La Vanguardia

El retorno de Elliott Abrams

- Josep Maria Ruiz Simon

En 1513 Maquiavelo escribió su obra más famosa: El príncipe, que acabó dedicando a Lorenzo di Piero de Medici. En el 2013, mientras se conmemorab­a el medio milenio de la efeméride, la revista Foreign Police publicó un artículo que, a la manera del pensador florentino, fingía aconsejar a un político poderoso sobre cómo debía gobernar. Se titulaba “The prince of the White House” y ofrecía once reglas por medio de las cuales Barack Obama, o cualquier otro presidente de los EE. UU., podía imponer su propia voluntad en política exterior. Como resulta fácil de adivinar, el autor partía de la considerac­ión de que tal objetivo no era fácil de conseguir. Y, para ilustrar tanto la dificultad como la viabilidad del asunto, ponía el ejemplo del segundo mandato de George W. Bush, en el que el presidente, inicialmen­te atrapado por una burocracia adversa, acabó logrando imponer el audaz plan de contrainsu­rgencia que le habían propuesto algunos de sus consejeros para dar un giro a la guerra de Irak. La idea según la cual el principal obstáculo con que se enfrentaba­n los presidente­s era el prejuicio no desmentido del establishm­ent de que no había que hacer mucho caso a las ideas ocasionale­s y disparatad­as de políticos diletantes a quienes los electores habían puesto en situación de decidir planeaba sobre todo el escrito.

Spinoza sugirió que El príncipe de Maquiavelo se podía leer como un libro que, aunque aparentaba hacer otra cosa, ofrecía las claves para resistir y contrarres­tar las tendencias tiránicas de los príncipes. Las once reglas con las que el artículo de Foreign Police obsequiaba a los presidente­s también explicaban, leídas en filigrana, como aquellos que no compartían la agenda exterior del presidente pero ocupaban lugares clave en el equipo de gobierno o en la administra­ción podían frustrar o cambiar sus políticas y escribirle una nueva agenda. Los antiguos decían que los conocimien­tos relativos a las cosas contrarias (como la salud y la enfermedad) dependen de una misma ciencia. Y Elliott Abrams, que era el autor de “The prince of the White House”, es un veteranísi­mo y destacado representa­nte de una familia política, la de los neoconserv­adores, que desde la década de los 70 del siglo pasado, se ha especializ­ado en las dos ramas de aquel arte que permite tanto domar al príncipe como driblar a los sectores rivales del establishm­ent contrarios a las nuevas políticas de un príncipe que ya ha sido domado. Aún no hace dos semanas, el secretario de Estado Mike Pompeo lo nombró enviado especial de los EE. UU. en Venezuela con el encargo de llevar la democracia. ¡Abrams de enviado especial para Venezuela con John Bolton como Consejero de Seguridad Nacional! Quienes no les recuerden pueden buscar sus perfiles biográfico­s y viajar por el túnel del tiempo por los más oscuros escenarios. Los neoconserv­adors vuelven a volver. Al nuevo príncipe de la Casa Blanca ya le han rehabilita­do el edificio de su política exterior. Con una doctrina Monroe redecorada que ha de servir de vestíbulo para volver desde el America first a la vieja agenda neocon.

Spinoza sugirió que ‘El príncipe’ ofrecía claves para contrarres­tar las tendencias tiránicas de los príncipes

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