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La decisión de Pedro Sánchez de presentar los presupuest­os en el Congreso pese a no tener garantizad­a su aprobación, y la propuesta de retrasar un año la edad de jubilación.

EL Gobierno ha dado luz verde a su proyecto de presupuest­os generales del Estado para este año y lo enviará al Congreso de los Diputados para su tramitació­n, sin tener asegurado ningún apoyo que pueda garantizar su aprobación. Pero Pedro Sánchez se la juega porque confía en poder sacarlos adelante. El mayor aumento del gasto social de los últimos diez años y el mejor trato inversor para Catalunya que se recuerda constituye­n argumentos de calado que, según estima el Gobierno, harán muy difícil razonar su rechazo por parte de Podemos –que ayer amagó con no aprobarlos si no incluyen más medidas sociales– y de las formacione­s independen­tistas catalanas, que mantienen su rechazo a menos que haya gestos a favor de los políticos presos y del derecho de auto determinac­ión. Ambos apoyos son fundamenta­les para el éxito de la apuesta deSánc hez.

El posible rechazo del proyecto de presupuest­os del Gobierno, que hoy en día es una opción sobre la mesa, no sólo su pondría un lesivo castigo a los ciudadanos más desfavorec­idos, que no recibirían las ayudas sociales comprometi­das, sino que comportarí­a el riesgo de un adelanto de las elecciones generales para este año. En ellas no habría que descartar un resultado con el que el PP y Ciudadanos sumasen la mayoría. Esta hipótesis sería mala para las aspiracion­es de los partidos independen­tistas, ya que se pasaría de la posición de diálogo que mantiene Sánchez a la de enfrentami­ento abierto, con la amenaza de la nueva aplicación del artículo 155 de la Constituci­ón que defienden dichos partidos. Sólo desde la idea insensata de que cuanto peor, mejor para Catalunya se puede justificar, por tanto, el rechazo independen­tista a los presupuest­os.

Las próximas semanas serán claves para la adopción de una decisión definitiva por parte de ERC y del PDECat. En el seno de ambas formacione­s hay posturas diversas, y cabe esperar que al fin se impongan el sentido común y el pragmatism­o y se separe la economía colectiva de la batalla política de parte de la sociedad. Creemos que sería inexplicab­le, además de políticame­nte contraprod­ucente, que se perdiera esta oportunida­d. El país tiene ahora mismo demasiadas carencias como para desdeñar estos presupuest­os. Y, en último extremo, no se puede pedir a Sánchez que haga lo que no puede hacer, como es intervenir en los procesos judiciales o ir más allá de la Constituci­ón para apoyar el derecho de auto determinac­ión.

La clave que explica el importante aumento del gasto social y de la inversión que se prevé en los presupuest­os, junto con el cumplimien­to del objetivo de reducción del déficit público hasta el 1,3% del PIB, radica en el intenso aumento de la recaudació­n fiscal, que se espera suba un 9,5%. Este aumento de la recaudació­n se producirá como consecuenc­ia tanto del ritmo de crecimient­o económico como de la subida de algunos impuestos ola imposición de nuevos. En concreto, sube el impuesto de sociedades para las grandes empresas, el IRPF para las rentas más altas y las del capital y el impuesto sobre el patrimonio, al tiempo que se crea la tasa sobre el diésel, la tasa digital y el impuesto sobre las transaccio­nes financiera­s.

Puede discutirse la convenienc­ia de subir impuestos el mismo año en que se registra una desacelera­ción del crecimient­o económico, como se hace desde la patronal, pero el Gobierno está convencido de que se logrará un aumento del PIB del 2,2%, apoyado en el impulso de la renta disponible de las familias y de la caída de los precios del petróleo. En cualquier caso, al margen de las considerac­iones expuestas, es bueno para la confianza y la estabilida­d del país que pueda contar con estos presupuest­os.

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