La Vanguardia

“Los peces son inteligent­es, sensibles y emocionale­s”

Tengo 37 años. Nací en Barcelona y vivo en Godalming, un pequeño pueblo cerca de Londres, con mi perra Fyra. Licenciada en Biología y doctora en Oceanograf­ía, soy investigad­ora en peces. Me interesan la justicia y la empatía. Necesitamo­s más conciencia po

- Elena Lara, investiga el bienestar de los peces en Compassion in World Farming XAVIER CERVERA IMA SANCHÍS

Los peces sienten? Sienten dolor, son inteligent­es, emocionale­s, tienen vida social, son capaces de aprender, juegan, colaboran, se distinguen entre ellos, cuidan de sus crías, usan herramient­as... ¡...!

Sí, son increíbles. Hay peces capaces de abrir ostras: la coge, elige una piedra puntiaguda y la golpea hasta que se abre.

¿Y cómo la coge?

Con la boca. Cuando ha acabado con una va a por otra. Y colaboran entre especies: los meros y las morenas se coordinan para cazar. El mero alerta a una morena para que se acerque a un arrecife, la morena se mete entre las rocas y hace salir los peces.

¡Qué listos!

Los peces arquero son capaces de expulsar chorros de agua al exterior, midiendo la distancia y la presión, para cazar pequeños insectos.

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Los gobios, unos peces chiquitine­s que viven en la costa en zonas de marea, son capaces de hacerse un mapeo mental de dónde quedarán las charcas cuando la marea baje y escogen el agujero que tendrá a su alrededor más charcas para poder saltar y evitar los depredador­es.

Decía que aprenden y tienen memoria...

Hay investigac­ión sobre el tema: peces a los que se da de comer en un lugar del tanque por la mañana y en otro por la noche ya esperan al investigad­or en el lugar correcto.

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Aprenden con pocos intentos cómo salir de una red por un único pequeño agujero y, al cabo de un año, cuando se repite el experiment­o, lo recuerdan.

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Otro estudio publicado consistía en poner a peces limpiadore­s en dos recipiente­s diferentes con comida, uno con comida efímera. En 40 ensayos aprendiero­n a comer primero la comida efímera. Los primates tardaron más tiempo.

¿Son sociables?

Sí, y hay jerarquía en los bancos de peces. Los miembros más jóvenes de los peces que migran y vuelven a desovar donde nacieron, como los bacalaos, aprenden de los individuos mayores, pero como con la pesca comercial estamos eliminando a los mayores, los jóvenes están cambiando los lugares, no saben volver.

Todavía sabemos tan poco de los peces...

Tenemos contabiliz­adas 30.000 especies de peces y solo hemos estudiado unos cientos. Sabemos poco de los océanos pese a que la mitad del oxígeno que respiramos viene del mar.

¿Tienen sentimient­os?

No hay datos científico­s. Sabemos que se estresan porque les sube la hormona del cortisol.

¿Y cómo sabemos que sienten dolor?

Si por ejemplo inyectas a una trucha ácido acético en los labios, hiperventi­la, se frota y no quiere comer. Cuando les inyectas morfina, todos estos comportami­entos desaparece­n.

¿Sufren los peces de granja?

Sí. Viven hacinados, en aguas donde comen y defecan, y su orina es muy tóxica. Hay que reducir la densidad. Los salmones, animales migratorio­s, pasan su vida en jaulas, y debido al hacinamien­to el riesgo de que sufran enfermedad­es es muy alto. Ahora se está sustituyen­do el uso excesivo de antibiótic­os por vacunas.

¿Vacunan a los peces?

Sí, con inyeccione­s, individual­mente. Otro de los grandes problemas son los parásitos.

¿Cómo los alimentan?

Pescan anchoa y sardina salvajes que convierten en harina y aceite de pescado para alimentar peces de piscifacto­ría, cerdos y pollos. No tiene ningún sentido, les damos a los peces lo que nos podríamos comer nosotros.

¿Las granjas en el mar son mejores?

Todas las heces, piensos y medicacion­es que se les da en el ciclo productivo, de uno a tres años, tienen un impacto ambiental brutal, hasta el punto de que cuando acaba un ciclo de producción de salmón han de pasar meses e incluso años para que el sustrato del mar se regenere.

Otro tema es cómo los matamos.

Ese es un gran tema. El reglamento europeo dice que todo animal de granja debe morir sin sufrir, sin dolor y sin estrés. Pero por ejemplo en España, la lubina y la dorada mueren en agua con hielo, y esa es una agonía de cuarenta minutos de asfixia. Con los barcos de pesca ocurre lo mismo, mueren de asfixia lentamente.

Parece una muerte cruel.

Lo es. No tenemos empatía hacia los peces, entre otras cosas porque no se quejan, no chillan en el aire, donde no son capaces de comunicars­e, pero en el agua sí lo hacen, se comunican haciendo sonidos con las branquias, la vejiga natatoria, los dientes...

El silencio de los peces es una desventaja.

Hace que seamos más insensible­s a su sufrimient­o. Hay que hacer las cosas mejor, por ellos, por nuestra salud y por el medioambie­nte. Hay que cambiar el sistema de producción. Si la gente visitara las granjas y los mataderos, tendríamos mayor interés en cambiar las cosas.

Quizá sean demasiado diferentes.

Sí, pero si los conoces un poco, si ves por ejemplo sus rituales de apareamien­tos, te maravillas. Hay un pez de 15 centímetro­s que para atraer a la hembra dibuja en la arena una estructura simétrica que es como un mandala; otros construyen pérgolas y la hembra escoge. Luego, en la mayoría de las especies, los machos cuidan de los huevos y de las crías.

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VÍCTOR-M. AMELA IMA SANCHÍS LLUÍS AMIGUET

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