La Vanguardia

“¿Nos ofende a nosotras ver barrigas, calvas y pelos en las orejas?”

- ÁNGELA SILVA IMA SANCHÍS

Tengo 49 años. Nací en Madrid y vivo en Barcelona. Vivo en pareja y tengo una hija, Martina, de 12 años. Me produce terror que el miedo de la sociedad esté provocando el resurgimie­nto de movimiento­s fascistas, del individual­ismo, el egoísmo y el proteccion­ismo. Creo en la igualdad

Es usted feminista? Cómo no serlo, y ahora, ante la aparición de las manadas, más que nunca. ¿Qué está pasando? El hecho de que La Manada que actuó en Pamplona esté en la calle hace que algunos se sientan impunes. Es incomprens­ible.

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En esas circunstan­cias, ante cinco hombres como castillos, tienes dos opciones: o morir, o rendirte y hacer que pase lo más rápido posible. Es lo de María Goretti.

Canonizada por resistirse a la violación.

Sí, tuvo que morir para que la tuvieran en cuenta. Tengo amigas que discuten el #MeToo, pero gracias a este movimiento están cambiando las cosas. No podemos dar marcha atrás.

Hay quien añora los piropos callejeros.

Si yo voy por la calle a las onze de la noche y alguien me grita “¡te lo comería todo!”, no es que me ofenda, es que me cago de miedo.

¿A qué otras cosas no deberíamos ceder?

Al mandamient­o de la belleza y la eterna juventud femenina. Yo quiero hacer personajes de mi edad, no me estiraré la cara para que un director piense que todavía puedo ser Julieta.

En su profesión es complicado. En la entrevista que le hizo usted a Ángela Molina los comentario­s en la red eran: “Ya se podría arreglar un poco”, y había una mujer ofendida porque “¡no se teñía las canas!”.

Cierto.

¿Nos ofende a nosotras ver las barrigas, las calvas o los pelos en las orejas de los hombres? Toda la vida nos han dicho que con los años las mujeres perdemos valor y somos más feas.

¿Usted se lo creyó?

Sí, y ahora estoy intentando no creérmelo, porque voy a cumplir los 50 y quiero ser muy feliz.

La del cine es una industria cruel.

A los 30 años ya me decían que me debería operar las bolsas, imagínese. Pero yo lo que quiero es estar guapa con mi edad, y no veo más guapa a Nicole Kidman tras sus operacione­s, simplement­e la veo sin arrugas. Yo no cambiaré esta industria, pero si puedo allanaré el camino.

¿Alguna rebeldía?

Haciendo la serie Estoy vivo dejé de fumar y engordé siete kilos, y resultó que la chica de la película, por la que peleaban los protagonis­tas, tenía unos brazos orondos. Luego adelgacé con calma, pero fue una pequeña rebeldía.

Aun así la crisis de los 50 es dura.

Hay muchos intereses para que exista. Yo la crisis la he tenido a los 49, piensas que más de la mitad de la vida ya se te ha ido. Pero vivir también es cambiar, y hay tanto por hacer...Todavía pienso que algún día seré escritora.

Usted ha hecho mucho teatro, pero se le conoce por la televisión.

Sí, y mucha gente me viene a ver al teatro porque salgo por la tele, es un poco perverso.

Estoy vivo transita por la ciencia ficción.

A mi personaje se le muere el marido, que vuelve reencarnad­o en un desconocid­o que vela por su familia. Mucha gente me da las gracias porque se identifica­n y sienten que su ser querido que murió sigue ahí.

¿Le han ocurrido cosas inexplicab­les?

No creo en la reencarnac­ión, pero hay personas que han muerto con las que tengo conexión. A Anna Lizaran no la he borrado ni de mi móvil, y cuando me viene a la cabeza, siento su presencia, y entonces le hablo.

En Vis a vis fue la jefa de la prisión.

Suelen buscarme para hacer papeles de mujer poderosa, jefa, rica y fría. Creo que tiene que ver con mi voz.

Rápidament­e te encasillan.

Cuando los guiones son buenos y esos personajes de mujer fría y dura tienen alma resultan interesant­es de hacer, pero cuando son planos es un aburrimien­to.

La mala malísima.

Sí, esa que no existe, que es tan mala que no tiene ni padre, ni marido ni hijos. Creo que el espectador puede aguantar que un malo tenga fisuras y un bueno algo de malo. La teniente Salgado era tan fría y dura que para que tuviera algo más de interés hubo que meterle Lexatin en el bolso, así pudimos decir que la culpa era de las pastillas y darle un giro.

¿La gente la interpela por la calle?

Sí, a veces en el supermerca­do estás ahí con los aguacates y alguien te grita: “¡Muy mal, me caes muy mal!”, y todos te miran, y tú piensas que es que te ha visto tocar los aguacates sin guantes.

Menudo susto.

Pasa sobre todo con las series diarias; estás ahí con ellos, mientras comen, formas parte de su familia. “Te conozco”, te dicen, y tú les dices: “La tele”, y ellos insisten: “¡No, no, tú y yo hemos coincidido en alguna comida!”.

¿Qué ha aprendido de la vida?

Que lo bueno es que cada día la vida empieza de nuevo. Cuando todo va mal hay que esperar a mañana.

¿Ha sido usted atrevida?

Cuando me enamoré de Óscar, ya madurita, con 37 años, sabíamos que el enamoramie­nto duraba poco y no queríamos que se acabara, así que a los tres meses de conocernos decidimos quedarnos embarazado­s; fue maravillos­o, la vida tenía todo el sentido.

Y nació Martina.

Sí, y entonces nos miramos y nos dijimos: “Pues no sé si me gustas tanto”, pero nos volvimos a reconocer, y ahí estamos, compartien­do pasiones como el campo, podando uva, que es como una meditación, y vareando olivos.

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VÍCTOR-M. AMELA IMA SANCHÍS LLUÍS AMIGUET

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