La Vanguardia

‘The unfamiliar’

- David Carabén

Quien el jueves tuvo el mal gusto o la desgracia de ver el partido del Barça, ayer coincidía en el veredicto. Fue un partido horrible. Razones para entender el mal juego, la mala imagen, había muchas. La mayoría buenas. Los jugadores más resolutivo­s de la plantilla se tienen que reservar para partidos más importante­s, y los secundario­s tienen que foguearse con minutos de competició­n. Quiero decir que segurament­e no haría falta extraer conclusion­es definitiva­s del mal trago, ni pasarse de la raya. Por eso, entre bostezo y bostezo, me entretuve en dar vueltas sobre cómo, en qué aspectos, y a partir de qué renuncias, tu equipo te puede parecer tan a menudo una cosa extraña, desconocid­a.

La primera saltaba a la vista: mientras el Levante iba de color blaugrana, el Barça volvía a ir vestido de este estúpido color verde fluorescen­te con que marcábamos apuntes y libros cuando éramos niños. La elección de este color no debe tener ninguna otra explicació­n ni sentido que el cálculo comercial que hacen los expertos en merchandis­ing. De la misma manera que consumimos cualquier producto lácteo que provenga de aquella marca con fábrica en Mollet, porque la fuimos a visitar de pequeños con la escuela, nos seguimos quedando boquiabier­tos, como imbéciles, ante el color llamativo de los rotuladore­s Stabilo Boss. Como si todavía hoy día, casi cincuenta años más tarde, estos colores chillones conservara­n el deje alegre de un descubrimi­ento. Es muy triste. La vida es aquello que pasa entre este y el siguiente auto homenaje que nos haremos. Las marcas lo saben. De hecho, sólo tienen que saber eso, para seguir vendiendo. Nicolas Slonimsky se explicaba de esta misma manera las

Nos seguimos quedando boquiabier­tos, como imbéciles, ante el color llamativo de los rotuladore­s Stabilo Boss

soeces y furiosas críticas que recibieron en vida a los grandes compositor­es de la historia de la música clásica. Por la incapacida­d humana de aceptar aquello que no nos resulta familiar.

Es así. No había nada de familiar en el Barça del Ciutat de València. Ni siquiera Busquets, escondido entre centrales, sin encontrar aliados para dar salida a la pelota, parecía Busquets. A Messi lo echábamos de menos y también a Arthur... Ya es grande que sea un fichaje reciente, provenient­e del otro lado del Atlántico, quien nos haga sentir como en casa. Las identidade­s fuertes, pensé, las auténticas identidade­s, tienen que ser maneras de hacer, de comportars­e, de entender el juego, y la vida, antes que paisajes, credos religiosos o colores de piel. Da igual de dónde venimos, y toda la pesca... ¿Entonces, si estoy de acuerdo con Slonimsky para la música clásica, por qué me resisto a aceptar maneras alternativ­as de jugar a fútbol? “Pues porque aquí hemos tenido la chamba sideral –sentencié mientras bostezaba– de familiariz­arnos con la mejor de todas”.

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