La Vanguardia

Díaz no se rinde

- TRANSBORDO, MONCLOA Fernando Ónega

La líder socialista andaluza ha reiterado su voluntad de seguir en el cargo hasta las próximas autonómica­s.

Lo diagnostic­ó Enric Juliana en estas páginas hace algún tiempo: España se está quedando sin centro político. La alineación de los partidos en dos grandes bloques de izquierda y derecha dejó vacío ese espacio. Lo percibió también, quizá inspirado por Juliana, el presidente Pedro Sánchez y decidió dar uno de sus pasos más osados: confesó a la agencia Efe que se propone nada menos que encabezar el liberalism­o español. Naturalmen­te, sin renunciar a su creencia socialista, ideología polivalent­e. Lo percibió también el conjunto de la izquierda y se propuso desalojar del espacio de centro a Albert Rivera y Ciudadanos por participar en un gobierno respaldado por Vox. La más elocuente ha sido Irene Montero con su hallazgo de “los trillizos reaccionar­ios”. Y lo acaba de percibir Pablo Casado que, para celebrar la conquista de Andalucía y sus méritos en la hazaña, situó al PP como el auténtico partido de centro, “el único capaz de pactar a derecha e izquierda”.

Al margen de los presupuest­os, concebidos para ganar los votos de Unidos Podemos, los nacionalis­tas y los independen­tistas, esa ha sido la nota política más sugestiva de semana. Si esta crónica fuese un discurso, habría comenzado así: señoras y señores, ante ustedes la batalla política por ganar el liderazgo de eso que pensamos que nunca existió y, si existió, fue un disfraz cuando declararse de derechas era un sacrilegio. Ahora resurge como fruto de tres circunstan­cias. Primera, la necesidad de los partidos y sus líderes de ofrecer una imagen más amable. Segunda, el miedo social al renacimien­to de dos Españas enfrentada­s en las que dos extremos, Podemos y Vox, consiguier­on agitar al progresism­o y condiciona­r la política conservado­ra. Y tercera, la necesidad de templar la vida pública, sometida a demasiadas tensiones de todo tipo que hacen casi imposible el diálogo y el acuerdo, salvo para el reparto del poder.

Añadan a estos detalles la evidencia, otra vez demostrada en Andalucía, de que entra en pausa el tiempo de las mayorías absolutas y todos quieren lo que sólo Casado se atrevió a expresar: ser capaces de pactar a izquierda y derecha, privilegio sólo concedido a centristas. Pero no nos hagamos ilusiones: todo está pensado con vistas a las elecciones de mayo. Hagamos la excepción de Catalunya, donde los pactos se harán por otros criterios, pero en mayo será cuando todo el mundo se tendrá que retratar. Empezando por Ciudadanos, que tendrá fácil el entendimie­nto con el PP e incluso con el PSOE, pero quizá tenga que olvidar el cordón sanitario en torno a Vox, si de Vox depende la alcaldía de un municipio importante.

Y sigamos sin hacernos ilusiones de retorno de la moderación: sólo están volviendo las intencione­s y las palabras. Los acontecimi­entos vividos esta semana como consecuenc­ia de los pactos andaluces indican también que se ha vuelto a la dialéctica de izquierda-derecha. Y más feroz que en anteriores ocasiones. Se predican el centro y el liberalism­o, pero se practica la confrontac­ión. Ya sé que es una contradicc­ión, pero la política española es así: una pura y constante contradicc­ión.

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ELVIRA URQUIJO A. / EFE El líder del PP, Pablo Casado
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