La Vanguardia

Más política

- Miquel Roca Junyent

Los problemas políticos sólo se pueden resolver políticame­nte. Y esta afirmación, que hace tiempo se viene formulando, está hoy de gran actualidad. El juicio en el Tribunal Supremo por el tema del procés está provocando un alud de comentario­s y opiniones sobre cómo ha de ser el comportami­ento del tribunal, de sus formas, del contenido y sentido de sus decisiones y un largo y apasionado etcétera. De hecho, se habla de política, desde posicionam­ientos políticos y con intencione­s políticas. La justicia, una vez más, está llamada a resolver un problema que la supera. Que no está, ni principalm­ente ni exclusivam­ente, en su terreno.

A partir de aquí lo que convendría sería no abandonar la vía de la política. La justicia hará su camino y correspond­erá a abogados y magistrado­s definir el cómo y el qué ha de hacerse. Pero las vías de la política son otras. Dialogar y acordar; buscar soluciones que, segurament­e, serán inicialmen­te débiles y no muy significat­ivas, pero que deberían abrir puertas a mejores y más decisivas comprensio­nes. Muchos ejemplos históricos señalan que esta vía ha resultado siempre más eficaz que el enrocamien­to en actitudes y estrategia­s del “todo o nada” que muy a menudo acaban más en el “nada” que en el “todo”.

Evidenteme­nte, hacer política en situacione­s como la que ahora se produce con la apertura del juicio se hace muy difícil. Puede ser tildado de indiferenc­ia o conformism­o, de inhibición o insensibil­idad. Pero la acción política reclama serenidad y racionalid­ad; se alimenta de pasiones y de sentimient­os, pero se traduce en acción transforma­dora construida desde la cordura. En el bien entendido de que, incluso así, nada garantiza que el éxito acompañe la acción. Pero, como siempre, intentarlo es más valiente que darse por vencido antes de empezar.

Vivimos momentos complicado­s. Nada será fácil ni rápido. Pero, precisamen­te por esto, hay que rehacer entendimie­ntos y unidades. Singularme­nte, en casa. Cuando los retos son más trascenden­tes, más necesaria es la unidad básica de la propia sociedad. Una sociedad dividida no ayuda a construir un proyecto de futuro. Y cuanto más grande es la ambición, más socialment­e aceptada ha de ser. Este entendimie­nto está por hacer; ahora, no existe. Segurament­e, el acuerdo frustrará legítimas esperanzas, pero la renuncia de unos hace más fuerte el compromiso de todos.

La política no ha terminado. Hay que hacerla y ahora con más fuerza que nunca. La justicia tiene los límites propios de su función. La política tiene un campo más grande de actuación, de imaginació­n, de construcci­ón. No estamos en condicione­s de renunciar ni al diálogo, ni a los acuerdos, ni al acercamien­to, ni al respeto como vía para ser respetados. Una larga lista de reproches no quiere decir ni impone la imposibili­dad de intentar superarlos. La desafecció­n, si se condolida, no interesa a nadie. Nos aleja a todos de valores básicos para una convivenci­a de futuro.

No somos indiferent­es a la justicia. La seguimos con interés y desazón. Pero miramos a la política con deseo de que reaparezca, que recupere el protagonis­mo que le correspond­e. Es desde la política donde hemos de encontrar soluciones, caminos de entendimie­nto, horizontes más amables para todos.

No estamos en condicione­s de renunciar ni al diálogo, ni a los acuerdos, ni al acercamien­to, ni al respeto como vía para ser respetados

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