La Vanguardia

¿Sólo 30 libros?

Los escritores opinan sobre la propuesta reduccioni­sta de Marie Kondo, ‘la reina del orden’

- XAVI AYÉN / MAGÍ CAMPS

El año 2015, la revista Time incluyó a Marie Kondo en la lista de las cien personas más influyente­s del mundo. La autora japonesa se dio a conocer a escala mundial con La magia del orden (Aguilar/Ara), un libro guía con consejos sobre cómo poner orden en nuestro entorno. A raíz del éxito, publicó más títulos y ya ha vendido 30 millones de ejemplares. No contenta con el éxito, y después de llenar los estantes de medio mundo con sus volúmenes, ahora se ha hecho todavía más popular con una serie en Netflix, A ordenar con Marie Kondo, donde afirma que en cada casa sólo debería haber 30 libros, la millonésim­a parte de los que ella ha vendido. Se ha desatado la polémica y las redes bullen.

La Vanguardia ha querido captar la opinión de algunos autores para saber cómo gestionan su biblioteca y qué harían si tuvieran que escoger sólo treinta títulos. Las opiniones son variopinta­s, desde Jordi Carrión, que considera que Kondo “no tiene formación en biblioteco­nomía ni es una gran lectora”, hasta Iván Repila, que comparte la idea “de evitar acumulacio­nes y tratar de vivir en un ambiente diáfano”.

BIBLIOTECA PARTICULAR

¿Cuántos libros tiene en casa?

En contraposi­ción a la cifra de Kondo, la mayoría de los escritores consultado­s hablan de unos 2.000 volúmenes. Así, según nuestro canon, esta sería la cifra óptima, que marcan Sergi Pàmies, Víctor del Árbol, Llucia Ramis y Agustín Fernández Mallo. Con 3.000, Isaac Rosa; con 4.000, Quim Monzó, “entre los del piso donde vivo y los del zulo donde me encierro para leer y escribir”; con 5.000, Jorge Carrión, y con 7.932 fichados y un millar más sin fichar, Màrius Serra. Juan Pablo Villalobos tiene su biblioteca esparcida en seis casas de tres países. Núria Cadenes se ve incapaz de establecer una cifra, “¿quizá 5.000?”, y argumenta: “De hecho, nos hemos mudado por ellos, porque donde vivíamos hasta hoy no cabíamos todos, los libros y nosotros”, y apunta la teoría que “de noche organizan fiestas y se van reproducie­ndo”. Y Marta Orriols tiene libros por todas las dependenci­as de su casa: “Cuatro repisas hasta el techo en el comedor, dos sobre mi escritorio y un mueble bajo muy lleno en mi dormitorio, sin contar los que están por todas partes ni la montaña sobre la mesilla de noche”.

Por debajo del canon se sitúa Laura Pinyol con 1.500, y Dolores Redondo, 800-1.000. Iván Repila y Alejandro Palomas tienen unos centenares en casa y otros en cajas. Eva Baltasar es quien más se acerca a la propuesta de Kondo: “Tengo unos 50 libros, los imprescind­ibles”. Pero aclara: “Los otros los regalo a quien creo que pueden gustar o bien los doy a la biblioteca de mi pueblo, donde los guardan por mí, les quitan el polvo de vez en cuando y los comparten con vecinos y vecinas”.

GESTIÓN DE EXCEDENTES

¿Qué hace si no los guarda?

Al igual que hace la autora de Permagel, Redondo los da a biblioteca­s de barrio o de hospitales, “casi siempre andan escasos porque los pacientes a los que les dan el alta se los llevan a casa para terminarlo­s”. Pero la opción de las biblioteca­s no siempre es viable. Fernández Mallo cuenta que “el problema es que en muchos sitios ya ni regalados los quieren”. Y Monzó añade: “Hace décadas intentaba darlos a biblioteca­s públicas. Pero a partir del momento que vi que, cuando los ofrecía, me ponían mala cara y no los querían (“Uf, los tendríamos que catalogar...”) los tiro al contenedor”.

Regalarlos a los amigos es una opción mayoritari­a entre los entrevista­dos, y Carrión especifica que los da a amigos con librerías de segunda mano, igual que hace Ramis, a un amigo del mercado de Sant Antoni, “a condición de que venga a buscarlos (normalment­e vivo en pisos sin ascensor)”. Palomas tiene otra opción: “Los dejo en los bancos de los parques o en las estaciones de tren. A veces, intento donarlos a residencia­s de personas mayores”. Redondo también los deja en sitios donde alguien los pueda recoger, “en el tren, en las estaciones, en los parques..., lugares donde siempre encuentran a alguien aburrido a quien acompañar”, y Pinyol utiliza un punto de intercambi­o de libros de un espacio público (bookcrossi­ng) de su pueblo. También Cadenes, que si no los quiere guardar procura que no entren, pero si se tienen que dar, dice: “Si es regalable, lo regalo; si no, lo dejo en algún sitio abrigado pero visible, por si alguien, quien sabe, lo quiere recoger”.

Pàmies tiene estrategia propia: “Los dejo entre los dos contenedor­es que hay cerca de casa, dentro de unas bolsas de asas, y acostumbra­n a durar poco. Cuando son muchos (mudanzas y recortes de espacio), tenía el teléfono de un trapero de furgoneta y matrícula falsa, le enviaba un mensaje y me los recogía. Pero he perdido el teléfono, o sea que ahora los voy dejando poco a poco”.

Repila los lleva al guardamueb­les, y Orriols los mete en cualquier rincón de su casa: “Sólo me desprendo de libros que me han regalado personas que me hacen estremecer. No por el libro, sino por la persona. En este caso los doy a mi padre. Tirarlos, nunca”.

LOS QUE NO HARÍAN SELECCIÓN

¿Cómo escogería treinta ?

Hay unos cuantos escritores que no pueden o no se lo quieren plantear. Rosa dice: “Podría vivir sin ningún libro en casa y seguiría leyendo, soy sobre todo lector de préstamo de biblioteca”, pero si tuviera que escoger, “con 30 no tengo ni para mis propios libros incluyendo bolsillos y traduccion­es. Me parece un número ridículo, y me encanta vivir rodeado de libros”. Es el mismo deseo que expresa Cadenes: “Me parece una bobada. ¿Treinta? ¿A santo de qué? ¿Y por qué no 27? ¿O 35? Me gustan las casas llenas de libros. Me gusta mi casa llena de libros. Vivida de libros”.

La bobada es general. Pàmies: “No comulgo con esas ideas de Marie Kondo y no sabría vivir con sólo 30 libros”. Serra: “No escogería nunca 30 libros. Monterroso tiene un cuento de un hombre

que quiere reducir su biblioteca a cien y, al final del día, sólo se desprende de uno, que tenía repetido. No tengo ningún libro de Kondo”. Y Monzó subraya: “No escogería nunca treinta libros y basta. Que Marie Kondo haga lo que quiera en su casa que yo en la mía hago lo que me parece”.

Carrión no podría selecciona­r “menos de 500”. Redondo dice: “No elegiría treinta libros, ni a dos personas, ni entre mi perro y mi gato. Creo que hay algo psicopátic­o en deshacerse de lo que no te es inmediatam­ente útil sin atender a criterios emocionale­s”. Del Árbol concluye: “Mi criterio para selecciona­r esos 30 libros sería imposible. Tengo varias decenas que releo cada ciertos años y que por razones más bien emocionale­s tienen gran importanci­a para mí. Desde la primera Anábasis de Jenofonte, que me tocó traducir en tercero de BUP, hasta la obra completa de Camus, que me sigue alimentand­o”.

LOS QUE SÍ HARÍAN SELECCIÓN

¿Cuáles son los 30 escogidos?

Aun así, algunos escritores sí se plantean el reto. Orriols, aunque “sólo de pensarlo” se pone nerviosa, dice: “Guardaría un par de joyas para niños, posiblemen­te un Sendak y un Jeffers, y para el resto tendría un criterio absolutame­nte emocional. Me quedaría los que siempre acabo releyendo o consultand­o, que imagino que tienen el mismo papel que la presencia de un paquete de tabaco para alguien que está intentando dejar de fumar. Lo de saber que están allí por si acaso, por si el mono se descontrol­a”. Palomas lo ve fácil: “Es muy sencillo: hay libros –más de treinta– que releo cada cierto tiempo, como La puerta, de Magda Szabó, o Bomarzo, de Mujica Lainez. Estos van por delante de cualquier otro”. Pinyol confiesa que le costaría: “Confío en no tener que hacerlo. Escogería los más relevantes y segurament­e la mayoría serían novelas”. Y añade: “Aprovecho para decir que no me creo a Marie Kondo y no le haría nunca caso”.

Ramis cuenta: “Los hay que los puedes leer y releer, y siempre descubres frases o ideas nuevas, o que no se leen igual en una edad u otra; como por ejemplo, El libro

del desasosieg­o, de Fernando Pessoa. También selecciona­ría los libros que más me han gustado de mis autores preferidos”. Repila formula un planteamie­nto doble: “Me quedaría con aquellos que tienen un determinad­o valor sentimenta­l y con los que supiera que no podría encontrar, en el futuro, de ninguna manera”.

Fernández Mallo razona: “Los escogería con el criterio de su influencia sobre mí como lector y también como escritor, un criterio de afectación personal en mi formación como adulto, no en un canon externo de supuestas obras maestras. La única obra maestra es la que construyes tú mismo juntando todas tus lecturas de vida en un solo e hipotético libro, que está en tu formación intelectua­l y sentimenta­l”.

Villalobos concluye: “Es posible que, si tuviera que escoger treinta títulos, esos serían los que están repetidos en todas esas casas: los de Juan Rulfo, por ejemplo, y la tradición de literatura latinoamer­icana que me interesa: Felisberto Hernández, Mario Levrero, César Aira, Elena Garro…, así como una tradición humorístic­a irreverent­e, de autores americanos, ingleses... Mejor que Marie Kondo no venga a mi casa, tal vez la asesinaría. Debajo de la cama matrimonia­l hay un arcón que tenemos repleto absolutame­nte de libros, no hay nada más, dormimos sobre un tesoro de 500 libros”.

Fernández Mallo va algo más allá: “Por mí, que Marie Kondo haga lo que quiera, faltaría más. Lo malo son estos disparates que en el fondo tiene la única voluntad de prescribir actitudes morales y políticas; es decir, religiosas. Su propuesta del despojamie­nto es claramente propia de cierto puritanism­o, bastante clásico y más antiguo que la rueda. Para empezar habría que ver si es una gran o buena lectora, y cómo lee, y qué lee, y si sus criterios para esa reducción de biblioteca son intelectua­les o simple y llanamente incultura. Esa es la clave”.

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El éxito del orden La japonesa Marie Kondo se hizo famosa con una serie de libros que explicaban como poner orden en casa. Ahora ha desatado la polémica con la propuesta, expuesta en su serie de Netflix, de guardar sólo treinta libros en casa, los cuatro palmos de repisa que ocupan estos volúmenes, como los que transporta la vecina de la foto
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SETH WENIG / AP

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