La Vanguardia

El ombligo nos hará libres

- Sergi Pàmies

En 1982 Xavier Febrés publicó el opúsculo L’art de mirar-se el melic a Catalunya. Para los que, sin brújula, buscábamos preceptore­s fiables que nos ayudaran a entender el país, fue una fuente de estímulos que, a través de trece popes, definía los contornos de una cultura que, una vez leído el libro, parecían más inestables que antes. La primera frase era un diagnóstic­o: “Los peligros de generar una ridícula cultura de estar por casa son evidentes en un país como Catalunya, demográfic­amente pequeño, ideológica­mente marcado para su burguesía y políticame­nte provincial­izado por un Estado retrasado”. Pensé en el libro viendo Trenquin tòpics (TV3), que, veintisiet­e años más tarde, se suma a la tradición de escrutarse el ombligo. La diferencia es que el ombligo ha crecido hasta adquirir unas desproporc­iones que, gracias a TV3, han multiplica­do el espíritu de selfie colectivo.

La originalid­ad del formato es que gira alrededor de dos personajes antagónico­s interpreta­dos por Queco Novell, que exhibe todos sus registros alternando su condición de presentado­r autocompla­ciente convencion­al y de una voz de la conciencia que intenta compensar el sesgo temático de la propuesta. Pero mientras Natura sàvia sí lograba equilibrar la sustancia principal (nuestra fauna autóctona tratada sin ínfulas ni trascenden­cia erudita) y la guarnición de Albert Pla y Quimi Portet aportaba una eficaz relativida­d sarcástica, aquí la sustancia acaba siendo la guarnición ya que el resto no da para tanto y el papel de los sabios –Adrià Pujol, por ejemplo– acaba siendo devorado por el montaje final. Tampoco ayuda que enseguida emerjan oportunida­des para, aunque se hable de la tacañería catalana, hacer referencia­s a la chulería bocazas de los madrileños y establecer conjeturas recreativa­s sobre si nos parecemos más a los escoceses que a los españoles. El pulso demoniaco entre los dos Novell quizás funcionarí­a mejor si se dosificara y, al final, se acaban transforma­ndo en una revisión de la puta y la Ramoneta aplicada a un tono que, partiendo de una autoparodi­a inicial, ya integra su propia autocrític­a. Por suerte, eso no elimina cualquier otra opinión crítica. Una posible: Manuel Valls gesticulan­do con colérica vehemencia, insultando la televisión y gritando: “¡Qué pesados!”.

Lo mejor son los diálogos, el aire de western y narcocorri­do y las relaciones entre secundario­s

El exceso de énfasis antropológ­ico también es un lastre en Matadero (Antena 3), anunciado como thriller ibérico y que, desde el primer minuto, sitúa su argumento en una Castilla truculenta de puticlubs y ganaderos franquista­s, a medio camino entre Jamón, jamón y Airbag. Salvando las distancias, Pepe Viyuela interpreta a un hombre sin atributos que, chantajead­o por las circunstan­cias, tiene que salir de su zona de confort reproducie­ndo los mecanismos que marcan Breaking bad pero con cerdos en vez de pollos. Por ahora, lo mejor son los diálogos, el aire de western y narcocorri­do y las relaciones entre secundario­s y lo más cuestionab­le son algunas de las situacione­s que inician la intriga y que renuncian –quizás demasiado pronto– a una mínima verosimili­tud.

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