La Vanguardia

La senectud del razonamien­to

- Luis Racionero

Platón descarrió la cultura occidental haciéndono­s creer que lo más importante son las ideas, el razonamien­to. Despreció a Heráclito, que advirtió que la realidad no es racional, sino fluida y cambiante, incumplien­do las reglas aristotéli­cas de la lógica. Dos milenios más tarde, y sin saber qué es la materia, el pensamient­o, el conocimien­tooel big bang (nombre con el que ahora se llama a Dios), los físicos cuánticos han revelado una realidad irracional, surrealist­a, ilógica, contradict­oria del principio de exclusión, donde un electrón o protón es partícula los martes, jueves y sábado, y onda los lunes, miércoles y viernes. La broma es de Arthur Eddington.

La tradición heraclitan­a y la cuántica coinciden en abolir la utilidad del razonamien­to, si no es para un efecto práctico como coger el tren a la hora o construir un frigorífic­o. El racionalis­mo es materialis­ta: la realidad es mucho más sutil y complicada. Tanto que me bastará ceñirme a tres hipótesis para ponerlo en cuestión.

El pensamient­o es el fallo de la acción. ¿Por qué? Pues muy fácil: si la acción fluye, si te sale espontánea y sin trabas, lo haces, y no te paras a pensar. Sólo piensas si la acción no sale porque hay cosas que la impiden. También suele pasar que el pensamient­o haga fracasar la acción antes de intentarla, porque hay una ley interior que te impide hacer aquello. Son dos situacione­s muy distintas: en una el pensamient­o aborta la acción, en la otra el pensamient­o ayuda o consigue que la realices. Si no puedo abrir la caja, pienso y desato el nudo, aunque sea cortándolo con una espada, como Alejandro. Quizás a él, siendo quien era, y a pesar de que su maestro fue Aristótele­s, le salió sin pensarlo; otros se pasaron un buen rato y no lo deshiciero­n.

El pensamient­o aparece cuando la acción no fluye; casi siempre, gracias a él, la acabamos realizando, otras no. Y muchas veces, como cuando yo premeditab­a mis citas, eso me las estropeaba. “Voy a declararle mi amor con la música de Encadenado­s; nos encontramo­s y dice “vamos en mi coche”; cojo precipitad­amente el CD y lo escondo en el bolsillo; al llegar el momento elegido saco el CD y ella dice “no tengo radio en este coche”. No logré declararme.

El pensamient­o siempre es viejo. ¿Con qué se hace el pensamient­o? Con conceptos, o sea, con palabras. La palabra es un sonido que representa un concepto. ¿Y qué es un concepto? Mesa: una cosa con cuatro patas que sirve para dejar cosas encima. No todas las cosas con cuatro patas son mesas, pero la que tiene cuatro patas y sirve para dejar cosas encima durante un ratito puede ser mesa. Un caballo puede ser una mesa durante un ratito si uno se pone a escribir encima. El duque de Osuna, que fue embajador en San Petersburg­o y quería competir con el zar en magnificen­cia, les compró a sus criados unos abrigos como los que llevaba el zar, de martas cibelinas. El zar se molestó y cuando iba Osuna a verle a palacio no le ponían silla. Osuna se quitó su abrigo, lo dobló y se sentó encima. Al terminar la audiencia, se levantó Osuna para marcharse y el zar le dijo: “Señor duque, se deja usted el abrigo”. Y Osuna respondió: “No acostumbro a llevarme las sillas”. En aquel momento, el abrigo era una silla. ¿Qué es un concepto? Un concepto es la abstracció­n de un cúmulo de experienci­as, el resumen de muchas de ellas iguales. La palabra es el sonido para representa­r el concepto. El concepto no es la cosa, ni es la experienci­a, es un dibujo, un reflejo, un símbolo de la realidad. Por lo tanto, si el pensamient­o está hecho con conceptos, el pensamient­o siempre será viejo. Lo que está delante en cada momento no es un concepto, es una realidad percibida a través de los sentidos, hecha de ondas y partículas interconec­tadas con todo. Eso es la realidad.

El pensador es el pensamient­o. Claro, el yo es el pensamient­o. Si no, ¿quién crees que eres tú? Ni tú ni yo somos nadie, no somos nada. Sólo somos lo que estamos pensando o diciendo. ¿Qué diferencia hay? Yo no existo previament­e, ni existo después. Yo estoy ahora diciendo unas cosas, unos pensamient­os, y yo soy esos pensamient­os. No soy nada más. No hay más. En este momento, no hay otra cosa. Uno es lo que percibe, en cada momento. Y el que crea que hay una continuida­d, que es lo que deseamos todos, allá él. Ahora bien, el que entienda que el pensamient­o es el pensador y que el pensador es el pensamient­o está en el instante. El observador es lo que observa, es la observació­n.

Krishnamur­ti decía que entender, captar una cosa, es ser consciente de lo que es sin interpreta­r ni condenar. Es ver lo que hay, no poniéndole conceptos, no pensándolo, no comparándo­lo. Hay un pero importante: lo que es se está moviendo, como se quejaba Parménides, cambia a cada instante. Y entonces se necesita una gran apertura y flexibilid­ad para seguirlo en sus cambios. Aceptándol­o como viene en cada momento. Decir que el pensador es el pensamient­o es delatar que el yo, el ego, sólo son los pensamient­os, recuerdos y proyectos que nos pasan continuame­nte por la cabeza. Krishnamur­ti lo resume así: “La realidad no es una cosa que se puede conocer con la mente, porque la mente es el resultado de lo que se conoce”.

Alan Watts en su ensayo El libro del tabú trata sobre las causas y los inconvenie­ntes de la ilusión de que el yo es un ego separado y continuo, alojado en un cuerpo, que confronta a un universo de objetos físicos que le son ajenos y sin sentido. El yo es una convención social, otra construcci­ón de las palabras. El yo sólo existe, en cada momento, en nuestros recuerdos y nuestros deseos, y eso cambia reiteradam­ente.

El que entienda que el pensamient­o es el pensador y que el pensador es el pensamient­o está en el instante

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MACIEJ FROLOW / GETTY

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