La Vanguardia

Sociedades ‘cashless’

- Sandra Barneda

España ya es el cuarto país de Europa en compra en internet. Ya somos muchos los que por pereza y comodidad decidimos salir con el smartphone –el 92% de la población dispone de al menos uno–, sin bolso ni cartera. Sin apenas darnos cuenta, avanzamos hacia una sociedad próxima al sin cash.

Hace un año y medio nos sorprendía la noticia de que el pago en efectivo ya no era el rey de las compras en España, sino el uso de tarjetas u otros medios como apps. Los millennial­s son los abanderado­s de ese cambio, que se expande al resto de la población. Sin embargo, existen todavía negocios o incluso comisarías –por propia experienci­a lo cuento– donde entrar es como viajar en el tiempo. Carteles en un folio y mal colgados en la entrada, con avisos de que sólo se puede pagar en efectivo. Es el caso de algunas tiendas o, para mi sorpresa, alguna comisaría (centro de Madrid, calle Moratín para ser exactos) en las que no sólo se tiene que pagar en efectivo sino incluso llevar ¡el importe exacto!

Curioso el hecho, pues existen países como Dinamarca que desde el 2016 permiten a comercios precisamen­te lo contrario: negarse a cobros en efectivo y obligar a que se pague con tarjeta para combatir, entre otras cosas, el fraude fiscal.

Es verdad que, desde hace menos de un año, se puede pagar desde la página oficial de cita previa con tarjeta o transferen­cia bancaria, pero los cambios al parecer llegan despacio a las comisarías y, mientras tanto, los ciudadanos se encuentran con sobresalto­s. Seguro que no fui la única que tuvo que salir de allí, buscar el cajero más cercano y selecciona­r el modo de billetes –que por cierto jamás había usado ni sabía que existía– para asegurarme que me ofertaba un billete de diez. Debía pagar 30 euros de la renovación del pasaporte. Lo hice estoicamen­te, sin rechiste ni queja, y, todo hay que decirlo, fui atendida de maravilla. Pero después de superar el estrés de cumplir con todos los requisitos, llevar fotos tamaño carnet y el importe exacto, caí en la cuenta de que era la situación más de Pepe Gotera y Otilio –para los millennial­s, “más chusta”– que había vivido.

En la era digital y de móviles con cámaras incorporad­as, encontrar un fotomatón se ha convertido en algo tan complicado como encontrar una cabina telefónica. Pero como las normas están para cumplirlas y más si está en juego tu DNI o pasaporte, todos los presentes en esa comisaría, incluida una misma, sucumbimos a viajar a los ochenta sin rechistar y sin previo aviso.

Cuando sales con tu documentac­ión en regla al exterior y al año 2019, recuerdas como se pasó del efectivo a la cartilla y luego a los cheques, para seguir a las tarjetas de crédito y ahora a las apps sin que la cosa se quede ahí. Puede que lo siguiente sea el chip para todo en la piel. Caminé feliz y me reconcilié, cogiendo mi teléfono y comprándom­e con él un café para llevar con vaso biodegrada­ble de sémola de maíz, en una pequeña tienda de barrio que apenas lleva dos meses abierta cuyo leitmotiv es “Happycaffé”. No fue un acto de frivolidad, deseo que me crean, sino de vuelta a la sincronici­dad con los tiempos que avecinan una sociedad cashless. Creer que formas parte de tu entorno, para cualquier sociólogo, es una premisa fundamenta­l para ser feliz.

En algunas tiendas o alguna comisaría no sólo se tiene que pagar en efectivo sino incluso llevar ¡el importe exacto!

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