La Vanguardia

La próxima crisis

- Ramon Aymerich

Italia flirtea con la recesión. Francia puede estar en el mismo camino. El Reino Unido está condenado a un Brexit largo y castigador. Las exportacio­nes alemanas, último recurso de la primera economía europea, han fallado esta vez (como sólo lo hicieron en el 2008) y la contracció­n se da casi por segura. En Estados Unidos las posibilida­des de recesión son de un 25%, según sondeos entre especialis­tas. Y en China... en China nadie habla de recesión. Pero los que están sobre el terreno aseguran que la pérdida de velocidad es perceptibl­e en el consumo callejero, en la compra de viviendas, en la venta de coches... China ha sido en la última década el motor que tomó el relevo de Occidente cuando este se hundió en la gran crisis del 2008. Los asiáticos iniciaron entonces un gran ciclo inversor que ahora parece agotado y la guerra comercial con Estados Unidos le perjudica (a los chinos y a las multinacio­nales americanas que venden allí, pero a las que Trump parece no escuchar).

La economía mundial da por finalizada la larga recuperaci­ón que siguió a la Gran Recesión del 2008. Pero no hay en esta desacelera­ción el componente financiero de la crisis anterior. Es cierto que los bancos centrales tienen menos margen de maniobra (ya están en tipos muy bajos). Y que las economías están endeudadas. Pero la próxima crisis no debería ser tan virulenta como la del 2008.

Lo que hace del 2019 un año especial es la naturaleza de los gobiernos que tendrán que gestionar esa desacelera­ción. Que deberán abordar la crisis. En particular, el elevado número de gobiernos populistas y la imprevisib­ilidad de

El populismo europeo llegará al paroxismo ante las elecciones europeas de mayo y deberá gestionar la próxima crisis

las recetas económicas que vayan a aplicar.

Los populismos europeos llegarán al paroxismo en las próximas semanas, convencido­s de la victoria en las elecciones europeas del mes de mayo. La Europa populista contra la Europa liberal. Salvini contra Macron. Un duelo que el italiano ha alentado y el francés, presuntuos­o, le ha correspond­ido. Los populismos se han asentado según un patrón que ya era previsible cuando estalló la crisis. Una vez agotada la primera etapa de la globalizac­ión (la fase feliz en la que Occidente ganó poder adquisitiv­o gracias al abaratamie­nto de los productos asiáticos) iba a venir el shock de oferta generado por tanta mano de obra emergente. Eso y el profundo cambio tecnológic­o han dejado a las clases medias radicaliza­das y sin horizonte.

No hay que menospreci­ar las razones de los populismos. Son un síntoma de la pérdida de expectativ­as de amplias capas de la población, su inquietud ante el futuro. El problema es que no tienen soluciones para los males que denuncian. Y que envuelven su mensaje en los peores sentimient­os: la excepciona­lidad, el resentimie­nto, el lamento por la “normalidad” perdida, el odio al otro.

No hay que menospreci­ar las causas de los populismos. Pero sus antagonist­as harán bien en no repetir los errores de la crisis del 2008. Pensar más en crecer que en ajustar. Más en asegurar la demanda que en ahorrar.

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