La nueva agenda
El alcance del pacto de gobierno entre PP y Cs, con el beneplácito de Vox, en Andalucía; y la obsesión del presidente Trump de construir un muro entre EE.UU. y México.
ANDALUCÍA investirá presidente la semana que viene a Juan Manuel Moreno Bonilla, del Partido Popular, quien a continuación formará gobierno con Juan Marín, de Ciudadanos, como vicepresidente. El acuerdo programático de 90 puntos perfilado ya en diciembre y rubricado el miércoles por ambas formaciones, cuya coalición suma 47 escaños, ha sido decisivo. También lo ha sido otro acuerdo, el suscrito el mismo miércoles por el PP y Vox, gracias al cual esta formación ultraderechista garantiza la investidura de Moreno Bonilla en primera votación. Se trata de un acuerdo con 37 puntos, por cuyo cumplimiento ambas fuerzas se comprometen a “trabajar decididamente”. Y que si bien excluye las propuestas más extremas que Vox reclamaba en un primer redactado –expulsar 52.000 inmigrantes o derogar la ley Contra la Violencia de Género–, sitúa planes reaccionarios –modificar la ley de memoria, defender la familia como eje social o asegurar la educación segregada– en el horizonte del gobierno andaluz.
La principal consecuencia de las elecciones del 2 de diciembre en la comunidad más poblada de España es pues que, tras casi 37 años de gobiernos del PSOE, Andalucía será gobernada por la derecha. Sólo el tiempo revelará el grado de escoramiento del PP propiciado por el avance de Vox. Pero pueden constatarse ya otros efectos del 2-D y de los pactos que han allanado el camino al nuevo gobierno andaluz.
El primero es que el PP, que codiciaba de antiguo la Junta, no ha dudado en negociar y pactar con Vox, otorgándole carta de naturaleza. Es cierto que, de no hacerlo, se hubiera abierto una etapa incierta, en la que no cabía descartar la repetición de elecciones. Eso se ha evitado. Pero el precio pagado ha sido, como apuntábamos, afianzar el reconocimiento de los ultras, que además de debutar en un Parlamento autonómico han logrado condicionar la formación del gobierno. Desde el partido naranja se tilda el pacto PP-Vox de papel mojado, entre otros motivos porque le causa urticaria la mera vecindad de los ultraderechistas. Pero en política los pactos suelen tener un coste. Y es muy pronto para asegurar que el de PP y Vox no tendrá ningún reflejo en la acción de gobierno del PP y Ciudadanos.
Otro efecto del pacto de PP y Vox es que viene a certificar el corrimiento derechista del PP, más ideologizado y peleón con Casado al mando que con Rajoy. Si ese corrimiento hubiera supuesto más concesiones a Vox, la unidad del PP se hubiera visto amenazada. Su dirección, aliviada, se apresuró ayer a echar tierra sobre ese riesgo. Pero horas antes figuras del PP como Alberto Núñez Feijóo, Ana Pastor o Alfonso Alonso habían expresado opiniones inequívocamente discrepantes con la política reaccionaria que parecía avalar Casado.
El ajetreado último mes ha tenido también sus efectos para Ciudadanos. Ha puesto límites a su fluidez ideológica. Incluso el Elíseo recordó que no se podía tratar con quienes defienden valores contrarios a la UE. La reacción de los de Rivera ha sido correcta. Pero su imagen y su credibilidad han sufrido desperfectos.
Vox logró casi 400.000 votos. Sus doce diputados les darán voz en el Parlamento andaluz. Es imprescindible que los otros partidos, incluidos los conservadores, eviten secundar en pos de intereses inmediatos iniciativas ultras que lesionen los derechos individuales, los progresos sociales y la lucha por la igualdad. Vox ya ha avisado que no cejará en su empeño de impulsarlas.