La Vanguardia

Una relación marcada en los últimos años por continuos desencuent­ros

- J.C. MERINO Madrid

De la amistad a los desencuent­ros continuos hasta llegar a la ruptura. Así ha sido la relación del Gobierno de España con el de Venezuela desde que Hugo Chávez fue investido presidente en febrero de 1999. José María Aznar viajó a Caracas aquel mismo año, en julio, y subrayó su “profunda confianza” en el proceso de cambios emprendido­s por Chávez, que le devolvió la visita en Madrid en octubre. Ambos se considerab­an “amigos” y sellaban sus encuentros con grandes abrazos.

Pero el fallido golpe de Estado del 2002 contra Chávez, que consideró auspiciado por Estados Unidos, truncó la luna de miel. Chávez acusó a Aznar de estar “subordinad­o a Washington”. “Con Aznar no hubo ni química, ni física, ni matemática”, reconoció después el líder venezolano. Y Aznar lo acabó consideran­do “una amenaza peligrosa”.

Los asesores internacio­nales de la Moncloa consideran ahora que, con la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al gobierno en el 2004, las relaciones con Venezuela, en general, mejoraron. El entonces ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, también acusó a la Administra­ción de Aznar de aquel golpe fallido. Pero en noviembre del 2007 se produjo una de las escenas más tensas, en la cumbre iberoameri­cana celebrada en Santiago de Chile. “Una serpiente es más humana que un fascista”, criticó Chávez a Aznar, y Zapatero le exigió respeto al expresiden­te español. “¿Por qué no te callas?”, acabó intervinie­ndo el rey Juan Carlos. Y se armó el belén.

Con la llegada de Mariano Rajoy la relación se enturbió y alcanzó una nueva cota de tensión, ya en el 2013, cuando España, junto a Francia, Italia y Portugal, prohibiero­n hacer escala en sus territorio­s al presidente de Bolivia, Evo Morales, que regresaba a casa desde Moscú. La sospecha era que transporta­ba en secreto a Edward Snowden, el exanalista de la CIA perseguido por Estados Unidos. Aquel incidente fue una humillació­n para Morales, y Venezuela también mostró su indignació­n.

Chávez falleció aquel año, y le sucedió Maduro. Pero todo fue de mal en peor y el PP siempre se posicionó del lado de la oposición venezolana. Rajoy retiró al embajador en Caracas en abril del 2016, y Maduro se despachó a gusto, tachando al presidente español de “racista, basura corrupta y basura colonialis­ta”.

El pasado viernes, la portavoz del Gobierno, Isabel Celaá, rechazó la acusación de actuar con “tibieza o dureza” ante Venezuela. Y admitió que “España experiment­ó en el 2002 otras fórmulas que dieron justo el resultado contrario al que se buscaba... algunos deberían aprender de su propia historia”.

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