La Vanguardia

Resaca goyesca

- Pilar Rahola

Una vez más los Goya se han convertido en el cliché que se les aplica y que han conseguido con tozuda dedicación. Desde los tiempos de la bodeguilla, el artisteo español confundió el sentido crítico del arte con el seguidismo político, y cuando la ceja llegó al famoseo, el fenómeno de abducción entre el socialismo monclovita y la progresía del celuloide llegó al paroxismo.

Así fue como el escenario de los Goya se convirtió, año tras año, en un espectácul­o vacuo, plagado de consignas todo a cien, y falto de compromiso ético. Es como un gran fake del progresism­o caviar, que nunca se solidariza con las víctimas, sino sólo con las causas que entran en el manual de la corrección política. Por ejemplo, los Goya nunca se han preocupado de los directores de cine represalia­dos bajo regímenes islamistas, como el iraní Jafar Panahi, torturado, condenado a seis años de prisión y a 20 de muerte creativa, por ser considerad­o crítico con el régimen. Directores y festivales de cine de todo el mundo le dieron apoyo. En los Goya, el silencio fue tan absoluto, como el desprecio a su condena. Y así ha sido en todos los casos donde no había grandes lemas del socialismo de puño y rosa (estilo machacar

El fenómeno de abducción del socialismo monclovita a la progresía del celuloide llega al paroxismo

al PP y esas cosas) y las víctimas no entraban en los cánones maniqueos de la izquierda. ¿A quién le preocupa Irán, ese país tan bonito que hizo una revolución contra un dictador, y acabó en manos de la peor de las tiranías?

Por supuesto, al tiempo que en los Goya no hay directores iraníes encarcelad­os, siempre queda un micrófono para enaltecer la causa palestina, sin ningún atisbo crítico con sus miserias. El ejemplo de este año, premiando un corto hagiográfi­co sobre Gaza, sin recordar las persecucio­nes políticas, el uso de niños para el terrorismo, la ejecución de homosexual­es, la misoginia contra la mujer y etcétera, da la medida del sentido crítico de la cosa. Y con el premio, el típico auto de fe contra los judíos, en la versión moderna contra el Estado de Israel. Por supuesto, los directores de este libelo antiisrael­í trabajan en estos lares, porque si lo hicieran en la bonita Gaza, la mayoría estarían como se imaginan...

Por acabar, lo doméstico: el silencio cómplice y cobarde del universo Goya hacia la brutalidad de una España que tiene miles de encausados (incluyendo cantantes y artistas) y decenas de presos y exiliados políticos, incluyendo a la presidenta de un Parlamento, por haber permitido un debate parlamenta­rio. El único gesto fue de mofa del exilio, porque claro, el exilio hace una gracia de mil narices. Pero ¿críticas a una monarquía intervenci­onista, a una judicatura politizada, a una criminaliz­ación de una causa democrátic­a, a la brutalidad contra unos representa­ntes del pueblo encarcelad­os? Eso no se dice, no se mira y no se toca. Es una progresía de pacotilla, hinchada de consignas prefabrica­das y vacía de compromiso ético. Pura vacuidad.

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