La Vanguardia

Los portadores de revelacion­es

- Llucia Ramis Barcelona

Se ha dicho tantas veces, que ahora nadie parece reconocerl­o. Pero Francisco Veiga, catedrátic­o de la UAB, donde empezó a ejercer como profesor en 1983, lo confirma. Va en serio: se está dando un cambio histórico de verdad. Trump en la Casa Blanca, el Brexit, los atentados en la Rambla, son algunos de los elementos que fue incluyendo en su primera novela a medida que la escribía (y que, así, la iban modificand­o). Publicada por la editorial Mankell, Ciudad para ser herida inicia una serie de espías. La presenta con Laura Mas en la Somnegra, en la calle Aragó tocando a Borrell. Una mujer que lleva 36 años en el barrio acaba de descubrir la librería, inaugurada hace año y medio.

Estas series son más propias de la literatura británica –John Le Carré, Graham Greene–. En Catalunya hay menos tradición en el género que en el oficio: desde el célebre Garbo, hasta La Blonde (que fue agente doble en la batalla del Ebro), pasando por Alí Bei (uno de los primeros cristianos que entró en la Meca disfrazado). Sin duda, su ubicación fronteriza y actividad comercial fomentan el negocio de pasar informació­n. Tras los clásicos sobre espías rusos y sobre infiltrado­s en el yihadismo –caso de Homeland–, el libro de Veiga habla de los servicios de inteligenc­ia en el turbocapit­alismo actual. Es decir, el económico, el de las empresas turísticas e inmobiliar­ias, el de los sabotajes a la competenci­a, el de traficante­s de cuentas y datos privados.

Y justo al día siguiente, sale la noticia de que el segundo banco más importante de España habría investigad­o quince mil llamadas de unas cuatro mil personas. Por la tarde, la Central del Raval acoge su primera presentaci­ón del año, con gran éxito de público, que llena la sala “para escuchar a un escritor de Murcia”, dice Olga Martínez, de la editorial Candaya. Se refiere a que el autor, Diego Sánchez Aguilar, no es de Barcelona y, por lo tanto, los que han venido no son amigos y conocidos, como suele ser lo acostumbra­do. De hecho, hay algún otro murciano (residente aquí), que es Juan Soto Ivars. También están Robert Juan-Cantavella, Toni Hill.

Si la novela negra tiene un trasfondo social, el trasfondo de la de espías es político. Factbook. El libro de los hechos no es de espías (aunque una de las voces busca huellas de actividad criminal en las redes). Pero sí es política: mediante una distopía más parecida a una realidad aumentada, refleja un mundo que trasciende el marco espaciotem­poral. Es un mundo instalado en una crisis económica con la que se justifica cualquier sacrificio, y donde se impone la corrupción y la impunidad de unos, mientras el miedo y la resignació­n se han apoderado de los demás.

Todo empieza cuando el presidente de la CEOE aparece ahorcado en un toro de Osborne. Es un momento de inflexión para los protagonis­tas. Él se está planteando congelar su cuerpo en un centro de crionizaci­ón de la Manga del Mar Menor, pero antes le obligan a escribir su propia vida, por si perdiera la memoria en el proceso. Ella es adicta a los acontecimi­entos (y no a los sucesos), porque permiten que entres en el territorio de lo desconocid­o. “Ambos han tenido una revelación, pero las revelacion­es siempre destruyen al mensajero”, apunta Eduardo Ruiz Sosa, y repasa: Moisés, Prometeo, el Apocalipsi­s de san Juan, Simón el Mago. Como todos los portadores de revelacion­es, también ellos se van quedando aislados. Así, el regreso al mundo del que quieren escapar es corpóreo, explica Ruiz Sosa. Y el cuerpo y su poética, precisamen­te, vuelven a ser centrales en el premio Francesc Garriga convocado por Labreu, Buc, AdiA y Cafè Central, y que, por tercer año consecutiv­o, reconoce la obra de un autor inédito.

En esta ocasión es Tanta gana ,de Pol Guasch. Según el profesor Francesco Ardolino, cierra un tríptico perfecto con sus predecesor­es: Fam bruta, de Guillem Gavaldà, y Sostre de carn, de Maria Isern. “Legítimos o no, son hijos de Poètiques del cos, de Mireia Calafell”, añade. Sebastià Portell se ha fijado en la camisa con calaveras procedente de Australia que lleva Ardolino. Y también en la falta absoluta de moraleja o de culpa en el libro de Guasch: “Encontramo­s inscripcio­nes en el útero que la madre no leerá nunca, aunque las lleve dentro”, dice. Y recuerda a Maria Mercè Marçal y a Maria Antònia Massanet; también a Antònia Vicenç, Biel Mesquida, Vinyoli, Víctor Català. El autor recita algunos de sus poemas sin leerlos, de memoria y corazón, en un Horiginal que ha cambiado de manos. Ahora las programado­ras son Maria Sevilla, Raquel Santanera y Laia Carbonell, que agradecen la confianza de quien lo gestionaba desde el 2002, Ferran Garcia. Además de los habituales, entre el público está el economista Lluís Boada, que sale de ver Cold war en el Renoir. El poeta y editor Antoni Clapés me invita a una cerveza Manila. Tal vez lo más significat­ivo del cambio histórico sea que estamos prescindie­ndo del espacio físico y nos conformamo­s con el virtual, sin ser consciente­s de lo que perdemos. Así, lugares de encuentro como las librerías se ven obligados a cerrar. Es el caso de Los portadores de sueños, un referente cultural en Zaragoza durante catorce años. Su cierre no sólo es una mala noticia, también es muy revelador.

Sánchez Aguilar es de Murcia y, por lo tanto, los que han venido no son amigos y conocidos, como suele ser habitual

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