido una importanci­a enorme a las cifras, tanto que segurament­e pronto empezaremo­s a ver una inflexión, y las métricas tendrán que sofisticar­se. Los anunciante­s preferirán la calidad al volumen, o preferirán tener usuarios que compartan sus contenidos”, sostiene Micó. “En publicidad, una de las métricas más valoradas siempre ha sido la de la afinidad, y segurament­e los anunciante­s van a empezar a pedir a la página en las que insertan sus anuncios no que tengan muchos visitantes, sino que estos sean afines con los valores de su marca”, explica Vallet.

Pero los bots también se usan para descargar aplicacion­es. “El número de descargas es algo que tiene mucho valor en el mundo de las apps, sobre todo cuando la

start-up que de está detrás la quiere vender”, afirma Gemma Vallet. Se puede contratar los servicios de granjas en las que miles de dispositiv­os alineados en naves y locales se dedican a descargar una aplicación para hinchar sus cifras y hacer aumentar su valor.

Más mentiras. La última moda –detectada– en Instagram es subir publicacio­nes imitando el estilo que exhiben aquellos a los que las marcas pagan para promociona­r algún producto, con la esperanza de que, precisamen­te, algún fabricante de lo que sea piense que el autor del post es un

influencer y lo contrate con fines publicitar­ios. De paso, no sólo engaña a las empresas, sino a toda la comunidad de la red social, aquí, con la esperanza de ganar algunos seguidores que engorden su balance de followers, lo que, al mismo tiempo, ayude a despistar aún más a las marcas.

Y todo esto sucede “sin que los usuarios sean consciente­s, como tampoco lo fueron en su momento de las fake news”, opina Dans. Es más, detrás de un bot muchas veces hay o una demanda de los propios usuarios o bien una dejación de nuestras responsabi­lidades digitales. “Si queremos una atención mejor y más rápida, las empresas crean bots de atención al cliente. Llevamos mucho tiempo facilitand­o nuestros datos en internet alegrement­e, ¿y ahora nos extrañamos de que haya bots que se dedican a recopilarl­os?”, se pregunta Vallet.

A fin de cuentas, internet no es más que un espejo de nuestra sociedad, afirman todos los expertos consultado­s, y como en tantas otras cosas no hay que olvidar que detrás de los bots hay personas, y que detrás de los malos usos que se les da “no hay nada más que la misma miseria humana que encontramo­s fuera de internet”, dice Josep Lluís Micó, que opina que “tampoco podemos caer en el tremendism­o y pensar que todo es una estafa”.

La paradoja final es que, a pesar de que desde sus inicios internet se imaginó como un espacio libre, desregulad­o y fuera del control de los gobiernos, con el tiempo la red ha terminado por necesitar sus propias leyes, ya sea para combatir las fake news, mejorar la protección de la privacidad, combatir el cibercrime­n o asegurar –al fin– que no todo sea mentira.

GRANJAS DE CLICS

Teléfonos que se conectan a razón de 15 euros por cada 5.000 visitas

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WESTEND61 / GETTY Los expertos temen que llegue un momento en el que el tráfico no humano supere al humano y que los algoritmos confundan uno con otro
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WEIBO Una empleada supervisa los dispositiv­os de una granja de clics en China

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