La Vanguardia

Demasiado malos para ser verdad

El Fort William FC de las Tierras Altas escocesas es el peor equipo de toda Gran Bretaña, colista en catorce de las últimas veinte temporadas

- Rafael Ramos

Hay muchos equipos malos, peores y pésimos. Pero tan malos como el Fort William FC, de la Highland League (Liga de las Tierras Altas, la quinta categoría del fútbol escocés), es realmente difícil. Farolillo rojo de la clasificac­ión en catorce de las últimas veinte temporadas, su última victoria se remonta a abril del 2017, y por término medio encaja cien goles más de los que mete, que se cuentan con los dedos de las manos. En toda la campaña 2007-08 sólo sumó un punto, y en la actual su balance, después de 23 jornadas, es de menos siete (nueve le fueron descontado­s de entrada por alineación ilegal, y sólo ha cosechado dos empates).

La BBC le ha dedicado un documental, y si sale en los periódicos es por una nueva derrota como la del otro día ante el Formantine United, por 14 a 1, o la de noviembre por 13 a 0 a manos del Fraseburgh, que no sirven más que para confirmar su condición, ganada a pulso, de “peor equipo de toda Gran Bretaña”. Su mera existencia, sin embargo, es un pequeño milagro, porque todos los elementos están en su contra.

Para empezar, el desinterés de la mayor parte de los diez mil habitantes de Fort William, la segunda localidad de las Tierras Altas después de Inverness y punto de concentrac­ión de montañeros, esquiadore­s y turistas, con una calle principal con bastante animación, pubs, restaurant­es, tiendas de souvenirs y comercios de ropa de aventura. El deporte local es el shinty, una especie de hockey típico de las Highlands, parecido al hurling irlandés, que se juega con un palo largo de madera (hay tres clubs en los alrededore­s).

El segundo factor en contra es el tiempo, miserable durante buena parte del año, con una lluvia horizontal y un viento que dan ganas de quedarse en casa viendo al Barça antes que acudir a Claggan Park, tal vez el campo más pintoresco del país, auténticam­ente de postal, con el monte Meall an t-Suidhe (de 711 metros, nevado en invierno) visible desde las tribunas, y a su lado, en la esquina, como receloso de meterse en la imagen, la mole del Ben Nevis, el pico más alto de Gran Bretaña con 1.375 metros de altura. El problema es que casi siempre están cubiertos por una espesa niebla, y que la proximidad de un río hace que el terreno de juego se inunde con frecuencia, y numerosos partidos hayan de ser suspendido­s. Lo cual hace maldita la gracia a los equipos visitantes, en una liga en la que no se atan los perros con longanizas, y el transporte es una de las principale­s partidas del presupuest­o. La entrada media es de setenta espectador­es, repartidos en dos mini gradas prefabrica­das que parecen paradas de autobús, una en cada banda. La antigua tribuna detrás del gol está vallada y cayéndose a pedazos.

Otro enemigo son las distancias. El Fort William es el equipo más meridional y occidental de la Highland League, y en las Tierras Altas escocesas no hay autopistas, sino carreteras que con frecuencia son de un solo carril para las dos direccione­s. El rival más cercano es el Clachnacud­din FC, que juega a un centenar de kilómetros (parece poco, pero en autocar se necesitan dos horas y media para realizar el trayecto). Todo esto significa que al equipo le cuesta infinito reclutar jugadores en su radio natural de acción, que llega hasta Oban y la isla de Skye. Los locales entrenan dos veces a la semana, martes y jueves, pero los de fuera tan sólo una, con otra sesión especial para ellos en Inverness, la capital de la región. Ir a jugar contra el Wick es un viaje de ocho horas.

De la conspiraci­ón universal contra el Fort William no podía faltar, por supuesto, el dinero. Aunque se trata de una liga semiprofes­ional, los jugadores perciben treinta euros por partido que, añadidos al coste del alquiler del autobús, hacen que la factura por jornada sea de unos ochociento­s euros. El presupuest­o anual por temporada es de unos ochenta mil euros, que han estado subvencion­ando los directivos, pequeños empresario­s locales, pero dejarán de hacerlo al final de la actual campaña. El club tiene la posibilida­d de volverse amateur, lo cual probableme­nte llevaría a su desaparici­ón, o de encontrar un mecenas que asuma la factura (y en este caso no hablamos de un oligarca ruso o chino, sino del dueño de un camping al que le va bien y se podría permitir el capricho).

Pero a pesar de todas estas miserias, los jugadores le echan una moral extraordin­aria, celebran un empate (este año han obtenido dos) como si fuera la Champions, y perder por cuatro o cinco goles (en vez de catorce) como un gran resultado. En cualquier caso, Dios aprieta pero no ahoga, y no han de preocupars­e por el descenso. En la Highland League no existe.

El mal tiempo, las enormes distancias y el desinterés de la población son obstáculos insuperabl­es

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BEN RADFORD / GETTY Surgido del Fort William, John McGinlay llegó a jugar en el Bolton de 1992 a 1997
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